Por Javier Vieyra Galán

 

Las recientes declaraciones de Mario Vargas Llosa respecto a su relación amistosa con García Márquez y las fricciones que hubo entre ellos, abre una vez más un largo historial de conflictos y polémicas que a lo largo de la historia han mantenido numerosos escritores entre sí. Muchas veces diferencias políticas, estilos literarios o algún aspecto personal son las causas de estos choques que no dejan de ser interesantes, puesto que, entre intelectuales, las palabras y las frases ingeniosas son la mejor arma.

Octavio Paz y Carlos Monsiváis

A finales de los años 70´s, la revista Proceso fue escenario de una fuerte polémica entre ambos escritores mexicanos cuando Monsi replicó las posturas políticas que Paz había expuesto en una entrevista con Julio Scherer. El futuro Nobel dijo que la izquierda sufría de “una suerte de parálisis intelectual” y que “pensaba poco y discutía mucho”. Entonces, Monsiváis le  imputó su dogmatismo como pensador de oposición: “¿A quiénes alude Paz con su imagen de ‘izquierda de murmuradores y retobones’?” Varios números duró el debate. El autor de El laberinto de la soledad dijo: “Monsiváis no es hombre de ideas sino de ocurrencias”. Monsi reviró: “Paz no es un hombre de ideas sino de recetas”. El mítico enfrentamiento sigue siendo uno de los mejores referentes intelectuales del semanario.

 

Lope de Vega, Francisco de Quevedo y Luis de Góngora 

Los tres pilares icónicos del llamado “Siglo de oro de  Oro de la Poesía Española” protagonizaron, en su tiempo, una lírica batalla de criticas y burlas entre ellos.  Francisco de Quevedo, desde joven, nunca ocultó el poco respeto que sentía  por la obra de Góngora y la satirizaba sin recato; Don Luis no tardó en contestar las ofensas y escribió, también, poesías contra Quevedo. El conflicto se hacía presente hasta en las calles ibéricas en donde se cuenta que se lanzaban versos “envenenados”. La victoria se la llevaría Quevedo que, por problemas de deudas de Góngora, compró el edificio donde vivía éste y lo arrojó de ahí al no poder pagar el alquiler.

Luis de Góngora y Lope de Vega tuvieron una relación difícil que no fue tan radical como la de Quevedo. Ambos autores se lanzaban burlas pero, de parte de Lope, también existieron elogios. Cosa que es meritoria de mencionarse, pues  Lope de Vega era un férreo crítico que no tuvo reparo en decir que ningún poeta era “tan malo como Cervantes”.

William Faulkner y Ernest Hemingway 

Los nombres de ambos norteamericanos están escritos en oro dentro de la literatura del siglo XX; sin embargo, eran estilos totalmente opuestos. Mientras William Faulkner no dejaba un sólo cabo suelto en sus obras, consideradas barrocas, Ernest Hemingway apostaba a la sencillez y simpleza expresiva de la prosa. La diferencias al escribir le dieron a Faulkner un motivo para abrir el fuego cuando dijo que el autor de París era un fiesta “nunca  ha sido conocido por usar una palabra que pudiera enviar a un lector al diccionario”. Pero Hemingway, tiempo después, le respondió diciendo: “Pobre Faulkner. ¿Realmente piensa que las grandes emociones provienen de las palabras más largas?. Ahí quedó todo. ¿Quién río al ultimo, río mejor?

 

Alfonso Reyes y Héctor Pérez Martínez

En el año de 1932, el gran debate intelectual en México giraba entorno a cómo debía ser la literatura nacional. Las posturas nacionalista y cosmopolita chocan entre si; Pérez Martínez, nacionalista, comenzó entonces el acto casi suicida de reprocharle a Alfonso Reyes, el máximo ícono de las letras patrias y entonces embajador en Brasil, su desapego a lo mexicano.  Reyes no cayó nunca en provocaciones y respondió con su brillante Vuelta de correo; defiende no solamente su postura y quehacer literario sino también su amor a México a través de su labor diplomática.  La polémica continuó dando lugar a un rico y largo debate en el que figuraron figuras como Ermilo Abreu Gómez, Xavier Villaurrutia, Torres Bodet, Xavier Icaza, entre otros; la mayoría defendiendo a Reyes.  Al final, don Alfonso y Pérez Martínez se hicieron grandes amigos; aún así, la llamada “polémica nacionalista”  generó la más importante querella literario de todo el siglo XX en México.

 

Octavio Paz y Mario Vargas Llosa

Si por una frase recordamos los mexicanos a Vargas Llosa es por aquella de que “México es la dictadura perfecta”. El Nobel peruano la dijo en 1990 durante el Encuentro “La experiencia  de la libertad”. Aunque la expresión tiene una enorme cantidad de simbolismos e interpretaciones, sí alguien escucha el discurso completo de Vargas Llosa sabrá que, antes de mencionarla, hace una fuerte crítica al papel de los intelectuales en México; razón por la que Octavio Paz, uno de los organizadores del foro, tuvo más de una razón para ofenderse y así lo hizo notar. Paz con una actitud sería y reservada defendió lo que le parecía positivo de estructura política mexicana y precisó que México no era dictadura sino un “sistema hegemónico de dominación”. La postura de Vargas Llosa, sin embargo, marcó claras diferencias entre ambos y dividió a la opinión pública y a la elite intelectual al respecto. Después de más de veinte años el debate aún no acaba.

Pablo Neruda, Pablo de Rokha y Vicente Huidobro

Vicente Huidobro y Pablo de Rokha, dos de los más prolíficos y reconocidos escritores chilenos no tuvieron reserva en acusar, en diferentes ocasiones, a Pablo Neruda de plagio y en criticar negativamente su obra. Neruda se defendía de manera igualmente radical y la enemistad tuvo sus frutos literarios; por ejemplo, Huidobro escribió en enero de 1935 un texto que finalizaba diciendo: “¿Es que mi presencia en el mundo es un obstáculo para la felicidad del señor Neruda y sus amigos? Siento mucho no poderme suicidar por el momento”.

De Rokha llegó a escribir un libro llamado Neruda y yo, una inclemente amonestación para el trabajo y la persona del poeta.  Por su parte, el Premio Nobel de Literatura 1971 argumentó a su favor mediante Oda a la envidia. Cabe mencionar que De Rokha y Huidobro tampoco fueron amigos, pues el primero siempre calificó al segundo como un “señorito millonario”.

  

José María y Rafael Pérez Gay

Cuando el año electoral de 2006 polarizó a la sociedad mexicana,  los hermanos José María y Rafael Pérez Gay sufrieron también una fractura en su relación fraterna debido a sus diferencias políticas.  Y es que en los últimos años de su vida, José María, uno de los intelectuales más reconocidos sobre todo por su conocimiento de la cultura germánica y sus traducciones de Kafka y Goethe, se volvió un personaje incondicional dentro del circulo cercano Andrés Manuel López Obrador. Rafael, que no carecía de méritos en el ámbito editorial, se encontraba escribiendo en El Universal  y criticaba de manera constante y contundente al susodicho personaje. Las posturas públicas de ambos y el ambiente vivido en todo el proceso político terminó distanciando  gradualmente a los hermanos y su vínculo personal e intelectual se volvió  endeble . Sin embargo, a la muerte de José María en el año 2013, Rafael no demoró en escribir una suerte de reconciliación con él mediante El cerebro de mi hermano; texto entrañable de admiración, cariño y homenaje a quien, sin importar las tendencias políticas, fue un gran ejemplo en su vida.

 

Roberto Bolaño y el mundo 

Pocos autores se han peleado tanto con sus homólogos como Roberto Bolaño. Y es que al chileno nunca le importó decir lo que pensaba respecto al trabajo de otros escritores. Fueron públicas sus opiniones desfavorables para Isabel Allende y Ángeles Mastretta a quienes no consideraba escritoras, sino “escribidoras”. También dijo que Laura Esquivel era una mala copista del realismo mágico y declaró en alguna entrevista que si Arturo Pérez-Reverte estaba en la Real Academia, también Coelho estaba en la brasileña. García Márquez le parecía sofisticado pero no divertido, además de fascinado por las figuras de poder; Vargas Llosa le resultaba igual pero “más pulido”. Vale decir que varias de estas personalidades le respondieron: Allende dijo que le resultaba aburrido, Pérez-Reverte la secundó y agregó que prefería salvar Las aventuras de Tintín en lugar de las obras de Bolaño en caso de un incendio de su biblioteca. Al final, Ángeles Mastretta se reconoció como su fan.

  

Salvador Novo y Diego Rivera

Aunque Diego Rivera se expresaba mediante su pintura y no por las letras, sus conflictos con el grupo literario de Los contemporáneos, especialmente con Salvador Novo, dieron pie a una polémica por demás curiosa y extravagante. Al principio, Diego, quien consideraba a Novo “un maricón”, lo retrató en un mural de Secretaría de Educación Pública  poniéndole  en cuatro patas y con orejas de burro; al conjunto lo tituló “El que quiera comer que trabaje”. El cronista de Coyoacán, ofendido en exceso, supo responderle con un La diegada y con Sonetos a Diego, un grupo de líricas composiciones con que insultaba con ingenio y humor, a veces radicales, al pintor.  Entre los versos más contundentes de dichos trabajos, Novo se burlaba de su relación con Frida Kahlo, llamándola a ella “cojitranca”, hacía referencia a los fracasos de Diego en Estados Unidos, satirizaba el adulterio de una de sus esposas, Guadalupe Marín, con Jorge Cuesta y dijo de las hijas de ambos que eran engendros nacidos de  “hipopótamo y harpía”.  La polémica sigue siendo la delicia de los estudiosos de la época.

Elena Garro y Octavio Paz

Octavio paz vuelve a aparecer en este recuento gracias a su tormentosa relación con la también escritora Elena Garro. Ambos entablaron uno de los romances más emblemáticos de la literatura mexicana durante 22 años, en los cuales el amor-odio era ya una constante cotidiana. En ese tiempo entre ambos hubo innumerables infidelidades y, antes y después de su divorcio, declaraciones hirientes uno de otro. Elena Garro declaró que Paz le repugnaba físicamente, además de que vivía, hablaba, tuvo amantes, escribía y todo lo que era, era contra él. Por su parte el Nobel dijo: “Ella es una herida que nunca se cierra, una llaga, una enfermedad, una idea fija”. A pesar de todos los aspectos negativos, Enrique Krauze, historiador cercano a la pareja, siempre ha declarado lo mucho que ambos se admiraban y  complementaban en el aspecto literario; fue un matrimonio “fructífero” aunque “desdichado”.