Nunca sobra recordar que ese sistema multiestratificado llamado “obra de arte literaria” (y con esta frase no me refiero ni a los cuentitos escritos al vapor ni a las “novelas enlatadas”) puede interpretarse (leerse) desde cinco grandes perspectivas, y que una no excluye a la otra. Al contrario: se complementan. Hay lectores que se ciñen a una o a dos. Resumiré cada enfoque.
1) Desde el punto de vista del autor. Durante el romanticismo se privilegió esta manera de leer. Sin embargo, sabemos que una obra no sólo es producto de un autor, quien leyó a otros, y esos a otros, y esos a otros, y así hasta los albores de la humanidad. A menudo, un creador recibe influjos indirectos de alguien a quien jamás leyó, pues aparece como intertexto (concepto de Kristeva) o referente en algún libro leído. Justo lo que Gennette llama transtextualidad se refiere a los diferentes modos en que un texto trasciende en otro. Una forma clara de transtextualidad es la parodia. Un autor puede parodiar la obra de otro, o por lo menos un pasaje, al invertir o criticar sus propiedades. Pero un texto es también producto de una lengua compartida que posee alcances y limitaciones; también es producto de una o varias tradiciones, así como de una época y una sociedad. Por último, hay textos escritos por muchos autores a lo largo de siglos, y también anónimos. El no conocer a sus autores de ningún modo cancela su autosuficiencia.
2) Desde el punto de vista de la sociedad. Por más fantástica que sea una obra, reflejará los conocimientos, la visión del mundo e imaginación de una época y un lugar. No obstante, cuando se habla de la sociedad como productora de una obra, se suele aludir a textos realistas, miméticos: a los que imitan la realidad sin incluir elementos fantásticos o sobrenaturales que atenten contra las leyes físicas. Auerbach analiza estrategias y recursos para representar la realidad desde La Odisea hasta el siglo XIX en Occidente. Hauser estudia la obra en función de la sociedad en que surge. La crítica marxista, sobre todo Lukács, se centró en la sociedad para estudiar las obras.

3) Desde la perspectiva de alguna teoría o filosofía ajenas a las teorías literarias. Se ha leído obras, por ejemplo, desde el enfoque de algún sistema filosófico (fenomenología, existencialismo…) o desde alguna ideología o postura de pensamiento. Se ha leído desde enfoques psicoanalíticos, antropológicos, etcétera. Es cierto que dichas disciplinas han alimentado teorías literarias. La antropología, los estudios del mito y de los esquemas mitológicos han nutrido la mitocrítica (Campbell, Juan Villegas y compañía). Sin embargo, también es cierto que el abuso es perjudicial y a veces, al intentar leer desde una teoría ajena, pueden hallarse elementos inexistentes. Se produce el “delirio interpretativo” o sobreinterpretación. Si se usa una teoría externa, debe hacerse de forma pertinente, sin forzar la obra o imponerle “corsés”. Con razón, Todorov afirma que la mejor interpretación logra incorporar el mayor número de elementos textuales. No se trata de incluir en la lectura elementos extratextuales ni de imponerle un “policía” para leerla como deseamos.
4) Desde el punto de vista de la obra misma. Una obra literaria es, antes que nada, un hecho lingüístico. Su materia prima es el lenguaje articulado, la sucesión de signos verbales. Leerla desde su estructura y la función de cada elemento es centrarse en su forma. Estructuralistas y formalistas intentaron esclarecer el fenómeno a partir de sus aspectos formales, pero si permanecemos sólo en ese nivel, leeremos parcialmente. Lo mismo si sólo leemos desde el autor o desde la sociedad en que surgió la obra, o desde alguna disciplina externa. El arte es producto cultural. Por ello puede ser pertinente acercarse desde otra disciplina, siempre y cuando la misma obra lo exija.
5) El último enfoque es desde el lector. Aquí se utiliza las llamadas “teorías de la recepción”. Nuestras lecturas anteriores y competencia cultural influirán en nuestra lectura actual. Cada lector percibirá determinadas funciones o intenciones en un texto, además de su función estética. Hay más de veinte funciones y sería imposible exponer cada una. Baste recordar que el arte es, ante todo, técnica, pero también emite mensajes: comunica.

