Un cuento de Martín Luis Guzmán
Juan Antonio Rosado
En 1917, Martín Luis Guzmán, exiliado en Nueva York, publicó un cuento que considero de suma importancia: “Cómo acabó la guerra en 1917”, título irónico por lo que se verá. Guzmán conoció el tema fantástico y de ciencia ficción y, con seguridad, las obras de Wells. Lo interesante de este cuento es que, hasta antes del desenlace, cualquiera podría pensar que se trata de ciencia ficción o, más bien, de literatura fantástica. Sin embargo, en el fondo es un cuento sicológico sobre la locura y sobre cómo la idolatría tecnológica, la enajenación provocada por las máquinas y la fanatización pueden impulsarnos a depender de la técnica y volvernos locos. Este relato, sobre el desarrollo de un delirio, cobra cada vez mayor actualidad.
Las tarjetas perforadas ya existían en 1917. En 1911 se fundó la Computing Tabulating Recording Corporation, que en 1924 se convertiría en IBM, uno de cuyos clientes será el Tercer Reich de Hitler (los nazis harán el primer exterminio computarizado). El cuento de Guzmán trata sobre la intervención de la máquina en el desarrollo de un delirio. El personaje, especie de burócrata, nos remite al mundo administrativo. El cuento no nos muestra la locura como tal, pero hay indicios. Lo esencial es que la máquina cobra cada vez más vida. Al inicio, el personaje la controla, pero ésta termina controlándolo. También existe la censura, clásico medio de control. Pero el protagonista sentía vanidad por su oficio: “Los muy imbéciles me miraban de hito en hito y me tomaban por loco. ¡Loco!”, anticipación del desenlace, pero en este punto el hecho de que le digan loco no significa nada. Al final descubriremos que su locura era real, y eso es lo que sorprende. La máquina también se volvía loca con las equivocaciones humanas. Se trata de la locura de ambos. Tal vez la máquina contagió con su “locura” al hombre. Hay simbiosis máquina-hombre y se va introduciendo el terror. El protagonista se aferra a la máquina y se fanatiza: está en pos de la “verdad”. Parece un religioso fanatizado. Los obsesionados con la verdad enloquecen. A esto hay que agregar el sistema de jerarquías. En el cuento, ¿quién es el Director General? “A media voz me llamaron necio, imbécil, loco… Alguien habló hasta de dar parte al Director General”. ¿Quién es ese director? Es invisible, y lo invisible da más miedo. Este cuento me recuerda a Kafka, quien plasma un sistema de jerarquizaciones invisibles que no conducen a ningún lado. Lo kafkiano es la invisibilidad del poder, el laberinto de la burocracia. El Director General es invisible como “dios” o el aparato de Estado, como lo que ocurre en el totalitarismo (en 1917 faltaba aún mucho para que Orwell escribiera 1984 (1948), cuyo título original era El último hombre).

El personaje de Guzmán transita del terror a la desesperación. Aparece el “estado contradictorio”. Cae incluso en el pensamiento de lo absurdo y compara lo absurdo del momento con su “pasada dignidad”. Lo cierto es que estaba seguro de la veracidad de la máquina y busca un “mensaje salvador”. Guzmán siempre estuvo contra todo fanatismo, sobre todo el religioso: era un liberal en el sentido decimonónico. En su cuento nos muestra el delirio de un personaje fanatizado por la verdad. ¿Y cómo sabemos que al final está en un manicomio? Un indicador claro es la mujer de bata blanca; otro es el típico jardín desierto, pero sobre todo la incoherencia. Al personaje lo tratan bien porque es un paciente, pero habla como loco: quiere el jardín. Al final, no hay duda: el personaje está loco y recluido en un manicomio. La tecnolatría, la simbiosis con la máquina y el fanatismo lo enloquecieron. Aparece el mito apocalíptico y a la vez la denuncia contra la mecanización: las máquinas pueden esclavizarnos y llevarnos a la locura. Para mí, este cuento de Guzmán es menos ingenuo que “Mecanópolis”, de Miguel de Unamuno, donde un individuo llega a una ciudad desierta y luego se da cuenta de que allí sólo viven y rigen máquinas (el humano desapareció). No obstante, ambos tienen algo en común: son una denuncia contra la esclavitud que puede producir la tecnología.



