Cómo no lamentar lo que sucede en el periódico La Jornada cuando para muchos de nosotros ha sido un espacio de información alternativa a la que maneja la mayoría de los medios de comunicación en México. Desde su inicio en 1984, este diario estuvo marcado por la disidencia y por una línea editorial crítica. Aunque su fundación se atribuye a Carlos Payán, éste encabezó a un grupo de periodistas que en pos de espacios de libertad de expresión dejaron el periódico unomásuno, creación éste de los disidentes de Excélsior.
El problema de La Jornada es complejo en un tiempo en que prestigiosos medios impresos en el mundo han decidido cerrar las imprentas y pasar sólo al formato digital para poder bajar costos de producción. Se agradece incluso que La Jornada, albergada en el sitio de la UNAM, ofrezca su lectura en línea al mismo tiempo que sigue con la versión en papel.
El problema es complejo en una civilización neoliberal en la que los sindicatos y los derechos laborales se reducen a su mínima expresión, mientras que, según nos enteramos, este diario posee un sindicato que obtuvo salarios y prestaciones mucho más altos que los estipulados por la Ley, pero en la que no todos los trabajadores están sindicalizados. Trabajadores que son también columnistas, analistas o directivos.
No poseo la información para juzgar si la huelga es válida —aparentemente sí, según el desplegado del sindicato— o si no lo es. Tampoco sé cuál es la situación financiera real, las entradas y salidas contantes y sonantes, del periódico, y entre ellas cuánto se destina a los pagos y prestaciones de los trabajadores sindicalizados; y cuánto a los empleados de confianza. Ignoro quiénes son los dueños y cuál es su margen de utilidad.
Lo que sí sé es que para muchos la presencia de este periódico es y ha sido muy importante, y que, aunque ahora haya alternativas críticas de informativos en línea, lo que La Jornada nos brinda sigue siendo valioso por su espíritu. Por eso, no sólo yo, muchos lamentaríamos que este diario cerrara sus puertas por motivos que no quedan claros.
Por ello, y en cuanto lectora de La Jornada, creo que es importante una mesa de diálogo y negociación que rompa con el esquema patrón-trabajadores; que tenga un mediador que cuente con la confianza de ambas partes; en la que se presente con pelos y señales, de manera pública, la situación financiera real de la empresa; en la que se analice de forma autocrítica la manera en que se dirige el diario y cómo se eligen a estos directivos; en la que se use todo el poder de la imaginación creadora para buscar soluciones, incluso pensando en volverla una cooperativa, y con el objetivo central de lograr que este gran periódico que dio voz a los zapatistas o introdujo a wikileaks en México, por ejemplo, siga su labor de investigación periodística sin afectar a todos aquellos que trabajan en él. Aunque podría ser irremediable, lamentaría sin embargo que no saliera ya impresa, pues la distribución en papel es aún en nuestro país una manera de llegar a más gente y de mantener empleos.
En este momento crucial para México, entre otras cuestiones en vistas al 2018 o por la andanada de Trump contra migrantes y los posibles arreglos a un TLC que podrían dejar en una situación de mayor vulnerabilidad a México, es impensable que La Jornada no exista como el medio libre que sus fundadores quisieron en 1984.
Además, opino que se respeten los Acuerdos de San Andrés, que se investigue Ayotzinapa, que trabajemos por un nuevo Constituyente, que recuperemos la autonomía alimentaria, que revisemos a fondo los sueños prometeicos del TLC.