Un canto a los misterios de la vida

Beatriz Pagés

Me alegra que antes de mí hayan hablado quienes sí saben de toros porque se van a dar ustedes cuenta de que, como me dijo en alguna ocasión don Pepe Alameda, soy una analfabeta, de la A a la Z, en materia de arte taurino.

Sin embargo, debo confesar que crecí entre periodistas, toreros y políticos. Muchas de las grandes figuras que menciona Carlos Landeros, estuvieron presentes en mi infancia y adolescencia.

Conocí el lado alegre, bromista y bailador del Faraón de Texcoco, Silverio Pérez. Escuché al audaz Luis Castro El Soldado decir que sólo un loco y un pobre con hambre, como él lo fue, puede ponerse delante de un toro de 500 kilos; y fui testigo de una llamada telefónica a mi padre para enterarlo de que Carlos Arruza no podía llegar a la comida tradicional de los viernes porque había tenido un accidente en la carretera y  había perdido la vida.

Por eso, mi querido Carlos, aunque no sé de verónicas y chicuelinas, sí conozco algo, del alma atrayente y enigmática, mesiánica, quijotesca y supersticiosa  que hay dentro de cada torero.

Quienes padecemos de “analfabetismo taurino” vamos a vivir eternamente agradecidos contigo porque tu obra Grandeza y decadencia de la fiesta brava, además de ser  un magnífico testimonio periodístico, es un texto que tira barreras —las barreras del ruedo, claro—, para colocar a cualquier tipo de lector en el centro de la arena.

El autor Carlos Landeros saludando a los asistentes en la presentación de su libro.

Logras construir cuadros, pinturas que permiten ver, oler y sentir el furor, la sangre, la magia multicolor y sonora de la Fiesta brava. Fiesta, por supuesto, con efe mayúscula, como tú la escribes.

El libro de Landeros es mucho más que una crónica. En el prólogo, escrito por Mario Andrade Cervantes, rector de la Universidad Autónoma de Aguascalientes,  hay un profundo e imprescindible análisis filosófico sobre la extraña simbiosis que existe entre el toro y el torero.

Dos personajes inseparables desde la mitología griega, ambos introducidos a un laberinto, como lo narra la leyenda de “Teseo y el minotauro”,  cuya existencia y tragedia, liberación o condena  depende el uno del otro. Los dos se disputan todo: el poder, la gloria, el ser, la existencia y la vida misma.

Carlos Landeros se confiesa. Nos dice que su gusto por los toros ha decaído y a partir de esa confesión hace una pregunta fundamental: “¿El toreo es un arte, es patrimonio cultural de la humanidad o es simplemente una masacre?”.

Estoy segura que esa pregunta, que en realidad, es una duda existencial , no se la hacía el autor cuando en los años 70 u 80 asistía al lleno completo de La Maestranza o de la Plaza México para ver y entrevistar a los más grandes de los grandes.

Y la razón es obvia. En ese momento nadie ponía en duda el valor y la legitimidad cultural e incluso moral de las corridas de toros porque no había irrumpido en el mundo la defensa de la vida animal como parte de un activismo político que ha impactado, indudablemente, la Fiesta taurina.

Pero, la decadencia —como la llama Carlos— del toreo no solo tiene su origen en lo anterior. Tampoco, me parece, solamente en el contubernio entre malos empresarios y malos ganaderos que envían a las corridas becerros engordados en lugar de toros en puntas, sino en el cambio de una sociedad que ya no es la misma.

Los toros son tradición, símbolo y misterio, un cosmos que no puede entender un mundo globalizado hipnotizado por el celular y la tablet, donde los ídolos del toreo resultan demasiado románticos —por no decir cursis— para quienes solo son capaces de admirar a quienes forman parte de Forbes, donde aparecen los hombres más ricos del mundo.

¿Está arrepentido Carlos Landeros de ser un conocido y reconocido taurino? Ya nos lo dirá él, aunque advierto en algunas de sus líneas el propósito de hacer notar injusticia y abuso en todo ese frenesí que siente el público cuando el torero pica el lomo del animal y “destrozadas sus articulaciones —dice el autor— sale la sangre a borbotones”.

Y es que si Federico García Lorca narra en su popular poema “La cogida y la muerte”, que “el toro ya mugía por su frente a las cinco de la tarde”, Carlos Landeros afirma y confirma que los toros lloran de dolor y tal vez también de indignación e impotencia.

En la reproducción que hace de la entrevista a Rafael Rodríguez, El Volcán de Aguascalientes, el torero, con esa sabiduría natural propia de quienes arriesgan la vida en cada faena, define al toro —pese a ser un amor que mata— como el único y verdadero amigo que se tiene en la plaza porque el toro, afirma, “es que te da… todo, te da la gloria o te da la muerte”.

Gracias, Carlos Landeros, por esta obra que es una de las mejores faenas que has hecho en tu vida.

Grandeza y decadencia de la fiesta brava no es un libro de toros, es un canto a los misterios de la vida.

Grandeza y decadencia de la fiesta brava se presentó el 12 de mayo en el Museo Nacional de Historia del Castillo de Chapultepec, con un cartel de lujo: Fermín Rivera, Mary Arruza, Miguel Romo Medina, Silvia Pinal, Fernando Llaguno y Beatriz Pagés; moderó Mariana Bernárdez.

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