Vincent van Gogh
Miguel Ángel Muñoz
Su vida fue un continuo infortunio. Fracaso en todo lo que la sociedad del siglo XIX consideraba importante: fue incapaz de fundar una familia, incapaz de ganarse la vida, e incluso, de tener una relación de amistad con sus contemporáneos. Encarnación del artista torturado e incomprendido. Vincent Van Gogh (Países Bajos, 1853 – Auvers-sur-Oise, Francia, 1890) no llegó a vender más que uno de aquellos centenares de cuadros suyos que actualmente alcanzan desorbitadas cotizaciones en las subastas. El reconocimiento de su obra no empezó hasta un año después de su muerte, a raíz de una exposición retrospectiva organizada por el Salón de los Independientes en París. Las continuas muestras retrospectivas sobre su obra son sencillamente un acercamiento a situar su pintura a los ojos de un espectador contemporáneo, de explicar el porqué de esa popularidad que lo convierte en un fetiche sublime.
Es cierto, hoy día Van Gogh es considerado unánimemente uno de los grandes genios de la pintura moderna. Su producción ha ejercido una influencia decisiva en todo el arte del siglo XX, especialmente en el fauvismo y el expresionismo. La pincelada tosca y atormentada del artista holandés, alimentada por el vigor de su pasión interior, conserva toda su fascinante fuerza expresiva. Pintar al aire libre frente al motivo, observar directamente, otorgar a la luz la hegemonía que le corresponde (un día de sol, el mar, las barcas del Sena), y, por consiguiente, liberar la imaginación. La figuración y la construcción, a contrapelo de la naturaleza son las dos verdades artísticas esenciales de este giro que hace nuevo el arte de Van Gogh. Un ser que vivió poco, pero sufrió mucho. Su hermano Theo le presentó a Camille Pissarro, Georges Seurat y Paul Gauguin; conoció asimismo a Toulouse-Lautrec, a Renoir, a Sisley, a Monet, a Émile Bernard, y bajo ese nuevo ambiente llegaría a la definición de su pintura. Su paleta se tornó definitivamente clara y colorista y sus composiciones menos tradicionales, dando forma a su personal visión del postimpresionismo. Autorretrato con la oreja cortada y pipa (1889); La siesta (1890); Autorretrato con sombrero de paja (1887-88); Sembrador con el sol poniente (1888), hasta el sorprendente Interior del café nocturno (1888), sus cuadros son eventos que van más allá de la belleza pura, de la poesía más bella; son un continuo viaje a lo largo del tiempo.
Van Gogh cruzó los Países Bajos en busca de inspiración; sus carreteras, sus molinos, sus flores y, por supuesto, sus habitantes. Tan sólo le quedaban dos años de corta pero prolífica vida, pero qué vida. Vincent van Gogh pintó lo que vio y lo reconstruyó plásticamente. Modificó su visión en cada instante de intensidad sublime: El sena con el puente, 1887; El sembrador, 1888; Dos cipreses, 1889; naturalezas fascinantes, de cielos deslumbrantes, tentadas por el desequilibrio insólito de unas sombras que fantasean volúmenes inesperados, negados por la luz. Un realismo irreal, protagonizado por el color. Van Gogh continúa siendo un artista con una gran carga y fuerza de atracción e inspiración. “Quiero pintar el aire”, decía Monet, y lo hizo, no le fue imposible. Van Gogh quiso pintar su vida y lo registró de forma sorprendente.