Por Miguel Ángel Muñoz
La brutal y expresionista pintura de Otto Dix. Violencia y pasión llega a México. El Museo Nacional de Arte de la Ciudad de México presenta la primera exposición del artista alemán. Organizada por el Museo MARCO de Monterrey, el Museo Nacional de Arte MUNAL y el Goethe-Institut México como parte de las celebraciones del Año Dual México-Alemania 2016-2017, la muestra destaca el desarrollo artístico de Otto Dix (Gera, 1891-Singen, 1969) y analiza los distintos aspectos que caracterizan su trabajo en más de 150 piezas realizadas entre 1913 y 1969. Diversas fases creativas que marcan el desarrollo de la obra del genial creador.
El artista interpretó sus propias vivencias en la guerra y en los diversos hechos históricos que observó de cerca, pero sobre todo sus experiencias contradictorias con personas de todo el espectro social en situaciones extremas. Su obra provoca y reta al espectador a reflexionar en su entorno, a verlo a través de la mirada severa de Dix que no acepta sutilezas. La muestra está —curada por la investigadora Ulrike Lorenz— conformada por siete módulos que van revelando las distintas técnicas y estilos utilizados por el artista alemán durante su carrera artística así como los temas recurrentes en su obra, entre ellos sobresalen la guerra, el retrato, el desnudo y la sociedad berlinesa.
Iniciado en la pintura poco antes de la Primera Guerra Mundial, Otto Dix se enfrentó a la realidad de la Alemania bélica y de la República de Weimar, con un rigor y un enojo que no se puede aplacar. Esa intensidad exigente y esa indignación siguen alentando en el conjunto de su obra. Resulta difícil abstraerse a la pasión de una creación así, y más cuando se puede contemplar a través de un conjunto como el de los 30 óleos, 50 grabados, acuarelas y litografías en esta primera retrospectiva que se le dedica en México.

El espíritu contradictorio —“la dualidad”— de Otto Dix recorre la muestra y obliga al espectador a aceptar la autodefinición del artista como “revolucionario reaccionario”, al tiempo que desarrolla un discurso estético dentro del gran expresionismo alemán. Es un hecho que el expresionismo fue un fenómeno cultural alemán definido entre 1905 y 1914, primero en Dresde y Berlín, casi simultáneamente en Munich, centrado desde el punto de vista artístico en la actividad frenética de grupos radicales como Die Brücke y Der Blaue Reiter. Un frente de batalla antiburgués y antioligárquico —contra la industrialización y la demagógica cultura de masas— que encontró en Bloch y Hugo Ball los acertados fabuladores de argumentos en favor de una subversión internacional del gusto y en contra del nacionalismo romántico de las grandes sagas teutónicas sublimadas por Warner a la zaga del voluntarismo iconoclasta de Nietzsche.
Sin embargo, desde el punto de vista histórico y desde una imprescindible matización formalista, las raíces del expresionismo artístico resultan más complejas. De 1905 hasta 1920 el expresionismo define una sensibilidad nueva que impregna el teatro, el cine, la danza, la arquitectura y el arte, y que, en buena medida, se mantiene hasta 1920, cuando el griterío revolucionario de post- guerra parecía debidamente instrumentalizado por el autoritarismo que apunta en los fascismos de la década siguiente. No hubo nunca, un estilo expresionista, sino cierto parentesco de protesta fácil de detectar en Kirchner, Kandinsky, Kokoschka y Otto Dix, que utilizan la pintura como un eficaz medio de negación del decorativismo estético al uso. Es ahí donde Otto Dix mantiene despierta una valiente conciencia crítica. La pintura de Dix se caracteriza por su interés en recuperar las técnicas de los grandes maestros del Renacimiento alemán, como Durero o Cranach. Dix estaría dentro, entonces, de un “realismo acerado y clínico”, un artista que aspiraba a ser “preciso, minucioso y neutro” en su obra, y que utilizó técnicas clásicas como la tabla y los bocetos a tamaño real para después trabajarlos en solitario en su estudio.

Tras algunos experimentos expresionistas, futuristas e, incluso, dadaístas, Dix se decantó finalmente por un lenguaje realista propio que le permitía mostrar de manera crítica su repulsa por la sociedad que le rodeaba.
“Yo no soy un alumno aventajado de Rembrandt sino de Cranach y Durero”, declaraba Dix en 1968 al recibir el Premio Rembrandt de la Fundación Goethe. Este vínculo con los grandes maestros alemanes había dado comienzo sesenta años atrás, en el otoño de 1909, cuando un Dix joven decidió abandonar su Gera natal y trasladarse a Dresde para estudiar en la Escuela de Artes y Oficios, una decisión que sentenció su futuro como artista. Aquí Dix sintió pronto una exaltada fascinación por las obras de la Gemaldegaleri, una de las pinacotecas más emblemáticas de Alemania. De forma simultánea, el joven artista entró por vez primera en contacto con el arte de vanguardia a través de las exposiciones organizadas por la Galería Arnold, que exponía a los jóvenes artistas de Dresde y a los futuristas italianos.
Otto Dix hace en momentos “una pintura realista imposible de conseguir en fotografía —afirma la historiadora española Paloma Alarcó— la superioridad de la pintura sobre la fotografía de un artista que mantiene una gran relación con las técnicas artesanales de pintura de los maestros antiguos, como la utilización de óleo y temple”. La exposición Otto Dix. Violencia y pasión es un registro no sólo de su obra, de su tiempo, sino también, subrayar la condición de pintor de Dix, para que la realidad misma de su vida sea la causa, el tema y el estilo de su arte, pues de la vida procede el impulso de crear, la realidad cotidiana sirve de modelo a la pintura, y la contemporaneidad le imprime forma, estilo. Así lo evidencia una sus obras más importantes: el dibujo asombroso del gran boceto para el tríptico Metrópolis (1927-1928), un retablo religioso convertido en escenario de una noche turbia en Berlín. Una pintura de registros cotidianos, tentados por la figuración con sutileza dramática que acentúa el vigor de la composición frontal, potenciada por los espacios entre objetos, jamás neutros, que se transfiguran a menudo en masas cromáticas o sombradas que equilibran la jerarquía compositiva. Un arte sólido, frontal, con motivos estilizados en horizontales o verticales que añaden intensidad al relato plástico. Autorretrato con caballete o el contraste blanco —oscuro, plano— luz de Tumbas en Reims II. Motivos siempre reiterados, es verdad, pero nunca repetidos, soporte en cualquier caso de una experiencia sensible profunda y deslumbrante: negros, azul, rojos y blanco fijado por el saturado marrón y el gris de los espacios y el espacio entorno en Mi amiga Elis. Un arte de apariencia “brutal” con poco que ver con la imaginería crispada del arte moderno, de tendencias y banderías antagónicas. Un arte que revela la diversidad de un registro histórico aterrador. Las figuras y los objetos actúan diversificados en el espacio plástico en razón de la luz, del modelo artificioso de iluminación convertido en pura forma. La pintura de Otto Dix producía una admiración que no todos compartían en sus pinturas: la fuerza del expresionismo como eje central. Un guiño figurativo formal. Todo era fuerza-figura-expresión. Su obra, nos enseña a descubrir no sólo los horrores del siglo XX, sino también a descubrir el poder crítico del arte. También a mirar se aprende. Y Dix es un guía excelente…
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miguelamunozpalos@prodigy.net.mx


