Hoy recordamos al gran artista oaxaqueño a 118 años de su nacimiento, a pesar de que siempre prefirió celebrarlo un día después.
Nacido en el seno de una familia de origen indígena, Rufino del Carmen Arellanes Tamayo vio sus primeros colores en la Ciudad de Oaxaca del estado homónimo. Con tan sólo 12 años de edad y siendo ya huérfano, se trasladó a la Ciudad de México para, posteriormente, ingresar como alumno a la Escuela Nacional de Artes Plásticas, donde comenzó sus primeros trazos. Coincidentemente, el inicio de su camino profesional se aparejaría con el apogeo de la pintura mural mexicana.
Dentro de su joven trayectoria, es posible identificar un periodo demás de diez años en que trabajó naturalezas muertas y pasajes urbanos, en ello es notable la influencia de Paul Cézanne, punto de referencia para sus siguientes influencias. En esa etapa, Tamayo comenzaría a desarrollar su personalísimo estilo mediante la experimentación y la fusión de las diferentes tendencias en que lo había sumergido su contexto; juega con las consecuencias del cubismo, el exotismo y el ímpetu del color. Además, mantiene un fuerte vinculo con la labor que comenzara a realizar en 1921 como dibujante Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnografía; esta última actividad fue determinante en su identidad como artista.
Ya en la década de 1940, tiene la oportunidad de trascender al mundo y toma la ciudad de Nueva York como nueva sede de su creación por más de 20 años, pero también lo complementa con su exploración a Europa, donde se presenta en diferentes exposiciones y consolida su fama internacional: obtiene una sala completa de su obra en la Bienal de Venecia y gana el primer premio de la Bienal de Sao Paulo. Uno de sus mejores amigos, Octavio Paz, quien ya es para ese momento un intelectual de primera línea, elogia contantemente su pintura y la equipara con el movimiento poético de su tiempo; incluso, Paz lo invita a ilustrar la edición conmemorativa de ¿Águila o sol?

En la mitad del siglo, Tamayo había forjado una inigualable expresión por medio de sus pinceles. Para 1952, el máximo recinto cultural del país, el Palacio de Bellas Artes, le ofrece sus muros en blanco para pintar Nacimiento de nuestra nacionalidad y México de hoy. Siendo ya la eminencia que era en el mundo del arte mexicano, Tamayo nunca se encerró en su en sus ideas; a principios de los años 60´s no tiene reparo en apoyar abiertamente al grupo de la Ruptura, un conjunto de pintores entre los que se encontraban Vicente Rojo, Manuel Felguérez y Fernando García Ponce.
Olga Tamayo, quien fuese la compañera sentimental del maestro de la geometría nacionalista desde 1934, fue una persona fundamental dentro de su obra, no solamente en los sentidos personal y pictórico, sino que, juntos, conformaron una envidiable mancuerna que ejerció notables actividades de mecenazgo y protección del arte mexicano.
Uno de los momentos más insignes dentro de la vida de Tamayo y la cultura en México fue la inauguración, en 1981, del Museo de Arte Contemporáneo Internacional Rufino Tamayo, hoy llamado Museo Tamayo Arte Contemporáneo, cuyo edificio representó toda una vanguardia en los espacios museográficos; el recinto fue diseñado por Teodoro González de León y Abraham Zabludovsky y es uno de los mejores referentes de arquitectura dirigida a resguardar patrimonio artístico. Ese mismo año, la casa Christie´s de Nueva York subastó su obra Niño con sandías en 200 mil dólares, el precio más alto pagado hasta ese momento por una pintura latinoamericana.
Para coronar su prestigio, en 1991 ingresó a El Colegio Nacional, sin embargó, poco más de un mes después falleció a causa de una bronconeumonía en la Ciudad de México. Sus restos, junto con los de su amada Olga reposan hoy en su museo, sede también de una fundación que lleva el nombre de ambos.
Su legado consta de 465 obras gráficas, 350 dibujos, 20 murales y 20 retratos de Olga Tamayo.
