Jesús Hernández Garibay
Para el momento en que esta nota salga publicada en nuestra revista Siempre!, se estarán llevando a cabo los comicios en segunda vuelta para elegir al nuevo mandatario de Francia, luego de los resultados que ubicaron a los dos finales contendientes, Marine Le Pen del Front National ―quien alcanzó el 21.5 por ciento de los votos―, y Emmanuel Macron del Movimiento En Marche! ―quien rebasó esa cifra con escaso margen del 23.8 por ciento―, como adversarios en los sufragios más importantes de muchos años en la República gala.
Emmanuel Jean-Michel Frédéric Macron es un alto funcionario, especialista en inversión bancaria, quien trabajó y acabó siendo socio en el Banco Rothschild ―uno de los bancos más grandes del planeta perteneciente a la denominada alguna vez como “la familia más rica (y más siniestra) del mundo” (sic)―, para luego fungir como asesor económico y ministro de Economía del desprestigiado presidente actual François Hollande.
Marion Anne Perrine Le Pen, de su parte, popularmente conocida como Marine Le Pen, es abogada, ex-presidenta del Frente Nacional y también candidata por este partido a las elecciones presidenciales de 2012. Hija del conocido político de extrema derecha Jean-Marie Le Pen, presidente del mismo Frente Nacional desde su fundación en 1972 hasta el 2011, Marine sigue los mismos pasos de su padre y adopta las posiciones ultraderechistas que la hacen aceptable para una creciente franja de ciudadanos franceses.
Con estos antecedentes no resulta extraño que Macron haya recibido la bendición de quienes ahora representan el statu quo predominante y neoliberal de Europa y otros países del mundo incluyendo a Estados Unidos, como la canciller alemana Ángela Merkel, el presidente del gobierno español Mariano Rajoy, y los propios mercados globalizados, favorecedores de sus planteamientos en el sentido de que Francia será más competitiva si continúa abrazando la globalización y le sigue apostando al libre comercio.
De otro lado, el nacionalismo inaugurado con la victoria electoral de Donald Trump en EUA, ha estado de plácemes con la posibilidad del triunfo de Le Pen, para quien un programa de gobierno en favor de su país debiera de incluir un control exhaustivo de las fronteras ante los nuevos migrantes, oponerse firmemente a la globalización, y buscar políticas descritas por ella como “proteccionismo inteligente”, lo que significa no más nuevos acuerdos de libre comercio y dar a las compañías francesas prioridad en los contratos públicos.
Como quiera que sea y quien quiera que triunfe en ese nuevo escenario electoral, nacionalismo y globalización vistos como dos directrices dicotómicas en el contexto planetario actual, en realidad representan dos caras de una misma moneda: la del disminuido capitalismo que trata de encontrar en unos y otros lados aquella fortaleza que le permita restituir sus progresivas pérdidas, pero que haga lo que haga, no será posible que alcance la tan ansiada era dorada sistémica renovada que busca afanosamente en el entorno de sus mismas contradicciones.
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