Juan Antonio Rosado

Desde Thomas Jefferson es clara la animadversión de los Estados Unidos hacia todo lo que tenga que ver con España y el mundo hispánico. Tal envidia por una cultura milenaria, tal resentimiento ante lo que fue un imperio que expandió su lengua y tradición a otros rincones se reflejó en Joel Poinsett, el yanqui que dividió México en el siglo XIX. Por su influencia y la complicidad de varios mexicanos, gran cantidad de españoles fue expulsada. ¿A dónde se dirigió con sus inmensos capitales? A Estados Unidos, donde, como era de esperarse, aumentaron la riqueza de dicha nación. Desde entonces sabemos que hay mexicanos débiles en el gobierno, peleles incapaces de decir “no” al vecino país. La inestabilidad, el caos, la inseguridad y debilidad, la mente colonizada de los mexicanos de aquel entonces fue percibida por el gobierno yanqui, quien naturalmente se siguió aprovechando para convertir poco a poco a México y a otras naciones hispanoamericanas en sus neocolonias económicas e incluso políticas.

En el mismo siglo XIX, Estados Unidos trató de comprar Cuba. Ante la negativa de la reina española, sorpresivamente explotó el barco Maine (la explosión vino de adentro). Ese fue el pretexto para que el país del norte le hiciera la guerra (un gran negocio) a España y le arrebatara sus últimas colonias en 1898. Tiempo después, Richard Lasing le escribe al presidente Wilson: “México es un país extraordinariamente fácil de dominar porque basta controlar a un solo hombre: el Presidente”. Allí propuso que había que educar a los mexicanos “en nuestros valores y en el respeto al liderazgo de Estados unidos”. En esa época, crecía en Latinoamérica la admiración por un país joven, pero arrogante, explotador, cada vez más armado y lleno de intereses. Su oportunismo ante la inestabilidad y corrupción interna de las incipientes naciones mestizas se desarrolló a base de latrocinio disfrazado y tratados desiguales. Empresas y corporaciones como la United Fruit Company sembraron miseria en Centroamérica y destruyeron las economías locales. ¿Para qué resumir libros como El imperio del banano, Fruto amargo o Las venas abiertas de América Latina?

La situación no ha cambiado. La corrupción y debilidad de nuestros gobiernos va cediendo oscuramente frente a los gritos histéricos del imperialismo, ávido por reconquistar sus neocolonias (México en primer lugar). Construir un muro y que lo pague el pueblo mexicano (explotado por sus propios políticos) es esencial para consolidar el patio trasero. Pero lo más patético no es el muro de Donald Trump ni los millones de dólares que costará (millones que podrían amenguar la pobreza de su país). Lo más patético es el miedo del gobierno mexicano y de mucha gente con la mente colonizada, que anhela ser como ellos porque depende emocional, sicológica y económicamente de ellos. Contaré una pequeña anécdota personal: mi padre fue puertorriqueño y obviamente tenía pasaporte estadounidense. Yo fui binacional hasta los 18. A esa edad tuve que decidir si ser mexicano o gringo; era una opción en aquella época (1983). Opté por lo primero no sólo porque este país me dio de comer, aquí nací y yo ya trabajaba por su cultura, sino porque conocía el peligro de ser enrolado en las filas del ejército de una nación que ha vivido y sigue viviendo de las armas y de la guerra. Si México no fuera neocolonia, si tuviera dignidad, no le tendría miedo a ningún muro y ni siquiera a romper relaciones con Estados Unidos. Sólo desarrollaría más su propia industria; produciría su propia gasolina sin tener que importarla (si no lo hace es porque resulta un negocio personal para muchos corruptos que en el fondo desprecian a su país); México crearía más refinerías y las protegería con el ejército; invertiría en la producción de marcas propias de coches y haría crecer su propia industria. Existe la riqueza para hacerlo, sin tener que castigar a los contribuyentes con inflaciones, devaluaciones, impuestos, multas e infracciones absurdas. La India posee su propia industria y su propia tecnología; su desarrollo económico ha sido ejemplar. Se trata de una cultura milenaria, pero como nación es más joven que México; sin embargo, es una nación digna e independiente, que en general vive de lo que produce, como siempre lo hizo China, otra cultura milenaria que jamás necesitó de nadie y por ello los ingleses tuvieron que inventar la guerra del opio, uno de los episodios más inmorales de la historia occidental. Trump, hombre amoral, maquivélico en el peor de los sentidos, negociante antes que político, ¿será capaz de convertir al mundo en un nuevo campo de batalla? Ahora se hace el mártir diciendo que México abusó de Estados Unidos con el TLC, cuando todos sabemos que ha sido justo lo contrario, sólo que ahora no le basta a Trump y desea aumentar la desigualdad: los yanquis podrán exportar toda su basura a México, pero México no. Nuestro país posee toda la riqueza física, humana y material para ser independiente, pero sus gobernantes han insistido en que es mejor ser dependientes…, y dependientes nada menos que de los Estados Unidos.