Miguel Hernández
NORMA SALAZAR
Sensibles a todo viento y bajo todos los cielos, poetas, nunca cantemos la vida de un mismo pueblo ni a la flor de un solo huerto. Que sean todos los pueblos y todos los huertos nuestros. León Felipe
Miguel Hernández Gilabert fue poeta y dramaturgo, nace en Orihuela provincia de Alicante (sureste Español) el 30 de octubre de 1910, era el tercer hijo de siete hermanos, sus padres Miguel Hernández Sánchez y Concepción Gilabert, muere en el Reformatorio de adultos en la ciudad de Alicante el 28 de marzo de 1942.
Al estudiar a Miguel Hernández correspondamos en tener una lectura abierta para poder examinar su recorrido poético. Su mocedad simuladamente excluida de la poesía es un aparente oculto, pues, el joven aprendiz lee encantado a los poetas clásicos, modernos gracias a la figura de Ramón Sijé, sacerdote que le aproximó todos los libros posibles, era de esperarse que tendría una estrecha relación de amistad. Sijé fue el interlocutor al hacer caer la balanza de primeras poesías, pues escribió un Auto-Sacramental: “—Quién te ha visto y quién te ve, sombra de lo que eras”. Este Auto fue publicado en la excelente revista Cruz y Raya en los números 16-18 de julio y septiembre de 1934 y da entrada de conocer Madrid como de nuevas amistades el grupo de poetas feraz de la República Española conformado por Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado, Federico García Lorca, Rafael Alberti, Luis Cernuda, León Felipe, Vicente Aleixandre, Pablo Neruda, estos dos últimos suplieron la ideología de Sijé para dar marcha a su verdadero atributo poético.
La Generación de 1936 o generación de posguerra conformada por escritores, poetas y dramaturgos agrupados en forma clandestina daba batalla como un movimiento literario situado entre 1936 y 1941 la Guerra Civil. Una España dividida entre vencidos y vencedores, emancipación, censura, penurias, miseria; además de una imposición de corrientes existencialistas en Occidente. En el tiempo de guerra escribe teatro El labrador de más aire, Teatro en la guerra, Pastor de la muerte, Los hijos de la piedra y El Torero más valiente, además el poemario El hombre acecha un poemario taciturno con destellos de esperanza. El perfil humano del poeta se abre paso sin que él se dé cuenta, quitar la máscara, la verdad íntima del ser bajo la grafía poética de una obra coherente. Perito en Lunas, 1933 originalmente el título era Poliedros dedicado a Luis de Góngora y Argote: “A la caña silbada de artificio,/ rastro, si no evasión, de su suceso,/ bajaré contra el peso de mi peso:/ simulación de náutico ejercicio./ Bien cercén del azar, bien precipicio,/ me desamparará de azul ileso:/ no la pita, que tal vez a cercenes/ me impida reflejar sierra en mis sienes”.

Un desamparo, Miguel Hernández extinto en plenitud deja esta generación con una poesía excelsa que aquellos críticos literarios reverenciaban, ejemplo Elegía a Ramón: “No hay extensión más grande que mi herida, lloro mi desventura y sus conjuros y siento más tu muerte que mi vida”.
En sus años juveniles funda un equipo de futbol llamado “La Repartidora” un nombre extraño para una sociedad deportiva que sin embargo tiene una razón de ser, origen de repartidor de leche. Su carácter receptivo hace que en su obra enfaticen temas fundamentales: “La plegaria una primera etapa”, “Encuentro con los hombres, su amor y los sonetos”, “La amistad, los pobres una poesía que emana lo más profundo del ser vivo”, “El compromiso político y la poesía de propaganda, de combate”, por último “El entorno familiar con un futuro truculento”. El hombre acecha, 1939, poema “Llamo a los poetas”: “Dejemos el museo, la biblioteca, el aula/ Sin emoción, sin tierra, glacial, para otro tiempo./ Ya sé que en esos sitios tiritará mañana/ mi corazón helado en varios tomos”.
Un punto de vista hernandiano que resalta la muerte humana ¿inconsciente o consciente? De la escritura en imágenes que Hernández transporta en sí y que instituye la raíz más íntima de su poesía. Por otro lado el respeto del trabajador de campo su alabanza por su trabajo, trastoca dos aspectos, uno la explotación aborrecible de la que hay que liberarse la glorificación de los combatientes y la consciencia de tomar las armas. La emoción de camaradería que siente el poeta respeto a los explotados. Viento del pueblo, 1937. “El Niño Yuntero”: “¿De dónde saldrá el martillo/ verdugo de esta cadena?/ Que salga del corazón/ de los hombres jornaleros,/ que antes de ser hombres son/ y han sido niños yunteros”.
Se aboca en ritmos épico-líricos el poeta de Orihuela es un clamor bélico por los magnos acontecimientos donde se irá exasperando durante la guerra y la estridencia un lenguaje agreste, rural y autentico. Viento del pueblo, 1937.
“Al soldado internacional caído en España”: “Si hay hombres que contienen un alma sin fronteras,/ una esparcida frente de mundiales cabellos,/ cubierta de horizontes, barcos y cordilleras,/ con arenas y con nieve, tú eres uno de aquellos./ Las patrias te llamaron con todas sus banderas,/ que tu aliento llenara de movimientos bellos./ Quisiste apaciguar la sed de las panteras,/ y flameaste henchido contra sus atropellos./ Con un sabor a todos los soles y los mares,/ España te recoge porque en ella realices/ tu majestad de árbol que abarca un continente./ A través de tus huesos irán los olivares/ desplegando en la tierra su más férreas raíces,/ abrazando a los hombres universal, fielmente”.
Los poemas de combate abrillantan lo humano un afecto a la tierra natal en que ejecuta una correspondencia de exclamación individual el misterio eterno del brotar de la vida.
El 28 de marzo de 1939 termina la Guerra Civil en Madrid España para la voz hernandiana en la oscuridad de la Prisión Celular de Torrijos se desahoga su otro yo de orden humano escribe a su esposa Josefina Manresa: “El olor de la cebolla que comes me llega hasta aquí y mi niño se sentirá indignado de mamar y sacar zumo de cebolla en vez de leche. Para que lo consueles te mando esas polillas que le he hecho, ya que para mí no hay otro quehacer que escribiros a vosotros o desesperarme”. Termina con desesperación y estoicismo sin perder su Dignidad. “Adiós hermanos, camaradas, amigos./ Despedidme del sol y de los trigos”.


