Bicentenario de su fallecimiento
José Alfonso Suárez del Real y Aguilera
No se puede crear nada que no esté ya en uno mismo. Bernard Shaw
Este 24 de diciembre se cumplen dos siglos del fallecimiento de uno de los hombres más conspicuos en el quehacer arquitectónico y escultórico de la Nueva España: Manuel Vicente Agustín Tolsá y Sarrión.
El arquitecto y escultor, nacido en 1757, en la población de Enguera, ubicada en la comarca del Canal de Navarrés, fue un distinguido alumno de los arquitectos Bartolomé Ribelles, Vicent Gascó y Antoni Gilabert, de la Real Academia de Bellas Artes de San Carlos, en su natal Valencia, así como del escultor Juan Pascual de Mena, de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, en la capital española.
Su destreza, ingenio y creatividad le permitieron abrirse paso en la Corte madrileña, llegando a ser escultor de la cámara del rey Carlos III, ministro de la Junta de Comercio, Moneda y Minas y académico de la Academia madrileña de San Fernando.
Unido con sus libros, instrumentos de trabajo y copias de escultores clásicos del Museo Vaticano, en 1791 el inquieto Tolsá desembarcó en el puerto de Veracruz, en donde conocerá y desposará a doña María Luisa Sanz Téllez Girón y Espinosa, lo que le facilitó su acceso a la corte del virrey Juan Vicente de Güemes Pacheco de Padilla y Horcasitas, conde de Revillagigedo.
La arrolladora personalidad del valenciano le zanjó obstáculos para recibir encargos virreinales, tales como la supervisión de las obras de drenaje y agua del ayuntamiento capitalino y la forestación de la Alameda Central, la que transformó en jardín novohispano, lo que le dio fama y renombre entre la sociedad peninsular.
En reconocimiento, Tolsá recibió la encomienda de dirigir la sección de escultura de la Academia de San Carlos, así como el de hacerse cargo de concluir la bóveda y el remate de la fachada de la Catedral Metropolitana, el Ciprés de la Catedral de Puebla de los Ángeles, el soberbio edificio de la Escuela de Minería y el palacio de los Condes de Buenavista, hoy sede del Museo de San Carlos, en la colonia Tabacalera.
Por iniciativa del virrey Miguel de la Grúa Talamanca, marqués de Branciforte, fundió en la Huerta del Colegio de San Gregorio una de las obras maestras escultóricas del arte ecuestre, El Caballito, dedicada a Carlos IV, pieza inaugurada con gran boato el 9 de diciembre de 1803 en la Plaza Mayor de la ciudad; salvada por don Lucas Alamán y resguardada en el Patio Central de la antigua Universidad tras la consumación de la Independencia, desplazada hasta la confluencia de los paseos de Bucareli y Reforma en 1852, trasladada a su actual emplazamiento en 1979 y dañada por una pésima intervención en 2013.
A doscientos años de su fallecimiento, es menester parafrasear al escritor irlandés Bernard Shaw para reconocer que en sus obras se expresa Tolsá mismo, y hoy es lamentable constatar el desapego del gobierno capitalino que trasmutó en un dañino negocio, su arte y memoria en El Caballito.