(Tercera y última parte)
Patricia Gutiérrez-Otero / @PatGtzOtero
¿Desde qué voz narrativa hablar del horror? Para mantener distancia con sus personajes, el autor de El deshabitado escogió una voz narrativa omnisciente. Si no, ¿cómo podría evitar quedarse pasmado ante la hoja en blanco?, ¿cómo narraría la experiencia de sofocamiento y aislamiento que vive Javier Sicilia, su personaje principal, como si habitara en una escafandra?, ¿cómo encararía tan profundo dolor, el suyo y el de los otros con quienes se identifica en cuanto víctima, seres sagrados y por eso espantosos? El narrador habla con libertad de lo que piensan y sienten sus personajes; también juzga a algunos, pero mantiene la prudente distancia novelesca.
Sin embargo, en la segunda mitad de la novela y sólo de manera esporádica —lo que le resta unidad al estilo— inserta algunos textos (presentados en cursivas) que el protagonista ha escrito, enriqueciendo la novela con una narración múltiple, pues, además —una coquetería muy bien recibida ya que habla del deseo del autor de seguir creando, de seguir viviendo— hay una referencia intratextual que en el capítulo 11 hace a otra novela suya, La confesión, un diario que retoma un narrador protagonista, Javier Sicilia, que es también narrador testigo y editor del diario de un cura; en esa novela hay un enfrentamiento con el mal que llega a la absolución del pecador: Sicilia, en un juego de espejos, dialoga con sus personajes anteriores y se plantea como un doble personaje novelesco. El autor, Javier Sicilia, se deslinda de su protagonista principal, Javier Sicilia, mismo personaje que aparece en La confesión. En El deshabitado se recuerda a sí mismo como un ser vivo en un diálogo con otro personaje, dando por hecho que lo sucedido en La confesión no es novela o que todo es novela. Autor que participa en la vida de sus personajes o personajes que habitan al autor, curiosamente en un momento espiritual en el que ya para el autor donde Dios no participa en la vida de sus creaturas.
La novela comprende diversos espacios que entremezclan los tiempos: la estancia en las Filipinas en casa del embajador mexicano (que abre el periodo de tiempo narrado), la estancia en el Arca de Lanza del Vasto en Francia (que cierra el tiempo novelado), lo que sucedió en México y Estados Unidos entre esos dos momentos. En esos diversos lugares y tiempos otros personajes aparecen. El autor rompe la distancia entre la realidad y lo romanesco al situar a la mayoría de sus personajes con sus nombres completos, sus puestos, sus actividades. En algunos casos son compañeros de camino en lo absurdo de lo real, como Tomás Calvillo (amigo profundo y asesor sutil), Pietro Ameglio (pensador y activista de la no-violencia que no acepta medias tintas), Álvarez Icaza (quien se une con el personaje en un afán institucionalizador de cambio social); el subMarcos (con quien hay una relación de tensión y despecho). Otros, son los desencuentros con políticos, en particular los que tuvo con un correligionario que perdió la relación con su propio centro, Felipe Calderón. Asimismo, aparecen personajes icónicos de las víctimas. Pero también hay personajes más cercanos, Socorro Ortega, exmujer de Sicilia y madre de Juan; Isolda Osorio, pareja actual; Georges Voet, querido amigo, sin voluntad ni compromiso; algunos miembros de su familia, y sobre todo, Estefanía Sicilia Ortega, su hija, con quien el personaje trata de resolver un conflicto añejo.
Un mundo de relaciones que se establecen a diversos niveles se teje en la novela, dónde no pueden faltar las menciones a Dios, en relación con quien el personaje principal llega a una blasfemia judeocristiana al negar ya la actuación de Dios en la historia. Lo que sí acepta y se suma a ello es que finalmente el caminar humano, el suyo propio, se ilumina por el don amoroso de Jesús: “… aferrado a algo que ya no sabe qué es, que carece cualquier sustento de realidad, Jesús continua avanzando en medio del sufrimiento y del fracaso… aferrado a su cruz, pero sin dejar de amar es superior a su destino, es más fuerte que el mal… Su fidelidad al amor, como un molino que moliera en el vacío es todo: no una justificación ni una promesa, sino una respuesta, una relación con una presencia inefable”.
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