Constitución de 1917
Humberto Guzmán
Hoy se cumplen cien años de la promulgación de la Constitución Política mexicana de 1917. En lo particular, en este año histórico fue asesinado por motivos políticos mi abuelo Emerenciano Guzmán Cerrato, carrancista en Salvatierra, Guanajuato; en todo caso fue un asunto de microhistoria de una ciudad del Bajío. Puede ser un asunto modesto en la contienda revolucionaria de aquellos años en México, pero que, para mi mundo interior, posee relevancia. Sin embargo, también me sirve para exponer algunas ideas.
La Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos fue expedida por el presidente Venustiano Carranza como un fruto fundamental del movimiento revolucionario que ensangrentó el país desde 1910. Fue la primera en el siglo XX en hacer suyos los derechos sociales; se le podría llamar socialista si este término no se deslizara por otros ámbitos.
Recuerdo que unos amigos míos de familia española de los años sesenta me contaron que su abuelo, que vivía en Barcelona, les decía “vosotros sois esóticos (sic)”, por el hecho de ser indianos y porque vivían en un país “comunista, represor de la religión”. Cuando me lo dijeron me quedé atónito. Fuera de México se decía eso, cuando gente del país gritaba a voz en cuello, entonces y aun ahora, que el gobierno de México era “reaccionario”, “burgués”, al servicio del “capital y de Estados Unidos” y en contra de su pueblo. Señalaban expresamente al Partido Revolucionario Institucional como el ogro de ese relato. Y, agregaban algunos, había que hacer una revolución socialista —¡después de la social de 1910!— Mejor me hubiera parecido que se hiciera cumplir la Constitución lograda, la de 1917.
Este es el problema en realidad. ¿Para qué se legisla, para qué se hacen leyes que no se llegan a poner en práctica, que no tienen órganos ni gente capaz de hacerlas cumplir? Se cree que basta con hacer un buen catálogo de leyes para que en la comunidad a la que van dirigidas impere el orden. Pero no es así. Esa sería la primera parte; la segunda, indispensable, es su cumplimiento. ¿Quiénes y con qué medios lo harían? Aterra imaginar que uno puede caer, en una acusación falsa o improvisada, en manos de gente sin preparación o sin talento para deslindar la verdad de los hechos, por ejemplo, sin contar la corrupción.
Imagino que Emerenciano Guzmán, nacido en Moroleón, Guanajuato, en 1879, pensaba que cuando se contara con la nueva Constitución, heredera de las de 1857 y 1824, iba a convertirse la nación en una especie de paraíso terrenal, que ya no se suscitarían los problemas que los revolucionarios esperaron resolver con el levantamiento armado.
¿Y qué es lo que ha ocurrido desde entonces? ¿Aquellos ciudadanos esperanzados reconocerían los logros del México contemporáneo como suyos? No están para decírnoslo. Pese a esto, nuestra Constitución de 1917 fue un antecedente en su género para el mundo, cuyos aciertos algunos no solo no reconocen sino que pretenden echarlos abajo. ¿O no hablan de “refundar México”?
Los tiempos y las circunstancias cambian, por lo que un documento como la Constitución de 1917 no podía quedar en su escritura original a través de cien años.
Quienes piensan que las características de un documento como este debe permanecer intocable, carecen de un sentido de la historia que, por sí misma, es movimiento y transformación. O bien que deba multiplicarse, como se entiende de los que han afirmado que se requiere una Constitución indígena —luego dirían, una para cada pueblo indio—. Una Constitución para todos los mexicanos y no muchas pequeñas constituciones que lo único que crearían son ínsulas y disgregación. Aunque existen las constituciones estatales.
He recurrido a la ficción —La congregación de los muertos o El enigma de Emerenciano Guzmán, 2013— de que Emerenciano tuvo graves dificultades con algunos de sus correligionarios, entre ellos su victimario, por lo que él consideró los logros de la Revolución Mexicana. Entre estos estaban (y están) el sufragio efectivo, no reelección y las garantías individuales, el derecho al trabajo y a la salud, al libre movimiento y a la libertad de expresión, la propiedad privada y evitar el abuso de unos sobre otros. Un Estado que asfixia y mata a sus ciudadanos en aras del interés nacional cae en una aberración inaceptable.
De acuerdo con Emerenciano Guzmán, y tantos otros, creo que la Constitución de 1917 sigue vigente, solo hay que saber aplicarla. Para que los que murieron para dar como resultado (lo hayan sabido o no) estas leyes constitucionales, que prefiguraron un Estado moderno, no haya sido en vano.



