El aforismo es un género literario hermanado con dos disciplinas en apariencia distantes en su forma: el ensayo y la poesía; reflexión e imagen; búsqueda y estética; interrogación y síntesis, se conjuntan. El oficio del aforismo se vincula con la brevedad estilística que aprehende un gran corpus, aun, tradiciones literarias; siempre integradas en la perspectiva histórica, estética y existencial del escritor —aforista— se integran. Experiencia y carácter se traslucen con ostensible evidencia.

Un ejemplo cabal lo encontramos en Es el decir el que decide de Armando González Torres (1964), donde la biografía anímica del autor se advierte detrás de sentencias breves; esta es una deducción lógica, cuyo argumento es la palabra como destino; y la vida como indagación y explicación de las cosas. El título del libro, que designa uno de sus apartados, se puede vincular con el aserto bíblico de que “en el principio ya era la Palabra, y aquel que es la Palabra era con el Dios, y la Palabra era Dios” (entre las variantes de edición y época: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios”).

Aunque a las interrogantes que sin cesar nos hacemos y que los escritores asientan a nombre de legos y ágrafos, le sigue o le precede la duda; hoy en día, en los tiempos de las sociedades y los sentimientos líquidos, para decirlo con la expresión de Zygmunt Bauman, esa, la duda, las dudas de cada día se traducen en incertidumbre, incredulidad que pueden llegar al fatalismo y simplemente al nihilismo.

 

Biografía anímica del autor, nacido en 1964 en la Ciudad de México, González Torres es poeta y ensayista.

Seis apartados

La palabra misma es puesta en duda por el aforista: “Uno nunca sabe si tiene algo que decir, es el decir quien lo decide”. Significa como expresa el dicho popular de que “no hay nada nuevo bajo el sol”. Esa inmovilidad, estancamiento, impasse, sólo son aparentes, porque la sentencia de González Torres, en realidad, está más cerca del complemento de ese adagio coloquial que procede del siglo XIX y escrita por Ambrose Bierce: “no hay nada nuevo bajo el sol, pero cuánta cosas viejas hay que no conocemos”. Lo desconocido y el imaginario; la tradición y la ocurrencia del azar se cruzan.

Es el decir el que decide se divide en seis apartados “Mundo animal”: la presencia de nuestros compañeros que no verbalizan, siempre nos dan lecciones de la bondad y pragmatismo, sin moralismos ni usufructos; “Más del arte de la escritura”: sobre las paradojas de la cultura libresca y el fatuo engreimiento de pocos de lectores privilegiados que han sido incapaces de leer la vida, asumir su existencia; “La hora de las noticias”: las máscaras que encubren la codicia de quienes informan y forman opinión, como extensión de tutores del saber histórico naciente que, con frecuencia, aborta bajo la asfixia de la manipulación, aun, desde la ignorancia; “De mí a los demás”: el alter ego del escritor y poeta, quien a través del artificio de la primera persona y tercera personas, cuestiona el ser y el estar de la fragilidad de hombres y mujeres por igual tras el telón de escenificaciones existenciales entre lo grotesco y la resignada autoaceptación, cuyo mayor tónico es la paródica autocrítica; “Teología para principiantes”: un instructivo de principios morales y buenas costumbres por des-armar, una vez más, con sardónica autoconmiseración de la condición humana, en su carrera loca en la búsqueda de una suerte de discernimiento minimalista: la ley del menor esfuerzo y mayores contactos en el ciberespacio (“Hay una paradoja luminosa cuando nos vemos completamente reducidos a la soledad y, sin embargo, nos vislumbramos entonces parte de un todo”).

Y finalmente, “Es el decir el que decide”: la interrogante entre la evaporación de las significaciones de las palabras —que como decimos coloquialmente se las lleva el viento— y la contundencia de edificaciones verbales que dan sentido a la lectura, a la escritura, a la insaciable necesidad de re-conocer el mundo, incluso, ínfimos intersticios que volvemos residencias en la tierra de nuestros pensamientos.

 

Diario anímico

González Torres nos recuerda que la existencia sería una nadería sin la capacidad de hacernos preguntas, sobre todo, instantáneas: mientras el semáforo cambia del amarillo al rojo; cuando la mirada cae sin buscarlo en el cadáver de un ave, carcomida por los insectos, aplastada por una máquina movible o la crueldad de un “pensante”. El poeta continúa el camino iniciado en títulos como La conversación ortodoxa (Aldus, 1996); muy cercanos entre sí —en su búsqueda, sus fobias y su ilusiones desvanecidas— a La sed de los cadáveres (2013); La peste (2010) y Sobreperdonar (2011).

Es el decir… puede leerse como fragmentos de un diario anímico; sí, pueden entreverse atisbos biográficos, lo cual no eleva, en sí mismo, el estilo y la aspiración estética de su autor; la síntesis en miniatura del aforismo, más allá de lo que puedan suponer los noveles practicantas de la minificción quieren asumirse escritores de un día a otro, exige un rigor en la escritura; desde la concepción, la estructuración de los textos, hasta el logro de un estilo. En González Torres es intimista, sin ser sentimental; es entrañable sin ser cursi; es racional con la llaneza de una pluma con el oficio que permite leer y aspirar a escribir como se habla y, de manera extensiva para los lectores, a hablar como se escribe.

Los narradores de González Torres —que no son él mismo; más bien el autor resuena en el alter ego de muchos lectores— son impecables al distanciarse de esa suerte de realismo cotidiano y son implacables en el autorretrato (muy lejos de la autocomplacencia de los millones de selfies como pan duro que cada día alimentan la web); su severidad nos recuerda, como alusión de imagen, al último genio de la pintura del siglo XX, Lucian Freud, cuyos autorretratos son acres: están mucho más cerca de cómo se siente el artista de cuánto lo revela su apariencia. Es el decir… en no pocos momentos nos recuerda el aserto de Borges. “Frente a cada máxima se sienten la presencia inmediata de un hombre y su destino”.

Armando González Torres, Es el decir  el que decide, México, Cuadrivio, 2016.