Lecciones para el presente
Francisco Suárez Dávila
In memoriam Jesus Silva Herzog.
El 6 de marzo falleció Jesus Silva Herzog, un gran mexicano, ministro de Hacienda que encabezó las negociaciones sobre la deuda externa mexicana de 1982, dramática crisis para México y para el sistema financiero mundial. Su muerte, para muchos incita a comparar cómo se enfrentó aquella crisis frente a la actual.
El momento actual puede considerarse como uno de los momentos más difíciles y de mayores riegos de nuestra historia después de la Revolución. Los otros dos episodios son, en primer lugar, la secuela de la expropiación petrolera y la propia crisis de la deuda de 1982. Ambas representaron muy difíciles negociaciones con el gobierno norteamericano, pero también la oportunidad de hacer cambios en la estrategia de desarrollo interno.
El liderazgo indiscutible para enfrentar las amenazas le correspondió a dos presidentes: Cárdenas y De la Madrid, que actuaron con gran temple en defensa del interés nacional. En ambos casos, sus secretarios de Hacienda, Eduardo Suárez y Jesús Silva Herzog, desempeñaron un papel fundamental manejando, en parte, la política exterior, por el gran peso de la deuda y la política económica doméstica, por los ajustes indispensables.

La expropiación petrolera y sus secuelas: 1938
La decisión del presidente Cárdenas de llevar a cabo la expropiación del petróleo es uno de los momentos estelares de nuestra historia. Requirió gran decisión y capacidad para enfrentar los muchos peligros que conllevaba. El manejo de la compleja secuela fue una tarea de gobierno y negociación en la que al secretario Suárez le correspondió una gran responsabilidad.
Tenía cuatro grandes retos: la economía norteamericana había entrado en recesión en 1937, las compañías petroleras nos estaban presionando vía salidas de capital. Por ello, la política mexicana se ajustó, apoyando el mercado interno con obras públicas, impulsando el proceso de industrialización y la reforma agraria, y se flotó el tipo de cambio para no contraer la economía. Frente al boicot de las compañías para vender nuestro petróleo, esencial fuente de divisas, se acudió a un hábil aventurero financiero, el señor William Davis, que entre otros clientes lo vendió a Alemania e Italia antes de la guerra. Era también necesario proceder a la organización interna de la industria petrolera, se habían ido los directivos y técnicos. A Jesús Silva Herzog padre, como gerente de Pemex, le correspondió parte de esta tarea.
Hubo fuertes presiones para que se revirtiera la decisión. La opinión pública dio amplio respaldo al gobierno. No se dio un paso atrás. A la larga se negoció con las empresas y los gobiernos para llegar a un acuerdo mediante una indemnización justa. Esto lo lograría Suárez hasta el siguiente gobierno, a través de un arbitraje con la Compañía Sinclair. Con ello, un acuerdo sobre la vieja deuda externa y los efectos propios de la Guerra Mundial, se normalizó la relación con Estados Unidos. Ayudó en todo momento que el presidente era Roosevelt, que no quería mucho a las petroleras, ¡y no Trump!
Las negociaciones de la deuda externa de 1982
Este dramático episodio empezó el viernes 20 de agosto de 1982, siendo presidente José López Portillo, cuando Silva Herzog anunció a la comunidad bancaria congregada en Nueva York: “debo no niego, pago no puedo”, lo que sería esencialmente una “moratoria negociada”. Ello detonó la crisis mundial de la deuda.
Los retos eran formidables para el secretario de Hacienda. Era necesario restablecer la normalidad del sistema bancario recién expropiado, renegociar la deuda, reordenar las finanzas públicas e iniciar reformas estructurales, con un cuadro dramático agravado en 1985 por el terremoto, el desplome del precio del petróleo y la competencia desatada por la sucesión presidencial.
Las negociaciones con el gobierno estadounidense fueron siempre muy difíciles. Varias veces Silva amenazó con levantarse de la mesa ante la rigidez y las condiciones leoninas que proponían exigiendo casi siempre las garantías del petróleo. Escribió: “así no se trata a un país amigo en dificultades”. En 1985, agotada la primera reestructura, hubo un periodo de parálisis entre las exigencias del Tesoro, los bancos y el FMI, la llamada “condicionalidad cruzada” que nos obligaba a “hacer la visita de las 7 casas”, sin resultados.
El tiempo corría y las reservas se agotaban. El presidente De la Madrid dio un discurso amenazante en Hermosillo, en que advirtió que México solo podía seguir cumpliendo con sus pagos si se le permitía crecer, “no hay pagadores muertos ni clientes quebrados”. Para romper el impasse se ideó en Hacienda la bala de plata, si no había crédito fresco pagaríamos la deuda, pero en pesos enterrados en un fideicomiso. Era una “moratoria ingeniosa”. Esto aterró a los norteamericanos: todos los deudores latinoamericanos seguirían nuestro camino. Esto, más algunos elementos de política de cambio estructural que se presentaron —“el palo y la zanahoria”— abrió por arte de magia un nuevo acuerdo en 1986.
Además el gobierno abrió el abanico. Silva Herzog desempeñó el papel de líder con nuestros aliados, los países latinoamericanos, abriendo brecha en las negociaciones, compartiendo enseñanzas y dando apoyos solidarios. Se actuó en estrecha colaboración con el canciller Sepúlveda, que impulsaba los Acuerdos de Contadora para la paz en Centroamérica; otra pieza en la negociación.
Algunas lecciones para la crisis actual: 2017
La negociación es un tablero de ajedrez, no hay lugar para el apresuramiento y la improvisación, cada acción debe ser pensada midiendo las reacciones. Los norteamericanos respetan la firmeza, menosprecian al débil. Prepararse para el peor escenario, disminuir vulnerabilidades, ampliar los frentes de negociación, configurar alianzas, definir la línea roja de lo que no se debe ceder. La sucesión presidencial no debe oscurecer la visión. Usar nuestro Congreso como arma de veto, diseñar balas de plata aprovechando sus vulnerabilidades; por ejemplo, si no se nos trata “como socios”, derogar acuerdos bilaterales. México ha salido de situaciones más dramáticas, pero las hemos usado no para preservar el statu quo, sino para realizar los cambios que el país requiere.



