Por Joaquín Vila

Son los mismos perros con distintos collares. Unos, exhiben la cruz gamada; los otros, la hoz y el martillo. Pero son exactamente iguales. Odian la libertad, la democracia y aplastan a los adversarios políticos, a los que consideran enemigos, con golpes de Estado. El fascismo y el comunismo, las dos ideologías más letales y sanguinarias de la Historia, vuelven a resurgir.

En 1.933, tras ser nombrado canciller, Hitler liquidó las Instituciones, empezando por el Bundestag, instauró una dictadura de partido único y reprimió brutalmente a la Oposición encarcelando, torturando y asesinando a los diputados.

Maduro lleva exactamente el mismo camino: ya ha encarcelado a los opositores más incómodos, como Leopoldo López, al que tortura sistemáticamente. Y ha llegado a disolver la Asamblea Nacional, aunque ahora amaga con revisar la sentencia del Tribunal Supremo, que había asumido las competencias de un Parlamento elegido democráticamente. Seguramente se trata de una añagaza para ganar tiempo tras el escándalo internacional de su dictatorial maniobra. De todos modos, Maduro nunca ha dejado ejercer sus competencias a la Asamblea Nacional, nunca ha acatado las decisiones de los diputados. A él sí que “el Parlamento se la bufa”.

Y, aquí, Pablo Iglesias, el torpe heredero del comunismo más rancio, justifica y hasta defiende al sátrapa presidente venezolano. Mientras, toma nota de la hoja de ruta que habrá de emprender si un día termina de alcanzar el cielo de la mano de algún cantamañanas como Pedro Sánchez. Eso sí, defiende y se fotografía con los terroristas que han agredido a los guardias civiles de Alsasua calificándoles de “víctimas del sistema judicial”.

Y todos, como también Stalin, Franco, Castro, Mussolini, Mao, Pinochet y un vergonzoso e interminable etcétera de dictadores, manipulan y engañan a la opinión pública con sus mentiras propagandísticas, que ahora se extienden por las redes de Internet y que antes se lograba liquidando la libertad de información, el otro gran sueño de Pablo Iglesias.

Maduro se ha defendido de las críticas por el golpe de Estado, al liquidar la Asamblea Nacional, como si fuera un invento de “las falsedades e ignominias de la derecha intolerante y proimperialista”. Podemos lo ha definido como “un conflicto entre dos poderes democráticos”. Y Zapatero, tan lúcido como suele, no se ha salido de su guión de palanganero de Maduro al asegurar que “es la hora del diálogo”.

La Historia se repite. Los más sanguinarios dictadores de todos los tiempos, Stalin y Hitler, tienen millones de seguidores en la Europa democrática. La ultraderecha racista de Le Pen está a punto de ganar las elecciones en la Francia que inventó la revolución y que fue profanada por los tanques de Hitler. En Holanda, el fascismo ha estado a punto de alzarse con el poder y es la segunda fuerza política del Parlamento. Y en España, ejemplo de transición democrática y pacífica en todo el mundo, los ultracomunistas de Podemos campan a sus anchas en el Congreso de los Diputados y ya gobiernan en las grandes ciudades apoyados por los socialistas más bobalicones o por los independentistas. Su único objetivo: liquidar el régimen democrático.
Eso sí, unos y otros acusan al resto de intolerantes y antidemocráticos. Y sus millones de seguidores les creen. Incluso, piensan que con ellos, el mundo cambiará a mejor. Hitler y Maduro ganaron las elecciones con la misma treta. Uno acabó destruyendo Europa en la mayor guerra mundial y asesinando a 60 millones de personas; y el otro ha eliminado la libertad y la democracia en Venezuela, arruinando, además, uno de los países más ricos del mundo. Y, aquí, Podemos intenta que la Historia se repita.