BERNARDO GONZALEZ SOLANO

En cuestiones tan serias como la elección de un Presidente de Estados Unidos de América (EUA), hacerla de pitonisa no es correcto, sobre todo después de una jornada electoral tan complicada como la que terminó el 8 de noviembre del año pasado cuando, contra todos los pronósticos,  ganó el impredecible magnate inmobiliario Donald John Trump. El hecho es que el gigantón rubio, alfa macho, señor que ha contraído matrimonio con tres mujeres, con nutrida prole, todavía alguno en edad escolar, ya vive en la Casa Blanca. Si los hados lo protegen ese sería su domicilio durante ocho años. Dios no lo quiera.

Ese es el punto: muchos analistas indican que no terminará ni su primer periodo. Su desasosiego irremediablemente lo conducirá al temido impeachment. En pocas horas después de haber jurado el importantísimo cargo de Presidente de todos los estadounidenses demostró impericia gubernativa que asusta. A la manera del Tío Sam ganó las elecciones pero no el respeto del pueblo. En cuestión de horas, el hombre que derrotó a 16 competidores republicanos, y a una fuerte adversaria demócrata –que obtuvo casi tres millones de votos populares más que él–, se enfrentó al anverso de la moneda: la resistencia ciudadana, representada en una Marcha de las Mujeres histórica, las mismas que según dice le permiten todo a un “hombre triunfador”, como él. Parece que no es así. Al grado que en no mucho tiempo podría costarle el puesto. Alea jacta est.

En contra de lo que piensa Trump, el 45o. Presidente no es Estados Unidos. Representa sólo una parte de la sociedad estadounidense. La multitudinaria marcha del sábado 21 de enero, la Marcha de las Mujeres, lo puso en claro. Trump mismo dividió a su país, como hacía en los reality show de televisión, cuando empezó a cobrar fama que le hizo pensar en el alto puesto. El boquiflojo empresario, que odia a México y a los terroristas del Estado Islámico, segregó a los ganadores de los perdedores (siempre cree pertenecer a los primeros). A estos les prometió el cielo (“Que América sea grande otra vez”), y a los segundos los relegó al olvido. Pero resulta que estos nunca callarán.

Guste o no, la llegada de Donald Trump al poder marca un hito histórico que pone fin a una hegemonía anglosajona que creó el orden internacional que todavía vivimos, iniciado desde el fin de la Segunda Guerra Mundial y que desembocó en la temida y a las veces deseada globalización. En 1945, al triunfo de los Aliados, nació este periodo, más de siete décadas que parecen no llegar mas lejos. El Brexit en Inglaterra y el arribo de Trump a la Casa Blanca abren una falla geopolítica y económica por la que Washington y Londres parecen renunciar –“voluntariamente”– a más de 200 años de dominio político, económico, cultural y militar anglosajón.  La (in)cultura de Trump acelera los acontecimientos, dentro y fuera del extenso territorio de la Unión Americana.

La prisa marca los pasos de Trump y la incertidumbre. Ya son innumerables los que piensan que el nuevo presidente de EUA es un dado lanzado al aire (para que se compruebe que es propietario de casinos): nadie sabe de qué lado caerá. Ese es su poder, pero también es su peligro. Con él todo es un riesgo.

Apenas tomó el poder el viernes 20 de enero y en una semana ha utilizado su cuenta de Twitter como si fuera un quinceañero. En descargas de 140 caracteres ha agrietado las relaciones con la República Popular China hasta el punto de que reviva el fantasma de la confrontación.  Por el contrario, como si fuera un juego, casi “desapareció” la lejanía y enfrentamiento entre Washington y Moscú y en su lugar “presume” una nueva época de amistad con otro macho alfa –que también hace ostentación de su fortaleza física y misoginia–, el implacable Vladimir Putin, al que convence de no responder la expulsión de  personal de la embajada rusa en EUA, por órdenes del presidente Barack Obama, una vez que las agencias de inteligencia estadounidenses presentaron un estudio en el que se afirmaba que el gobierno ruso había “hackeado” las elecciones de EUA en beneficio de Trump. La OTAN no se salvó de la ofensiva del nuevo mandatario. En entrevista exclusiva, trató de exhibir a Angela Merkel como una gobernante “inexperta” y ya ni se diga de todos los exabruptos en contra de México, el vecino débil del sur.

Con tantos frentes abiertos, no sorprende que llegue a la Casa Blanca con los índices de aceptación más bajos de la historia. Según Gallup, el 51% de la población lo desaprueba, frente a un 44% que le apoya. Obama llegó a tener el 83% de aprobación en su primera toma de posesión. Sin embargo, aunque asume el poder con una valoración mínima, tiene un vector fundamental: el índice de confianza del consumidor nunca, desde 2001, había sido tan alto. Una mayoría de estadounidenses  –sobre todo la población blanca madura– confía en que el país prosperará  bajo las promesas de recorte fiscal y desregulación. Algo similar sucede con Wall Street y el mercado bursátil.

En pocas palabras, Trump no la tiene nada sencilla. Aunque en varios rubros el jefe de Estado norteamericano tiene autonomía, en el terreno fiscal debe convencer al Congreso. Pese a que los Republicanos tienen mayoría en el Congreso, en la tierra del Tío Sam hay una respetable tradición de resistencia a la aplanadora presidencial. Ese contrapeso tiene en sus manos la clave del mandato de Trump. En tales circunstancias tiene que explotar al máximo a un aliado que puede ser su peor enemigo: él mismo.

Soberbio y hablador, es raro no verlo caer en la desmesura, como cuando afirmó que su bestseller –que muchos suponen no escribió personalmente sino lo hizo un ghost writer (un escritor alquilado)–: The Art of the Deal (El arte del trato), era el libro más importante jamás escrito después de la Biblia. Propios y extraños están de acuerdo que su ego no tiene límite. Sus exabruptos, su red empresarial, enraizada en lo más viscoso del pantano inmobiliario, son una bomba de tiempo que puede estallar en cualquier momento. Lo mismo sucede con sus “preferencias” personales en las que se enredan sus inclinaciones por la vida en los casinos –más de uno ha tenido que declarar en quiebra–, así como denuncias de índole laboral y sexual (por numerosas mujeres ofendidas), y extraños vínculos con gente de la mafia italiana.

En cierta forma, Trump actúa como si las leyes no actuaran en contra suya. Como si fuera suficiente salvar el conflicto de intereses en su nuevo desempeño, la creación de un fideicomiso para evitar dirigir sus negocios, poniendo al frente a dos de sus hijos. Con el ánimo de soslayar el nepotismo, deja fuera de los nombramientos oficiales a su hija Ivanka (su alter ego femenino), pero en cambio designa asesor especial a su esposo, Jared Kushner. El judío que hizo que la hija del mandatario adoptara su religión al contraer matrimonio. Jared, además, es el “contacto” de Luis Videgaray Caso con el gobierno de Trump para negociar el Tratado de Libre Comercio y otros problemas entre ambos gobiernos. Pronto se verá de qué lado se encuentran los verdaderos intereses del yerno de Donald Trump.

Por mucho que las leyes eximan a Trump, el conflicto de intereses le acechan a cada paso. Los medios de comunicación -que el presidente declaró como sus enemigos porque son “muy deshonestos”– diariamente lo denuncian y cualquier falla puede significar el punto final para su mandato. Hasta el momento su instinto de supervivencia le ha salvado. Siempre ha ganado. Pero con este hombre el futuro es un gran enigma. Parece olvidar que no siempre se gana. Forzosamente hay que perder. Ese es el riesgo para Estados Unidos de América. Con Trump todo se precipita. No elude ningún reto. Apuesta a todo. Como los toros, le entra a todos los capotes. Por eso su mandato no tiene un propósito definido. Nadie sabe con seguridad como y cuando acabará. No tiene freno. Su ruleta ya gira. ¿Blanco o negro? Por el momento, Donald John Trump ya es presidente. ¿Hasta cuándo? Chi lo sà?

Nada es previsible con el nuevo mandatario estadounidense. El vértigo es su marca. Pero para esto hay la contra. No todo está dicho. En EUA y en el resto del mundo hay quienes le darán batalla. No solo mujeres, las ofendidas. Trump tiene muchos adversarios nuevos. Quizás más fuertes que los que tuvo antes del 8 de noviembre de 2016. Hubo tanta gente en las calles de Washington y otras ciudades de EUA y el resto del mundo, en contra de Donald Trump el sábado 21 de enero, que las manifestaciones se convirtieron en concentraciones. ¡Qué triunfo! VALE.