Ricardo Muñoz Munguía

La primera imagen que me llega al enterarme del fallecimiento de Guillermo Samperio (Ciudad de México, 1948-2016) es la de su mirada, como si buscara la respuesta en las paredes de lona del Café Silo —lugar al que íbamos cuando no era su departamento de Yácatas—, cómo habría de considerársele, hasta que resuelve decir: “samperiano”; charlábamos sobre sus autores fundamentales y, por el énfasis que mostraba hacia Julio Cortázar, creí que se definiría por el autor de Rayuela.

Por supuesto, lo primero que nos invade cuando nos enteramos de la partida de un amigo o un ser querido, es una serie de imágenes. Es entonces que a Guillóm, como prefería que le llamara, lo veo en su sillón con Penélope Cruz clavada en un póster cuidándole la espalda, a Jonh Lennon con sus gafas redondas sobre su brazo, junto a una mujer desnuda y otros tatuajes en sus brazos, acompañándose de su amigo y asistente, Rodrigo de Sahagún. Varias circunstancias más están muy presentes, como cuando me tocó coincidir con Samperio, junto a Nacho Trejo Fuentes, para ser jurado, o la ocasión que estuvimos en una mesa sobre periodismo cultural en la Feria del Libro de León, en Guanajuato, donde lo esperé que saliera de su habitación para irnos en mi coche a la Feria, para que en el camino fuera armando cuadros narrativos de la gente y los lugares que nos encontrábamos. Y, quizá la última ocasión que pudimos compartir una mesa, fue en la Feria de Minería, en la que me invitó a presentar El príncipe Medusa, su libro de ensayos.

El pasado 14 de diciembre, día del fallecimiento de Samperio, a punto de irse a imprenta el anterior número del suplemento La Cultura en México, tuve la oportunidad de incluir el texto “Mi exilio”, que me diera Guillóm hace algunos años para su publicación, el que programé para después pero, entonces, Samperio me pidió que aún no saliera y cuando volví a insistirle, me dijo entre risas, “ya mejor déjalo para cuando me muera o para mi centenario”.

Descanse en paz, Guillermo Samperio.