Para que un cuento genere interés y no se desborde en digresiones ni se convierta en novela, es importante intentar, desde el principio, saber a dónde vamos, a dónde llevaremos al protagonista. Debemos “amarrar” la trama, conocer sus límites. Si los conocemos desde el inicio, todo resultará más fácil. Horacio Quiroga recomienda no escribir bajo el imperio de las emociones. Si se escribe en tal estado, pueden producirse textos afectados o cursis, con situaciones y personajes “acartonados” o inverosímiles. Es verdad: puede escribirse en esos estados, pero siempre y cuando revisemos luego los textos y los modifiquemos con la cabeza, con la razón. Uno hace reír o llorar con “premeditación, alevosía y ventaja”. Es la malicia de cualquier artista. Augusto Monterroso aconseja: “Respeta los sentimientos de tus lectores porque a menudo es lo más valioso que tienen; no como tú, pues si los tuvieras no te dedicarías a este oficio”.

Primero viene la inspiración, la espontaneidad, la naturalidad, las “musas”, las emociones. En esa etapa, realizamos apuntes, pero si permanecemos allí, nada lograremos, y si lo hacemos, lo haremos mal. Si nos quedamos en las meras emociones, mejor vayamos con el psicólogo. Los artistas (músicos, escritores, pintores…) son “maliciosos” y organizan perversamente el material. Cuando quieren hacer llorar, piensan en cómo hacerlo; cuando quieren producir horror o risa, lo piensan, seleccionan y combinan elementos para generar esas sensaciones de forma efectiva.

Los escritores románticos, por ejemplo Víctor Hugo, siempre dijeron que el escritor debe usar la razón para controlar las palabras y ponerlas en el lugar apropiado. A eso se refieren Quiroga y Monterroso, entre otros muchos (todos coinciden en eso), cuando definen el trabajo del artista. El poeta romano Horacio (siglo I a. de n.e.) lo hace en su “Arte poética”, lo mismo que Vicente Huidobro en su “Arte poética”. Incluso los surrealistas, que pregonaban la “escritura automática”, corregían sus textos cuando no les convencían. La pura inspiración de nada sirve. Cualquiera puede estar inspirado, pero no cualquiera sabe cómo seleccionar, combinar, organizar los elementos y producir un texto que funcione y cause los efectos deseados. Se trata de producir emociones estéticas: aquí no nos interesa el periodismo, sino el arte, el artificio, generar intriga, tensión y profundidad con personajes multidimensionales, y no sólo informar algo.

En la etapa de la motivación, de la inspiración, se tiene muchas cosas que decir, mucho material. El futuro autor desea comunicarlo todo. No obstante, así como el cineasta puede filmar, por ejemplo, 24, 32 o hasta más horas de cinta, luego viene el trabajo de edición: cortar, sacrificar, modificar, retocar; en otras palabras, seleccionar. Por ello, en todo escritor hay necesariamente un crítico, una persona con un criterio, capaz de sentir y sugerir, de expresar su experiencia personal con el texto de otro y de sí mismo. En un cuento es relevante la tensión narrativa. No debe causarse tedio con demasiadas explicaciones: explicar suele ser una tentación en el cuentista novato, pero también suele ser impertinente. Huidobro afirma: “Poetas, no cantéis a la rosa, hacedla surgir en el poema”. No se trata de explicar, sino de hacer aparecer a los personajes, escenarios y atmósferas mediante el lenguaje. Las descripciones físicas son fundamentales, pero no se trata de describir exhaustivamente. Las prosopografías deben aparecer de modo fragmentado, diluirse en el texto, pues en la misma realidad también conocemos fragmentariamente a las personas. Todo es un proceso.