Por Editorial | El Imparcial
El atentado de ayer en Londres ha vuelto a poner en evidencia el modelo de seguridad europeo. Pese a las medidas de seguridad en los alrededores del Parlamento británico ha quedado patente la vulnerabilidad patente ante la determinación de quien tiene como objetivo hacer daño. Más allá de las implicaciones del Brexit -es de suponer que seguirá habiendo máxima cooperación en materia de seguridad- hay carencias que urge revertir. Por ejemplo, a la hora de poner en marcha un fichero de pasajeros para, en caso de necesidad, conocer el itinerario seguido por un potencial yihadista y tenerle más controlado. Dichas carencias son también evidentes en redes sociales: urgen una mayor vigilancia en la red, habida cuenta de que el terrorismo islámico utiliza estas vías para labores de captación y propaganda.
Uno de los logros de la construcción europea fue el tránsito libre de personas y mercancías. Por desgracia, la amenaza terrorista obliga inexorablemente a tomar medidas. Ya ocurrió tras los atentados del 11-S, a raíz de los cuales se reforzaron los controles en todos los aeropuertos. Pese a la incomodidad que generan, han servido para evitar nuevas matanzas.
Y es de eso de lo que se trata ahora: evitar en lo posible que atentados como el de ayer en Londres o masacres como la perpetrada en Bruselas hace justo un año se vuelvan a repetir. Es inaudito que en la UE no exista un cuerpo policial y de inteligencia que tenga jurisdicción en los 28 -en breve 27- estados; precisamente para hacer frente a este tipo de amenazas. El precio de la seguridad pasa por una mayor fiscalización. Es eso o exponerse a que el terrorismo actúe de nuevo sin mayores trabas.