Guillermo Samperio (1948-2016)

 

I

Aunque me sigue gustando la marcha de Zacatecas que escuchaba en la escuela primaria y el “Son de La Negra” es mi canción mexicana preferida, desde muy temprana edad y quizá hasta los 35 años no me sentía mexicano ni de Latinoamérica ni del mundo; era una especie de exiliado galáctico. En rigor, me daba vergüenza el folclorismo y el nacionalismo mexicanos y de cualquier parte del mundo, como el de los irlandeses con sus falditas. Yo me sentía flotar entre la gente del Distrito Federal, como que en cualquier lugar yo no creía ser de ahí, en ningún club, en ningún grupo y creo que aún sigo sintiendo así, pues he tendido a ser un escritor independiente, lo cual ya sé que es contraproducente para mí, pues la cultura se mueve por grupos compactos.

Desde ese exilio galáctico empecé a escribir, era para mí una manera de hacer un viaje fuera del planeta, pues mi capacidad de abstracción a la hora de escribir es muy potente; podía escribir en el comedor (no tenía estudio) mientras mis hijos pequeños andaban de aquí para allá, mi ex mujer escuchando a la Sonora Santanera o teniendo una ardiente conversación con sus amigas en el extremo de la mesa donde yo escribía. Creo que en el momento de escribir es cuando obtengo mis mayores momentos de exilio, donde el único mundo que existe es sólo en el que me estoy introduciendo con la escritura.

Por ahí de los treintaitantos acepté asistir a unos temascales con todo y el rito que implica; yo en verdad estaba muerto de miedo pues soy claustrofóbico, además de agorafóbico. Pero como el que me invitaba era un alumno mío muy querido, dedicado a la herbolaria, no pude negarme. La primera vez fue traumante y sólo pude estar poseído por el terror, pero me di cuenta de que no me había asfixiado y que había salido vivo de ese vientre terrenal donde el vapor me ahogaba como si fuera mi último día en la galaxia. La segunda ocasión, porque no habría para nada una tercera, ya más calmado, pero aún angustiado, pude estar más consciente; de pronto, a medio temascal, tuve una regresión al vientre materno. Veía yo como a través de una membrana muy delgada, tal vez había rojos, algunos negros a mis costados y tenía yo una sensación de hastío y soledad muy potentes; de pronto, a través de la tela traslúcida, vi una sombra que se acercaba a mi madre y pensé que al llegar esa entidad se me borraría la sensación de desamparo, pero sucedió lo contrario: se acentuó aún más.

Guillermo Samperio

Esto me indicaba que mi estancia en el vientre materno había sido una dramática experiencia de destierro; en rigor, a mi madre le había incomodado tenerme dentro de ella o, quizás, la soledad de ella fue parte del alimento que me dio por el cordón umbilical de las sensaciones.

Esto, desde luego, lo analicé con mi psicoanalista y estuvo de acuerdo con mi interpretación y me sugirió que deslindara la señal materna y que intentara construir de alguna manera mi posibilidad de pertenencia a la mexicanidad, aunque me dieran vergüenza los héroes de la Revolución Mexicana como Venustiano Carranza.

Luego, hice un viaje a Europa donde estuve en Barcelona, París, Florencia, Roma y Londres. Cuando regresé a México y me subí al metro fue impresionante hacer la comparación de la gente del metro de Londres (donde las personas tienen una piel traslúcida, no blanca, como guijas) con la que iba en los vagones del Distrito Federal, todos morenos, como yo, y supe que éramos una etnia muy especial y fue así, como de golpe, cuando las evidencias me lo embarraron en la cara: yo no podía ser más que mexicano. Fue mi manera de ir construyendo mi mexicanidad, de la cual sigo dudando, porque la experiencia de sentirse de ningún lado desde antes de nacer hasta entrado a la adultez se vuelve costumbre, como tener un páncreas de exilio. Quizá en la actualidad he hecho algún progreso: me siento ciudadano del mundo. Es decir, ya no ando por la galaxia Casiopea.

II

De por sí el acto de la escritura, como dice el Eclesiastés, es una práctica solitaria que niega a la sociedad. Por mucho que uno llegue a tener maestros, consejeros, amigos inteligentes y cultos, el camino de la literatura se da en el campo del exilio. En principio, quien nace escritor lo recibe ya como un don; es decir, que no necesitará demasiado esfuerzo para, tarde o temprano, descubrir que lo suyo es escribir y que no se le dificultará demasiado hacerlo. A quien se le otorga ese don es ya, de por sí, un exiliado, por el simple hecho de que mirará el mundo de una manera distinta al demás de la gente, le interesarán asuntos que a la mayoría no le interesan. En mi caso, cuando trabajaba en una dependencia de educación técnica a cargo de una sección para editar libros, llegaba algún ingeniero a proponerme la edición de un libro sobre termodinámica; yo lo recibía, le ofrecíamos el café y mientras el hombre hablaba sobre la pertinencia de editar su libro en cuarenta mil ejemplares, yo mientras tanto analizaba su cara, el tipo de su nariz. Suponía si era casado o divorciado, si en el fondo resultaba perverso o un buen samaritano; me cuidaba de verlo bien a los ojos directamente porque la mirada dice más que una manera de sentarse, aunque el lenguaje del cuerpo es más expresivo que todo lo que diga con la boca una persona. O sea, que el verdadero escritor está mirando siempre detrás de las cosas, a veces las intuye o las predice; no está en mundo real-real, sino en el exilio, demasiado fuera de sí y, a un tiempo, en extremo ensimismado.

Guillermo Samperio

Desde luego que no se escribe mágicamente al recibir el don de la escritura: es necesario saber qué es la literatura y empezar el infinito camino de lecturas no sólo de literatura. Este camino también se recorre en el exilio: uno va construyendo una bibliografía aleatoria que toma diversos senderos, donde va encontrando, primero a sus autores pares, con los que se identifica y, en la primera etapa, uno tiende a copiarles el estilo, los desmenuza, los lee y lo relee; y esto está bien porque son las primeras pasiones que actúan como espejo. Claro, uno intenta poner algo de lo suyo, distanciarse un tanto del ejemplo, pero al final se notará la influencia.

Como dice W. H. Auden, hay un segundo momento del exilio de la propia escritura: cuando hay que romper con los maestros, con las guías que uno ha seguido, con la finalidad de encontrar su propia manera de escribir. Para entonces, uno tendrá que haber leído montones de libros y haberse deslindado de la diversidad de opciones. Se está, por decirlo así, ante un vacío. Es cuando nace lo que yo denomino laboratorio de lenguaje en el cual se van haciendo experimentos lingüísticos, de metáforas, de estructuras, de maneras de decir, diálogos, el tono, los ritmos; hasta que ese segundo momento madura, uno tiene que escribir como sí mismo, es decir con su estilo. Este proceso es radicalmente solitario y el laboratorio se trae a diario, en una libreta o en la cabeza. Es cuando uno publica un libro y el crítico ya no dice: nos recuerda a Kafka, a Cortázar y a Gómez de la Serna, sino que da su opinión, negativa o positiva, sobre ese libro en específico.

Ya escribiendo con estilo propio, dando resultado el largo laboratorio en el que uno se sumergió, vendrán de dos a cuatro décadas, donde el lector ya identifica a un escritor. Sin embargo, y siguiendo todavía a Auden, llega un momento en que el escritor se empieza a plagiar a sí mismo. Es decir, abrió un sistema literario identificable, pero tendencialmente este sistema, como toda veta, empieza a cansarse, a agotarse; eso no quiere decir que no se tenga material para seguir escribiendo, pero el problema es que ese material se va procesar con el mismo sistema, repitiéndose. Este es un momento del exilio grave.

Entonces, el reto ya no es no escribir como los maestros sino tampoco como uno mismo; tal escritor se convierte en enemigo de sí mismo. El camino fácil es llegar a la vejez, luego a la muerte, escribiendo igual para siempre, como le hacen muchos escritores y pintores, cuyas variaciones estilísticas son mínimas.

Por el contrario, si se recuerda aquella etapa de juventud en la que se traía un laboratorio en la libreta y en el cerebro, será inevitable volver a esa etapa y buscar nuevas maneras de escritura, sea poeta o narrador, a la edad que sea. Y renovarse por segunda ocasión.

Como puede notarse, este largo proceso se hace en la radical soledad, exiliado de la sociedad y de los demás creadores. Es un transcurso de toda la vida en que el infierno se instala en uno mismo y no hay bombero social ni familiar que a uno lo auxilie.

De por sí, la decisión de ser escritor enfrenta demasiados problemas, en principio familiares. Mi familia quería que yo fuera comerciante o que me dedicara a alguna tarea de la tecnología. Finalmente me hice dibujante y diseñador técnico industrial, pero esto sólo me sirvió para vivir los primeros diez años laborales, de los 18 a los 28, pues cuando a los 29 gané un premio internacional pude acercarme a tareas que alimentaran un poco más mi trabajo literario que, de esos 18 a los 28, lo hice paralelamente.

Guillermo Samperio

Por otro lado, la sociedad misma no ve con buenos ojos a los escritores; somos para ella especie de zánganos que no hacemos nada más que teclear en la computadora. Sin embargo, no saben que un escritor necesita estar al tanto de todo. En principio, actualizado de lo que se está escribiendo a cada momento en la literatura; hasta dónde van avanzando las ciencias, la economía, las guerras, la historia, etcétera. Ver los canales de TV con información especializada, cine, teatro, danza, pintura, arquitectura. Etcétera, etcétera. Esto es así porque, como decía Herman Broch, el escritor debe escribir en el borde las consecuencias colmadas; o sea en el borde hasta donde ha llegado la humanidad, lo cual implica adquirir una visión a futuro y desde luego una perspectiva del pasado y la actualidad. Por decirlo así, a ningún escritor lo puede tomar por sorpresa un acontecimiento importante del mundo. Este trabajo, que se realiza a toda hora, de manera exiliada, nadie lo paga. Se gasta luz, agua, libros, cablevisión, viajes, gas, entradas a los espectáculos, etcétera, y la Secretaría de Hacienda no deduce nada de esto. Nos tienen exiliados.

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