Sergio González Rodríguez (1950-2017)
Roberto García Bonilla
En el decenio 1993-2003 fueron asesinadas más de trescientas mujeres jóvenes en Ciudad Juárez, Chihuahua. El ensayista, novelista y periodista Sergio González Rodríguez (1950-2017) emprendió una investigación sobre esos crímenes, llegó hasta los más profundos y sórdidos. Encontró, para decirlo con palabras de Robert K. Ressler, la orden sacrifical con imborrables rasgos de misoginia. Las jóvenes eran encontradas en sitios públicos ante el silencio cómplice de las autoridades.
Los huesos del desierto
Años atrás el escritor había indagado sobre el “comportamiento proclive a la noche de las élites artísticas y literarias a lo largo del siglo XIX y XX” en Los bajos fondos, el antro, la bohemia y el café (1988), y en su investigación sobre los homicidios de las jóvenes encontró sucesos, declaraciones y documentación inconexas; era el caos en la oscuridad nebulosa, que se tornó en revelaciones del poder público y privado y sus relaciones con el crimen organizado. Era el rostro real de un país maquillado con la “transición democrática”; era la barbarie institucionalizada, sobreentendida, en el silencio y la simulación.
Así surgió Huesos en el desierto (2002) una búsqueda que llevó al estudioso a los protagonistas centrales, quienes dan cuenta de sus experiencias y de la impunidad con que fueron vejados; observó González Rodríguez: “en la psicopatía de los asesinos parece haber un elemento adicional que le otorga un grado de alevosía mayor a sus crímenes: cierto rencor social que se ensaña con víctimas pobres. El poder del narcotráfico en México, así como sus nexos con empresarios y políticos resulta algo inobjetable. “A principios del presente siglo, se sabía que de erradicarse el narcotráfico la economía de estados Unidos descendería entre 19% y 22% y la mexicana hasta 63%. A casi tres décadas después, los crímenes contra las mujeres ocurren en todo el país como parte de la vida cotidiana, homicidios aislados y colectivos se registran uno tras otro.
Huesos en el desierto es uno de los libros más reveladores y precisos sobre las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez (en su momento, su autor fue atacado brutalmente). Es un ejemplo modélico que funde el periodismo de investigación con la escritura literaria impecable. Desde su escritura, las cifras han empeorado en todo el ámbito contra la sociedad civil. Según el semanario Zeta de Tijuana, en enero de 2016 ya existían 65 mil 209 homicidios dolosos en el transcurso del sexenio actual.

Consumado estilo literario
En Campo de guerra (2009) continúa su inmersión del México salvaje (que en ciertos aspectos se cruza con el México profundo, olvidado de los indígenas que describe Bonfil Batalla) que muestra, entre las modalidades de la violencia, la tortura el sadismo extremo, la de hombres y mujeres decapitados que son testimonio en la presencia escalofriante de los cárteles de las drogas entre sí, además de fungir como huellas intimidatorias al gobierno y, también, a la población civil.
Aborda dentro del proceso de la violencia, elementos como la brujería y los sacrificios humanos, de origen prehispánico. La ausencia de cabeza es también la pérdida de conciencia, por ende, de identidad.
Aquí también se evidencia un consumado estilo literario que convive con el narrador con gran oficio que también revela destellos autobiográficos y anímicos, un intelectual, siempre en movimiento al acecho del peligro por el cual sentía una mezcla de indagación y fascinación, además de proyectar una rara sensibilidad ante los más adoloridos anónimos, material de políticos y comentaristas de izquierdas en sus alocuciones y arengas en defensa de las minorías; claro, sólo en el terreno del discurso. Pocas veces se ha encarado el horror de manera tan solvente en la literatura y el periodismo mexicanos, de manera tan intensa y sin perder el rigor de la investigación.
Campo de guerra, Premio Anagrama de Ensayo 2014, último título de esta triada cuyo tema central es la violencia social y organizada en todas sus implicaciones nos revela cómo la cultura belicista se ha sofisticado para alimentar la industria del armamento y decantado con fines de espionaje, que a su vez permiten mayor control de Estados, colectividades, gremios y hombres o mujeres, en particular. De ahí, por ejemplo, el uso cotidiano de los drones en operaciones militares; González Rodríguez da cuenta de la política interior de seguridad del gobierno mexicano, carente de un Estado constitucional de derecho —según la teoría del an-Estado—; por ende “la posibilidad autocorrectiva del propio Estado resulta a su vez inexistente”.
El nuestro es “un Estado que simula legalidad y legitimidad, al mismo tiempo que construye un an-Estado: la privación y la negación de sí mismo […] En México, como en otras naciones, se vive en la cultura de la a-legalidad”.
Subyacente hay en Campo de guerra un crítico profundo hacia el mundo globalizado, encabezado por Estados Unidos, se ha desentendido de las sociedades civiles; la última huella de Estado de bienestar y de apoyo a los refugiados estuvo en Ángela Merkel y su hospitalidad a los refugiados sirios. La militarización y control —apelando al terrorismo y añadimos, al nacionalismo— descrito por González Rodríguez explicarían sin asombro desde la geopolítica, la presencia de Trump en la Casa Blanca.
Sergio González Rodríguez, Campo de guerra, Barcelona, Anagrama, 2014.


