José Alfonso Suárez del Real y Aguilera 

Es que luchar por una utopía es, en parte, construirla. Fidel Castro

Con motivo del 117 aniversario de la fundación de la colonia Tabacalera, el pasado miércoles 22 de noviembre la figura de Fidel Castro surgió cálida y vecinal en la voz del “güerito de los cacahuates”, José Morones Dosamantes, quien remembró al comandante como el amable cubano que cada tarde, cuando acudía a hacer los mandados de su casa a la tienda de abarrotes La Sevillana, ubicada en la esquina de Edison y Emparan, lo obsequiaba con cacahuates que tanto le gustaban.

La tertulia vecinal dio pauta a un impensado homenaje a los pasos de Castro por nuestra ciudad, en aquellos ayeres de 1955 cuando el cubano llegó, procedente del puerto de Veracruz, destino del fatigoso vuelo que lo trajo de La Habana vía Mérida, Ciudad del Carmen, en un viaje en el que albergaba la esperanza de encontrar en la capital de la república mexicana un ambiente revolucionario convergente con sus ideales.

Será en La Tabacalera, precisamente en el cuarto de azotea del edificio marcado con el número 44 de las calles de Emparan, y en la casa de su compatriota María Antonia González, ubicada en el 49, en donde no solo encontraría albergue para sus ideales, sino que conocería al argentino Ernesto Che Guevara de la Serna, quien vivía, como él, en un cuarto de azotea de un edificio ubicado en Anaxágoras y Diagonal de San Antonio, en la colonia Narvarte.

Che Guevara

Desde la casa de Emparan el Grupo 26 de Julio extendió sus actividades a las más disímbolas ubicaciones dentro de la ciudad; las hermanas de Fidel (Lidia, Juanita, Emma y Agustina) vivían en la residencia del matrimonio formado por el ingeniero petrolero Alfonso Gutiérrez, Fofo, y Orquídea Pino, en el Pedregal de San Ángel.

En el centro de la ciudad, la armería de Antonio del Conde Pontones, el Cuate, ubicada en Revillagigedo 47, fue estratégica no sólo para el conocimiento de armas por parte de Fidel, sino por la importante ayuda que el joven Del Conde brindaría al movimiento revolucionario a lo largo de muchos años. El Cuate será el encargado de adquirir el histórico “Granma” a los Erikson, facilitar el “salón de tiro” de la casa familiar de Cruz Verde 53, Barrio del Niño Jesús, en Coyoacán, así como de suministrar armas vía sus contactos, con armeros americanos, generados a través del negocio heredado por su padre.

Castro visitaba y se refugiaba a veces en casa de Julio Díaz y Ramiro Valdéz, en Coahuila 129-C, o con Héctor Aldama, en Jalapa 68, en la Roma, o se iba con su paisana, Clara Villa, a Nicolás San Juan 125, o con Pipin, en Pedro Baranda 18, así como al departamento de Universo Sánchez, en Insurgentes 5 casi esquina con San Cosme, o a la señorial residencia de las tías solteronas de Fofo, en Génova 15, colonia Juárez, domicilio del que los revolucionarios salieron, rumbo a Tuxpan, la noche del 23 de noviembre de 1956.

Estos espacios, perdurables en la memoria del comandante Castro, hoy forman parte de nuestras utopías urbanas, de nuestro imaginario revolucionario, de nuestros sueños vecinales amenazados por una pesadilla gentrificadora que sólo nuestra combativa decisión impedirá destruir.

suarez del real