BERNARDO GONZALEZ SOLANO

“La estupidez es fascinante” decía Jean Paul Sartre, el escritor y filósofo francés que en 1964 fue seleccionado con el Premio Nobel de Literatura que no quiso recibir (París, 1905=Ibidem, 1980), pero la de Nicolás Maduro Moro, el presidenta de la República Bolivariana de Venezuela no es fascinante es patética. Aún así millones de venezolanos convenencieros, a cobijo de las dádivas que les reparte el sucesor de Hugo Chávez, el devoto de la santería cubana y la caribeña, le siguen apoyando aunque Venezuela (todo mundo lo sabe) se cae a pedazos.

Al finalizar el annus horribilis 2016 y al empezar 2017, que los pronósticos auguran peor, la pregunta no es si Venezuela está al borde de una guerra civil o de un golpe de Estado, sino cuándo se iniciara una u otro. Lo ideal sería que tal posibilidad no sucediera, pero eso es algo que solo el destino determinará. Ya no es hora de continuar con subterfugios, hay que llamar a las cosas por su nombre. Venezuela está en un tris de caer en un torbellino sociopolítico del que nadie sabe cuando podrá salir. Negro futuro para la República Bolivariana. Ojalá y no.

De tal suerte, tal y como decía el científico danés Niels Henrik David Bohr (Copenhague, 1885=Valby, 1962), Premio Nobel de Física, 1922: “hacer predicciones es difícil, en especial sobre el futuro” porque la realidad las destrozará. Eso es lo que sucede si se pronostica lo que sucederá en Venezuela el próximo año: la realidad destrozará todo lo que se augure para la nación Bolivariana. Nicolás Maduro es más impredecible que lo era Hugo Chávez, que ya es decir.

No es cuestión de pesimismo, sino de pragmatismo. Los venezolanos están ya en la desesperación. Día con día el Gobierno venezolano se acerca más al desfiladero. Más allá del fanatismo ideológico de Maduro y sus incondicionales, el mandatario que se viste de bandera nacional, como clown de circo,  ha logrado dividir y enfrentar a los venezolanos entre sí, destruir su aparato productivo y encarcelar a los principales líderes de la oposición mediante juicios fraudulentos que dirigen jueces vendidos que preparan toda suerte de pruebas amañadas. Nunca antes el Poder Judicial de Venezuela estuvo tan desprestigiado y corrupto. El problema es mucho más intrincado: es la manifiesta incompetencia del Gobierno para gestionar siquiera aquellos aspectos de la realidad que todavía están, al menos en teoría, bajo su control.

Lo anterior no son infundios. Lo demuestra el caos originado por la brillante  “decisión”, de sus asesores económicos y financieros, de sustituir los billetes de 100 bolívares por otros de 500. El Banco Central de Venezuela anunció el 7 de diciembre el lanzamiento de nuevos billetes y monedas en medio de una severa depreciación de su divisa, misma que ha perdido el 59% de su valor. Los nuevos billetes serían de (20,000, 10,000, 5,000, 2,000, 1,000 y 500 bolívares) y monedas (de 100, 50 y 10) y según se anunció empezarían a circular el jueves 15 de diciembre. El billete de mayor circulación (20,000 bolívares), valdría 200 veces más que el que circulaba de más alta denominación de 100. Decisión que más bien pareciera una obra de teatro kafkiana, como si la capacidad del régimen de Maduro no pareciera tener fin para infligir sufrimientos y molestias a los venezolanos, al tiempo que vuelve a responsabilizar a otros (sus preferidos son Estados Unidos de América y España) de un caos que únicamente él y su ignorancia e incompetencia han creado.

En tales circunstancias, el viernes 16 de diciembre en doce estados venezolanos tuvieron lugar enfrentamientos, saqueos, protestas, disturbios entre civiles y policías, en la primera jornada tras el supuesto retiro de circulación de los billetes de 100 bolívares (devaluados), que representan casi el 75% del dinero en efectivo del país (seis mil millones de billetes). No podía ser de otra manera. Desesperados por el infructuoso cambio del principal papel moneda del país, la población hizo largas filas en los bancos para tratar de cambiar sus viejos billetes de 100 bolívares por otros de mayor y menor denominación, lo que originó que en muchas ciudades se produjeran protestas ante las instituciones bancarias y  saquearan comercios de todo tipo. La policía utilizó gases lacrimógenos y perdigones para tratar de controlar a las enardecidas multitudes que saqueaban carnicerías, fruterías y tiendas de ropa, entre otros.  Otro capítulo de la crisis que sufre el país bolivariano.

VenezuelaLos medios de comunicación dieron cuenta de la ira de la población al no recibir ayuda del Banco Central, mientras que en los cajeros automáticos se seguía entregando los billetes cancelados de 100 bolívares, en la peor época del año, en diciembre, cuando se necesitan billetes para comprar, aunado a que la inflación es de más de 750%, lo que ha pulverizado el valor de sus ingresos y disparado los precios.

El partido de la Mesa de la Unidad Democrática, la oposición que hace un año ganó la mayoría en la Asamblea de Representantes, denunció el caos que originó la falta de dinero en efectivo en los estados de Anzoátegui, Barinas, Bolívar, Maracaibo, Mérida, Monagas, Táchira, Lara, Yaracuy, Zulia y Trujillo, y afirmó que todas las manifestaciones de protesta respondían, siempre, a la escasez de dinero de varias denominaciones. Además, ni bancos ni establecimientos comerciales aceptaban los billetes prohibidos por orden gubernamental. El presidente del Congreso, el opositor Henry Ramos Allup escribió en su Twitter: “Intentos de saqueos en varios lugares del país. Situación agravada por falta de efectivo. Nuevos billetes no aparecen “.

La excusa para cambiar los billetes de 100 bolívares, dijo Maduro, “era combatir a las mafias internacionales”, ignorando que los venezolanos realizaban la mayoría de sus compras con esa denominación. La genial medida causó, por lo menos, un muerto y mas de 300 detenidos en el país. En su programa semanal, “Contacto con Maduro“, el presidente se encargó de dar a conocer su “parte de guerra”. Responsabilizó, no podía ser de otra manera, a la oposición de los focos de violencia: “ya están bajo rejas, no venga ahora la Mesa de la Unidad a pedir que son presos políticos”.

En el estado sureño de Bolívar, tuvo que ordenarse toque de queda desde el sábado 17 hasta el lunes 19 de diciembre. En el mismo estado se destrozaron 150 comercios, y diputados y líderes de la oposición reportaron cuatro muertos y varios heridos, sin que hubiese confirmación oficial. Para el domingo 18 de diciembre, Venezuela volvió, poco a poco, a la calma, con fuerte presencia militar en algunas localidades del sur.

Lo peor del caso es que tras las protestas, Nicolás Maduro anunció, la noche del sábado 17, la prórroga de la circulación del billete de 100 bolívares hasta el 2 de enero. Algunos de los cajeros automáticos de los bancos públicos y privados siguieron expendiendo billetes de menos denominación, aunque desde el lunes 19 retornaron a la “normalidad” y emitían billetes de 100 bolívares. La locura venezolana a la manera de Maduro.

Hoy por hoy, la República Bolivariana de Venezuela es un completo desastre económico, político y de seguridad donde la criminalidad, la corrupción y el contrabando están a la orden del día. Los habitantes del Arauca vibrador no se merecen un (des)gobierno como el del ahijado de Hugo Chávez, que además de coartar sus libertades políticas y civiles, ha destruido su economía y provocado un doble desabastecimiento alimentario y sanitario, que dibuja una inmensa paradoja: la de un país rico en recursos petroleros sumido en una gravísima crisis social y política. Declive que empezó en el gobierno del santero Hugo Chávez, que soñó en ser el heredero de Fidel Castro Ruz en todo América Latina, regalando, por no decir despilfarrando, la riqueza petrolera de su país.

De tal suerte, el joven político venezolano Lester Toledo, uno de los fundadores del partido Voluntad Popular, al que pertenece también el principal preso político puesto tras las rejas por Nicolás Maduro, Leopoldo López (que prefirió entregarse él mismo a la policía cuando supo que lo iban a detener), en una entrevista al periódico madrileño El País, declaró que “la comunidad internacional no puede seguir creyendo que Venezuela es un país normal”. Urge, por tanto, que Maduro reconozca que la capacidad de sufrimiento de los venezolanos ya se agotó y que con la ayuda de los mediadores internacionales, incluyendo a la Ciudad del Vaticano, de un paso al lado e inicie un proceso de transición que permita a los hijos de ese país suramericano recibir alimentos, medicinas, y demás productos de primera necesidad, así como la seguridad y la libertad.

El gobierno de Maduro hace tiempo dejó de actuar legalmente. El Estado de Derecho solo existe en los libritos en que se imprimió la Constitución de Venezuela. Tiene bajo su capricho al Tribunal Supremo, que ha dispuesto nulificar el poder de la Asamblea Nacional, que desde hace un año tiene una mayoría de oposición. Por tal motivo, el parlamento venezolano declaró el 13 de diciembre “la responsabilidad política” del presidente en la grave crisis del país y solicitará a la Fiscalía que investigue si existen razones para abrir un juicio contra el mandatario que lleve a su destitución.

La votación de ese día fue aprobada por la mayoría, después de que los diputados chavistas se retiraron del recinto, denunciando un “golpe de Estado” y recordando que el “juicio político” no existe en su Carta Magna y que las decisiones del Legislativo son improcedentes desde que el Tribunal Supremo (bajo las órdenes del Ejecutivo) lo declaró en “desacato”. Después de una larga discusión, el presidente camaral, Henry Ramos Allup, anunció que por “unanimidad” se aprobaba el acuerdo que declara “la responsabilidad política del presidente por la grave ruptura del orden constitucional y democrático, la violación de derechos humanos y la devastación de las bases económicas  y sociales de la nación”. Nada más, nada menos. Cúmplase. VALE.