A tiro de piedra, de Daniel Téllez

Nabil Valles Dena

El poemario de Daniel Téllez, como se indica en su título, es una incitación. Se busca en el lector un cómplice para el juego no sencillo, pero bien ensayado en la infancia, de arrojar una piedra contra un blanco. La diferencia entre el tiempo en que arrojábamos las primeras piedras y este, en el que escribe Téllez, es —luego de muchos descalabros— la lección de que no cualquiera puede fungir como un cómplice. Se necesita, para satisfacer el impulso, una malicia afín a la propia, una hermana inquietud espiritual. Un cómplice no puede ser cualquiera. Esa es la razón por la que en A tiro de piedra, Téllez se permite escribir para cierto tipo de lectores; es selectivo, exigente: pide un lector dispuesto a pasar por los lugares del intelecto que él ha recorrido y le significan, pero también por los lugares comunes y la sensiblería de la época; un lector todo terreno, un compañero de viaje. Su propuesta explora los lenguajes de la botánica, la medicina y la biología; presenta referentes históricos que comunican la actualidad con diferentes pasados, desde la infancia reconstruida en poemas como “Calle Téllez”, hasta la época de conquista en “Paralelo Bacalar”.

En la elección de sus temas, no es sentimental. Los espacios que recorre son —muchas veces— sitios áridos de la experiencia, lugares donde se está con incomodidad. Ahí, donde la lectura nos conduce o a donde nos arroja, está el blanco: el punto donde habrá de acertar la pedrada. Hay referencias al mundo del box, la cultura pop y la sociedad del espectáculo: se nos presentan Sasha Sokol y Roy Rosello como modelos a seguir para una adolescencia que los sueña desde la mediocridad; pero el entramado de Téllez no acaba aquí. En algún punto, los intertextos que remiten a lo cotidiano y lo vulgar dialogan con otros en que traslucen las lecturas formativas del autor y sus influencias. Participan de esta conversación Elliot, Pound, Dickinson, Cernuda, Juan Ramón Jiménez, José Ángel Valente, López Velarde, Zurita, Renán y Juarroz. A partir de estos contactos, el autor reflexiona sobre el acto creativo en un ejercicio metatextual, y establece las bases de su poética: una en la que tienen cabida el verso libre y la prosa, los poemas titulados y los que se numeran para formar una serie; lo personal y lo político, lo antiguo y lo moderno, el oficio creativo y la crítica literaria; elementos ligados por vínculos —a veces inusuales— pero sólidos. Quizás, el concepto que más se acerca a la intención pragmática del poemario sea el de hipertextualidad. Esta idea se refuerza en la recurrencia de imágenes que aluden a las tramas como estructuras fundamentales de la realidad: el cangrejo y la trabazón de sus patas, el caprichoso amarre de ciertas plantas o frutos en ristras o la metástasis de una célula del cáncer. Para hablar de la estructura de A tiro de piedra en un lenguaje convencional —traicionando el pacto de hermetismo entre el autor y sus lectores— yo abreviaría la descripción usando las palabras raíz y racimo, diría también la palabra constelación.

Los diversos asuntos del poemario y los hilos que los conectan parten de un propósito central: el de la crítica como creación. El libro está dividido en cinco apartados: Traer a colación, donde se hacen evidentes la incongruencia y la simulación socialmente aceptadas y aplaudidas. En “Chicano Power”, uno de los textos comprendidos en él, se caricaturiza el estereotipo del mexicano radicado en Estados Unidos que destaca en la lucha libre y adquiere con ello, un estatus de ficción que lo vuelve distinto de sus connacionales y hasta de sí mismo: “Lo que le gusta es que le den/ poco trabajo, pero es un buen lugar,/ de prestigio le podríamos llamar./ Su hermano lo pulió en la riña/ y desde hace diez años/ Aquí lo tienen”.

En “Con el tiempo y una caña” hay dos posibles lecturas; a partir del cuento de Caperucita Roja, por una parte, se critica a los intelectuales que se asombran ante la bestialidad del deseo, deseo que puede ser la pulsión del artista hacia el lugar común, la cursilería o ciertas lecturas desautorizadas. Estos eruditos han analizado las interpretaciones del cuento clásico y, como es natural, encuentran que el “accidente” de Caperucita, es en realidad consecuencia del descubrimiento de la sexualidad, y su abandono a las seducciones del lobo. No obstante estos “gamberrotes” tan educados en la cuestión, desean la carne tierna de una adolescente o los deslices sabidos de la escritura con la misma animalidad que el lobo. Quieren poseerla, o poseer el derecho a lo que condenan, cobrar, como “pillos tablajeros”, el derecho de pernada que les confiere el trabajo intelectual. En “Piel de refugiado” se ponen en evidencia la xenofobia y la discriminación; la democracia mentida de los países del primer mundo. En “Tolokónikova”, se reproduce un hecho de actualidad para cuestionar las intenciones del activismo social. Nadheshda Tolokónikova, joven artista del performance alcanzó la fama y fue encarcelada por ocasionar disturbios, durante protestas de contenido social, ambiental o político. Al observar la fotografía de la mujer en las revistas de espectáculos incluida en la lista de las 100 más deseadas del mundo, el poeta se pregunta qué fue de la ideología. “Unitalla” es, desde mi lectura, una piedra arrojada hacia el adoctrinamiento, posiblemente el de la crítica textual. Aunque también puede referirse, en una interpretación más coloquial, a los estándares de belleza de la época. El poema remite al ideal estético que promueve las tallas negativas o la unicidad de la talla. “Habla la monja de Amherst”, dice el verso inicial, en una clara alusión a Emily Dickinson, cuya poesía encontraba la belleza y la profundidad filosófica en la delgadez del verso, su inconclusión o su laconismo.

El segundo apartado, Respiración artificial se compone de una serie de poemas sin título. La crítica aquí, se asume desde una actitud similar a la de Monsiváis en las crónicas de Días de guardar o la de Agustín Monsreal en el cuentario Las terrazas del purgatorio. Estos textos, como el de Téllez, reflexionan con ironía y un dejo de lamentación sobre la cultura de masas, el mundo del espectáculo y la sociedad de nuestro tiempo. “Nosotros veíamos dramones americanos / en busca del sentido a nuestras vidas”, dice el poeta en medio del desencanto de un vivir mediatizado, artificial y frívolo: “se suponía que nos habíamos ganado a pulso/ un futuro de clase media/ pero la época infatuada se volvió grotesca de repente […]/ cualquiera de nosotros no se estancó en el tiempo/ porque toda tribulación tenía el rostro del desastre/ y la vida mediterránea prometida/ era sólo una siniestra alternativa/ para concebir lo que podría pasarle al tiempo”.

La tercera parte, bajo el subtítulo de Fragor fuera del pecho, recoge en una serie de poemas en prosa el jocoso imaginario de Téllez sobre las consecuencias de sus quejas y reclamos. Está consciente de que lo apedrearán, le lanzarán tomates por lo dicho y lo callado. Eso, hasta que Pedro Bernardone, también conocido como San Francisco de Asís, lo salve, para luego azotarlo y encerrarlo.

Todo está sobre la mesa y Henos aquí concentran las meditaciones del autor en torno a la propia escritura y el diálogo con sus maestros, los que le indujeron en el oficio o los que comparten sus creencias sobre el hecho artístico. En el penúltimo apartado la voz poética conversa con Zurita a quien confía sus angustias en torno a la escritura: “(…) No hay afectos, Zurita. Es la eterna reescritura. La geografía de la conciencia. El cerco del pasado”.

En el camino se encuentran pocos cómplices. “Los lectores de poesía son la inmensa minoría”, dice el poeta, pero a solas o acompañado, lo que nos deja claro es que no se arrepentirá de este largo periplo por la poesía, por arrojar la piedra contra todo y todos, libre él y dueño de su pecado.

Daniel Téllez, A tiro de piedra. UNAM/Bobonos Editores, 84 pp.

@Nabil28255001