Bernardo González
Al festejar, el 4 de julio, el 265 aniversario de su fundación, Estados Unidos se enfrenta al más grave problema de su explosivo expediente de deuda pública.
El imperio sufre en su base muchas fisuras. Es claro que el Tío Sam se debate con su propia versión de los problemas económicos, sociales y políticos que suelen acumularse cuando un país posee mucho poder durante largo tiempo. Roma locuta est.
De tal suerte, el presidente Barack Obama —que al mismo tiempo reparte sus preocupaciones con el inminente proceso en busca de su reelección el próximo año—, anunció el martes 5 de julio que había invitado a los jefes del Congreso para el jueves 7 a la Casa Blanca para encontrar “en las dos siguientes semanas” un acuerdo “que reducirá el déficit y preservará la credibilidad del gobierno estadounidense”.
La Oficina del Tesoro advirtió que si no se aprobaba la ampliación del techo de la deuda antes del 2 de agosto próximo, Estados Unidos sería incapaz de hacer frente a sus obligaciones de pago, lo que podría tener consecuencias peligrosas para la economía, no sólo de su país sino de todo el mundo.
Demócratas contra republicanos
La deuda bruta del Estado federal, aproximadamente de 14 mil 300 billones de dólares (9 mil 900 billones de euros) alcanzó, a mediados de mayo último, el techo autorizado por el Congreso, y el déficit presupuestario debe ser de mil 600 billones de dólares este año.
Demócratas y republicanos se enfrentan en la forma de reducir este déficit; los primeros proponen el alza de impuestos y los segundos recortes presupuestarios.
A su vez, el domingo 10 de julio, la nueva directoragerente del FMI, la francesa Christine Lagarde, advirtió que un cese de pagos en Estados Unidos, debido a la incapacidad de llegar a un acuerdo sobre la deuda, provocaría “secuelas graves y reales” en el planeta.
Lagarde declaró que el FMI “está preocupado”, pero confía en que la administración de Obama y la oposición republicana en el Congreso logren un acuerdo para ampliar el techo de la deuda antes del 2 de agosto.
Lagarde abundó en el tema y declaró que si Estados Unidos no logra el acuerdo en la Cámara de Representantes y cae en moratoria de pagos por primera vez en su historia —durante el gobierno de Bill Clinton hubo un problema semejante—, la todavía mayor economía del mundo sufriría “un impacto enorme”, lo que dispararía las tasas de interés, provocando “un golpe tremendo para las bolsas en todo el mundo, porque Estados Unidos es un factor muy importante para el resto de los países”.
La sucesora de Dominique Strauss-Kahn se refirió al problema del desempleo, aclarando que éste no era sólo un problema de la Unión Americana, sino de todo el mundo “y aquellos que han conseguido salir de la crisis del desempleo, como Alemania, se han concentrado mucho en el aprendizaje, en la formación profesional de los individuos, la mejor solución para estabilizar los índices de paro”.
Seriedad en las negociaciones
Tal y como se anunció, la reunión del presidente Obama y los líderes del Congreso tuvo lugar en la Casa Blanca con la participación directa del mandatario, lo que dio absoluta seriedad y ambición a las negociaciones para sanear las finanzas públicas.
Obama declaró que “la reunión había sido constructiva.
Todo el mundo alrededor de la mesa llegó dispuesto a formalizar compromisos y acuerdos con la necesidad de llegar a un acuerdo antes del 2 de agosto. Las partes aún están lejos de arribar a un acuerdo, pero una nueva reunión está prevista para el domingo 10. De ahora, para ese momento, aún hay mucho que hacer”.
Por su parte, el líder de la minoría republicana en el Senado, Mitch McConnell, calificó la reunión de “buena conversación”.
Sin embargo, el líder republicano en la Cámara baja, John Boehner, dijo que se retiraba de las negociaciones sobre la deuda dejando en el aire la reunión del lunes 11.
Es decir, el problema está lejos de haberse resuelto. Pero debe lograrse.
La intervención del presidente Obama en las negociaciones con el Congreso, para lograr la ampliación del techo de la deuda, tuvo que hacerse físicamente, pues hasta hace pocas semanas era el vicepresidente, Joe Biden, el que hablaba con los republicanos, especialmente con Eric Cantor, jefe de la fracción mayoritaria de la Cámara de Representantes, y con el senador John Kyl.
Obama tuvo que enfrentarse al toro.
Hay que recordar que en Estados Unidos, el nivel de la deuda pública acumulada se fija en el Congreso: desde hace cincuenta años, ha legislado en 78 ocasiones sobre la materia.
Techo de endeudamiento
La Casa Blanca arguye que su techo de endeudamiento debe ampliarse, a fortiori, antes de fin de mes. El 16 de mayo último, rompió el precedente máximo autorizado de 14 mil 300 billones de dólares (10 mil 114 billones de euros).
Después, el gobierno continúa endeudándose por medio de expedientes técnicos temporales.
No podrá continuar haciéndolo después del 2 de agosto. El Tesoro informa que Washington será entonces incapaz de pagar a todos sus empleados (profesores, policías, etcétera) y de honrar sus compromisos: pago de las jubilaciones, apoyo sanitario, obras importantes o pagar sus deudas. Entonces, el Estado norteamericano correría el riesgo de ver la calificación de su deuda (AAA, la mejor) degradada por las agencias de notación.
De 2007 (año fiscal) a 2011, la deuda pública de Estados Unidos ha crecido de la siguiente manera: 2007: 8,950 billones de dólares; 2008: 9,990; 2009: 11,880; 2010: 13,530; 2011: 15,480. De hecho, la deuda ha tenido una alza exponencial.
Evolución: la deuda pública estadounidense pasó de menos de mil billones en 1981 a 5 mil billones de dólares en los años 1990 y casi llegó a los 10 mil billones de 2008. Techo de endeudamiento: de los 14 mil 300 billones actuales, el próximo techo en debate debería acercarse a los 16 mil 500 billones.
Los “previsionistas” del Tesoro hablan de 26 mil 300 billones de dólares para 2020. Acreedores: 9,700 billones de dólares de la deuda están en manos de inversores extranjeros, de los cuales 4,500 billones los tienen China y Japón.
Por lo mismo, bajo la presión de calendario electoral, Obama a fines de junio puso la economía en el primer lugar de sus prioridades de gobierno y echó mano de una retórica populista para culpar al obstruccionismo republicano en el Congreso y a los beneficios fiscales de los ricos de muchos de los problemas del país.
Crítica a los acaudalados
En una conferencia de prensa, el primer mandatario mulato de Estados Unidos repentinamente se refirió a los “propietarios de aviones corporativos” aludiendo a los altos ejecutivos que se aprovechan de “los impuestos más bajos desde los años cincuenta”, y socarronamente dijo que sus hijas, Sasha, de 10 años, y Malia, de 13, eran más responsables a la hora de hacer sus tareas escolares que el Congreso de Estados Unidos, donde están bloqueadas varias iniciativas de ley que, según el propio Obama, servirían para crear empleos y acelerar el crecimiento.
Estos y otros argumentos más serios sirvieron para que Obama admitiera que la economía, no Afganistán ni Libia, era la gran preocupación nacional cuando el país está por navegar en la próxima campaña presidencial.
Alertas del FMI
Asimismo, el FMI emitió un informe en el que alerta sobre la “debilidad” del crecimiento estadounidense, que no llega al 3%, y advierte también sobre las consecuencias del atolladero político sobre la deuda.
Algunos analistas, como Timothy Garton Ash, explican que Estados Unidos sufre en ciertos aspectos el lastre de haber querido abarcar demasiado desde el punto de vista estratégico, tal como describía (Paul) Kennedy (en su libro Auge y caída de las grandes potencias, publicado en 1987, poco antes de derrumbe de la Unión Soviética y que Japón entrase en una década de estancamiento, y los estadounidenses, orgullosos y seguros de si mismos, dijeron que Paul Kennedy era demasiado alarmista).
Se calcula, según dice Garton Ash, que el costo — entre 3.7 billones y 4.4 billones de dólares— que han supuesto para Estados Unidos las guerras de Irak y Afganistán y otras operaciones posteriores al 11-S es casi el cuádruple del que representó la Segunda Guerra Mundial, en dólares actuales.
Debido al enorme crecimiento de la economía estadounidense, eso se traduce en un porcentaje mucho menor de PIB, alrededor del 1.2% en 2008, frente al 35.8% en 1945. Pero la década de lucha armada en todo el mundo —en la que al principio Estados Unidos entró obligado por Osama Bin Laden (que en paz descanse), pero que luego se prolongó con una guerra con elección en Irak— ha devorado un porcentaje mucho mayor del tiempo, la atención y la energía de los estadounidenses.
Incluso cuando la Casa Blanca pretende desentenderse de un conflicto, como en Libia, acaba viéndose arrastrado a él, en calidad de prestamista militar.
Ahora, el problema de Obama es cómo salir del hoyo.
Nada fácil.