Anatomía de un fantasma, de María Paz Amaro
Gerardo Cárdenas
Casas pobladas de recuerdos moribundos que, sin embargo, se aferran a la piel; amores que mueren de silencio; cosas sabidas que se quedan en lo entredicho y lo asumido. No es una película de Bergman pero hay algo profundamente bergmaniano en Anatomía de un fantasma (Lumen, 2016), primera novela de María Paz Amaro.
El fantasma, spoiler alert, es el padre de la protagonista, Julia Volterra, que desaparece del hogar familiar en un momento de crisis, y sólo reaparece, años después, como un cadáver encontrado sin razón ni historia.
Como todo aquel que ha sido huérfano desde muy temprana de edad, las historias que giran en torno a un padre largamente ausente tienen la virtud de atraparme de forma inmediata. A final de cuentas, uno busca en la literatura pedazos, atisbos, resquicios de su propia existencia. Me encontré rápidamente sumergido en la novela, buscando tanto esos pedazos de mi propia historia, como las claves que va dejando la autora capítulo a capítulo.
La historia que cuenta Anatomía de un fantasma es la de una familia que se va desmoronando entre silencios, mentiras, resabios y locura. Julia Volterra, única mujer de tres hijos, la hija de en medio, ve este desmoronamiento entre recuerdos de una infancia que muy pronto dejó de ser feliz, los de una adolescencia sacudida por temores, ansias, rivalidades y complejas complicidades, y un presente de extrema fragilidad.
Dos casas presiden la vida de Julia: aquella donde creció hasta la desaparición del padre y la muerte de Joaquín, su hermano menor; y aquella a la que su familia se muda frente a lo irremediable de la ausencia paterna, y la necesidad de cambiar de estamento social. En ambas casas, la madre merodea entre episodios de locura y de un rencor inagotable.
La repentina aparición del cadáver del padre no ofrece un punto de resolución; por el contrario, ahonda las dudas y abre nuevos espacios donde informaciones que debieron haber permanecido soterradas afloran con violencia y descargan su ira sobre Julia.
De pronto, caigo en la cuenta: el fantasma no es el padre ausente y luego muerto. Inclusive, su vida puede ser la única que tenga dimensión y peso. Es el único personaje que parece movido por pasiones y ambiciones reales, carnales. Es Julia quien es un fantasma; es Julia y sus hermanos, el vivo y el muerto; es Julia y su madre, que desestabiliza el ambiente físico de las casas de la misma manera que lo hace un poltergeist. Y lo son también las amigas del colegio, los amores de Julia.
Julia es un fantasma que todo lo dibuja: de la misma manera que un fantasma puede hacérsenos presente mediante un frío aliento que se posa sobre nuestra piel, o a través del movimiento inesperado de un objeto, o como una sombra que vemos por el rabillo del ojo, Julia se manifiesta a otros a través de sus dibujos. Pero Julia no se dibuja a sí misma, como el fantasma tal vez no sea capaz de ver su propio reflejo.
Como en las placas de la Anatomía de Gray, Julia nos va dibujando capítulo a capítulo los huesos, músculos, articulaciones, venas y arterias de una historia cargada de grises, de voces sofocadas, de polillas muertas escondidas como trampas en rincones de pasillos y habitaciones. Es el recorrido de un fantasma: tal vez el fantasma de esa mujer que no termina de creer que lo es, tal vez el de la ausencia del padre; tal vez el fantasma de un amor que nunca fue, de cosas que nunca se dijeron, de porvenires que se consumieron mucho antes de realizarse.
Es, también, un estupendo debut de una escritora que ha encontrado voz y lenguajes propios, lo que no es poco para una opera prima.
Gerardo Cárdenas, escritor y periodista mexicano, reside en Chicago.


