Desde hace tres años el flujo de migrantes en la frontera sur de México se ha duplicado, informó el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi). 450 mil ingresaron al país, donde las centroamericanas encuentran trabajo como sexoservidoras y meseras.
Luis Rey García Villagrán, coordinador del Centro de Dignificación Humana, reveló al El Universal que hay una crisis de migración en la frontera sur. “El flujo de migrantes del Triángulo Norte se ha duplicado desde hace tres años.
En 2016 superará los 500 mil. En 2013, la Comisión Mexicana de Ayuda al Refugiado (Comar) calculó el ingreso de 300 mil, y en 2015 el Instituto Nacional de Migración (INM) dio la cifra de 450 mil personas. Por su parte, el Inegi reporta de 250 a 270 mil centroamericanos que piden ayuda en México y que se asientan en esta zona, conocida como el Soconusco, por problemas políticos en sus países.
“Violencia y pobreza. La mayoría son mujeres que vienen de San Pedro Sula y Tegucigalpa, dos de las 10 ciudades más violentas del mundo. Encuentran intolerancia religiosa, homofobia, salen amenazadas”.
El Universal en conjunto con ONU Mujeres realizaron un reportaje en donde exponen la vida de jóvenes que han tenido que salir de su país natal por la violencia que se vive en Centroamérica.
Tapachula, Chiapas. Las chicas se ponen tacones y esperan. Se maquillan, retocan; nadie llega. Diez de la noche. La rocola ambienta el local con techo de lámina. Lanza una norteña. Un olor a tabaco invade el negocio que funciona en Tapachula desde hace 22 años, hogar de una veintena de mujeres como Raquel, hondureña de 30 años, que salieron huyendo, la mayoría, por violencia entre pandillas del Triángulo Norte, formado también por Guatemala y El Salvador. Aquí, Raquel obtiene dinero tomando cerveza y desvelándose.
En días de poca clientela, como es costumbre, piensa en Honduras. Extraña la comida, a su mamá, su días de bachillerato. Y todo el tiempo piensa en su hija Leslie. Raquel nació en Tegucigalpa, tiene dos carreras de bachillerato técnico y sueña con trabajar en Estados Unidos. “La primera vez que estuve con alguien fue doloroso. Lloré porque sabía que siempre iba a vender mi cuerpo para darle de comer a mi hija. ¡Me pagaron 400 pesos! Lloré y maldecí a quien tenía enfrente. Lo único que le pido a Dios es tener un buen trabajo, lo bonito que yo quiero es un futuro digno, decente y lo mejor para mi hija, es todo”.
Linda, también hondureña de 25 años, es mamá de dos niños de dos y cinco años. Lleva tres meses en Tapachula, Chiapas. Salió de su país por el acoso de una pandilla: los niños con los que creció se hicieron miembros del grupo rival y quería que ella les diera información. “Les dije que no sabía nada. Un día llegaron tres hombres armados a mi cuarto, me dijeron que me daban 24 horas para que me fuera o me iban a quemar viva con mis hijos”. Linda renunció a sus sueños de ser sicóloga y llego a Chiapas por el río Suchiate.
Sofía, salvadoreña de 27 años, lleva medias de red y un vestido de licra blanco. Extraña a sus hijos, a su familia. A ella las pandillas le cobraban 2 mil dólares de renta a la semana cuando no ganaba ni la mitad en su panadería. En el escenario se mueve suavemente, nunca sonríe. Los primeros clientes recorren casi sin parpadear sus movimientos al compás de la música electrónica.
El coordinador del Centro de Dignificación Humana, indicó que debido a la crisis creció el número de mujeres migrantes y las injusticias. De todos los que cruzan al año 20% son mujeres, 20% niños, casi la mitad de niños y niñas. Además, en las cárceles hay mujeres migrantes acusadas injustamente. En tres años han logrado comprobar que 26 mujeres no son traficantes de personas. Ellas con las más vulnerables ante el abuso policial.
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