En el concepto de Pedro C. Cerrillo

Roberto García Bonilla

La lectura es un acto que está presente en las sociedades virtuales que ahora están adquiriendo predominio en la vida profesional, social e íntima de en el mundo contemporáneo.

Gracias a las redes sociales, sobre todo, ahora se lee más que nunca antes; lo cierto es que ahora se lee con fines prácticos en los cuales la lectura es un medio; excepcionalmente es un fin.

Acaso el aparente problema —real o ficticio, dependiendo de los horizontes de cada lector— reside en que hay una propensión a homologar a los lectores y a democratizar las lecturas. Lo sabemos hay distintos tipos de lectores y una diversidad casi infinita de lecturas.

 Pedro. C. CerrilloNo es suficiente, por otra parte, leer veinte minutos como insta una campaña nacional gubernamental que promueve la lectura en México. La comprensión es fundamental. Cada lector tiene que dar sentido a la lectura, asimilarla. A lo largo de ese proceso las palabras adquieran un peso, una significación particular, al margen de asumirlas de manera mecánica, sencilla y cómoda, en medio de su uso generalizado en los medios de comunicación, donde no se repara en el uso anómalo o al menos desvaído de palabras, expresiones y discursos que llevan al desgaste y empobrecimiento las funciones del lenguaje (a decir de Jakobson son: la emotiva, conativa, referencial, metalingüística, fática y poética).

 

“Descodificar”

Pedro C. Cerrillo en El lector literario nos recuerda que leer es mucho más que unir sílabas, letras y frases e integrarlas a párrafos, aun, con el conocimiento de cómo funciona el sujeto, verbo y complemento —se agrega aquí— al interior de la unidad con sentido y autonomía sintáctica: la oración. La decodificación de las palabras es apenas la introducción a la actividad lectora.

En El lector literario describe con sencillez conversacional cuáles son las competencias de un lector literario y sus elementos formativos (enseñar literatura es una las labores más complejas en el ámbito académico); sabemos de las funciones sociales y educativas de la literatura, observada ésta como una necesidad. Porque debemos aceptar que toda la gama de sensaciones que palpitan en la condición humana no podría explicarse sin la literatura —más allá de la cientificidad—, cuya función socializadora se enraíza en ser y servir como modelo de colectividades, de ahí que la existencia de los clásicos, cuya presencia, es natural, no significa que las sociedades deban y puedan ser letradas.

Es legítimo asumirse anti-lector; debemos aceptar, como nos lo recuerda Alberto Manguel, que “nuestra sociedad acepta el libro como ingrediente dado, aunque anticuado”.

El lector literario debe desmontar, “descodificar” se dice, las narraciones de una novela, las estrofas de un verso, las disquisiciones de un ensayo, porque se identifica con otros lenguajes, lo cierto es que tiene una función propia, recordemos a Jakobson, la poética, la cual no se reduce a la poesía; tampoco podemos aislarla en la función poética: es la que predomina en la lengua literaria.

Cuanto más temprano se haya iniciado la lectura, más estimulante será. El vínculo familiar-emotivo, en muchos casos casi ritual, será de gran importancia, en ese sentido, la primeras lecturas son fundamentes y muchas veces no son literarias (libros-juego; libros-objeto; álbumes, libros de conocimientos). La intención es motivar el gusto, la pasión, el embeleso por los libros. Y en ese proceso si integrará la literatura.

El lector literario, asienta Cerrillo, encamina a profesionales de la lectura en ejercicio o en formación; observa —de manera lógica, lejos de la lamentación— que no hay obligación alguna que a los lectores les gusten todas las obras literarias: “siempre hay un libro para cada lector”; será raro que desaliente la lectura der un libro, en el peor de los casos aceptará que no le agradó; aun, así se explica que es legítimo abandonar la lectura de un libro.

 

literatura

Placer del texto

La narración de este texto híbrido ensayo-manual, aunada a su mirada con un amplios horizontes pedagógicos e informativos, destaca por su sencillez estilística, pero no está exenta de rigor; explica de manera sintética temás como la competencia literaria y elementos que la rodean, así como la significación de las lecturas iniciales, pasando por la literatura infantil y juvenil. También son relevantes la literatura popular y las lecturas escolares, además de vivir con las canónicas lecturas de clásicos.

Cerrillo no apela a frases engañosas como “una imagen vale más que mil palabras”; lo cierto es que, cualquiera que sea su interpretación, “sólo con las palabras podemos explicar el significado completo de una imagen”.

Y en el proceso explicativo: lectura-visualización-explicación (verbal o escrita) se desarrolla la inteligencia, mientras que la literatura nos permite captar los que otros sintieron y, también, lo que nos quisieron enseñar.

Uno de los apartados más estimulantes para un lector literario en formación se relaciona con la lectura y las “prácticas escritoras”; ambas —que, en general, siempre se abordan mecanicamente en todos los niveles educativos— poseen natural continuidad y se complementan, aunque cerebralmente “son destrezas que están disociadas”.

Y como señala Emilia Ferreiro, en la escritura la recuperación el lenguaje oral es un proceso complejo (“no hay representaciones de la entonación de la escritura”).

Cerrillo propone una estrategia de escritura para niños es seis descripciones que abarcan la corrección y la edición del texto y su reescritura.

Alcanzar el placer en la lectura es el producto de laboriososos y prolongados esfuerzos, hay que enfrentar desafíos mayúsculos con el imperativo de la constancia. Cada lector llega al placer del texto en un momento determinado: luego de haber sentido frustración ante lecturas complejas: serán estás las que nos conduzcan a ser “lectores competentes”. Hay que recordar un hecho que que con frecuencia olvidan profesores de ciclos iniciales y directores de tesis en las universidades: la lectura y la escritura forman parte del desarrollo de la inteligencia.

 Pedro. C. Cerrillo, El lector literario, México, FCE, 2016.

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