Gadafi, un tirano sin escrúpulos para castigar al pueblo
Carlos Guevara Meza
Uno puede imaginarse a Estados Unidos tratando de convencer a los gobiernos extranjeros de apoyar una intervención en Libia, pero aclarando que no desea el protagonismo (es decir, que no asumirá el mando ni la responsabilidad, ni movilizará grandes recursos ni pagará los costos). Y uno puede imaginarse a los representantes de esos gobiernos respondiendo “Nosotros les llamamos”. Pero a principios de la segunda quincena de marzo la situación era ya insostenible: Gadafi había retomado prácticamente todo el territorio perdido y sus tropas se encontraban a las puertas de Bengasi, la capital de los rebeldes. Era cuestión de días, quizá de horas, para que el tirano prevaleciera.
Ante esto, el gobierno de Barack Obama no tuvo más remedio que tomar la iniciativa: impulsó la resolución del Consejo de Seguridad de la ONU (cuando apenas unos días antes no había conseguido el apoyo del Grupo de los 8) y lanzó los primeros ataques, junto con Gran Bretaña y Francia, para aliviar la situación desesperada de Bengasi y Misrata, bajo sitio de Gadafi. Bastaron unas cuantas horas de razzias para abatir los radares y baterías antiaéreas fijas del tirano, inhabilitar sus pistas de aterrizaje y paralizar la artillería terrestre y los tanques que estaban comprometidos en los asedios. Pero, hasta el momento de escribir estas líneas, no parecía que pudiera ir más allá.
Y es que Estados Unidos asumió el mando sólo por la urgencia, pero el presidente Obama declaró luego que lo dejarían en otras manos a la primera oportunidad. Y no hay acuerdo sobre quién y cómo asumirá esa responsabilidad. Italia quiere que sea la OTAN y hasta ha amenazado con retirarse de la alianza si no es así (Berlusconi ―socio y amigo personal de Gadafi― incluso declaró que sentía pena por él). Pero es de suponer que Alemania (que no ha apoyado la intervención) se opone a ello, junto con países como Noruega, Polonia o Turquía (que desean participar lo menos posible o no hacerlo de plano), y curiosamente también Francia que aparentemente desea un mando más bien político y además, encabezarlo. Por otro lado, parece que también se oponen los países árabes que han apoyado la intervención, quizá porque piensan que participarían menos en las decisiones si el mando lo tiene una organización europea. Estados Unidos y Gran Bretaña posiblemente apoyan la idea de que sea la OTAN quien tome el mando pues ya tiene la infraestructura militar para hacerlo, pero el organismo atlántico no puede hacer nada sin el acuerdo de sus 28 países miembros.
A esto hay que agregar que la resolución de la ONU, hecha a las prisas, no establece claramente el objetivo de la misión (derrocar o no a Gadafi), lo que ya está siendo usado por los gobernantes de los países involucrados (si la meta no es clara, no se puede decir si fracasan o no); ni define la reglas de combate (en qué condiciones o bajo qué criterios un objetivo es militar, y por tanto, legítimo, o civil), lo que ha empezado a usar Gadafi internando sus fuerzas en ciudades leales y rebeldes, de modo que los civiles se conviertan, voluntariamente o no, en escudos humanos. Incluso hay duda de si las fuerzas militares emplazadas para combate, pero inactivas, pueden considerarse objetivos. Para acabar, los rebeldes, completamente desorganizados en lo militar y lo político, mermados por las derrotas, y mal armados y pertrechados, difícilmente pueden retomar la iniciativa. Va para largo y quizá no acabe bien.