Juan Antonio Rosado

Leer (y no sólo escribir) puede ser también un arte. Ya lo sostenía Oscar Wilde en el diálogo El crítico artista. Decodificar, comprender los contextos y todo elemento textual (o extratextual tácito) son habilidades que se adquieren con los años. En principio, el lector debe distanciarse de la obra, o por lo menos oponer cierta resistencia a fin de descubrir las estrategias y recursos que el autor emplea para capturar la atención y mantenernos en tensión hasta convertirnos en cómplices del mundo representado. No obstante, hay mitos que persisten sobre todo en lectores jóvenes. Uno de los más frecuentes es que todo lector debe “empatizar” o “identificarse” con el protagonista de la narración. Nada más absurdo en el terreno de la lectura de obras artísticas, incluso si se trata del “héroe”. En realidad, si un personaje nos parece antipático o nos cae muy mal significa quizá que el autor deseó hacerlo así: posee vida y produce efectos en nosotros. Menciono esto porque he conocido a lectores que creen que deben identificarse con el héroe. No todos los personajes tienen que ser “héroes” o el “príncipe azul”. En este aspecto, Dostoievsky es un maestro. Nietzsche escribió que él aprendió más sicología leyendo a Dostoievsky que a los sicólogos. En el autor ruso, y en Stendhal, Flaubert y otros, ya no hay héroes ni antihéroes. Un antecedente de todos ellos es Benjamin Constant, creador de una joya de la narrativa sicológica: Adoplhe, que la crítica suele asociar al romanticismo, pero que a mi juicio antecede y prefigura no sólo la futura novela sicológica exenta de maniqueísmos, sino también la capacidad de concisión, emparentada con la intensidad.

El ser humano es un ente contradictorio, paradojal, lleno de dudas, temores, incertidumbres, impulsos, instintos destructivos o eróticos. Nunca terminamos de conocer a una persona o a un personaje bien estructurado porque ni cada uno de nosotros llega a hacerlo consigo mismo en toda la vida. Es verdad que hay gente (y personajes) muy simples, por lo menos en apariencia, y también que, por ejemplo, en un relato infantil, el héroe debe proporcionar ciertos valores a los niños. En este caso, el protagonista producirá simpatía. Es impensable un Harry Potter que robe, viole o traicione: sería nefasto para el mercado. En Dostoievsky, en cambio, es casi lo natural. Un personaje tranquilo puede de repente traicionar o hacer daño. Se trata ya de obras con mayor profundidad y análisis sicológicos. Estas cuestiones son una parte del estilo como fenómeno individual y manifestación de una forma de sentir. Sin embargo, hay sentires alejados del “sentir común” o “más común”. Un Marqués de Sade, un autor ateo o heterológico se alejan del “sentir común”. Hay experiencias emotivas sui generis, distintas de las experimentadas por la colectividad. Esos autores (entre los que me incluyo) son menos leídos y estudiados, lo cual no significa que sean “menos buenos” que quienes tienen “éxito” sólo porque se adecuan a un sentir colectivo, a una tendencia o a un estilo que entiende la mayoría. Hay temas heterológicos que se escapan de las preferencias generales y que exigen otros lectores. Asimismo, las instancias mediadoras y la mercadotecnia influyen en la difusión de un determinado estilo o tema, pero siempre cada quien se sentirá más cómodo al escribir sobre determinados asuntos y con ciertas técnicas, sean o no aceptadas por el “sentir común”.

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