Algunos afirman que en estos días estalló y estamos inmersos en una crisis constitucional inédita al imposibilitarse la instalación del Congreso General para iniciar el periodo ordinario de sesiones, al evitarse la votación plenaria para elegir formalmente la Mesa Directiva de la Cámara de Diputados e instalarse la de Senadores en la vorágine de un enfrentamiento interno de la bancada del PAN, como consecuencia de la elección como presidente de un conspicuo panista, exlíder de esa bancada y ex muchas cosas, durante los doce años de gobiernos  panistas, mediante el voto de los senadores priistas.

Algo de razón tienen, si persiste la situación y los diputados están impedidos de sesionar legalmente y procesar el muy importante paquete económico del Presupuesto de Egresos de la Federación de 2018 y la Ley de Ingresos del próximo año. Esta situación ha evidenciado la falta de normatividad para un hecho imprevisto como el que hemos vivido. Cierto es que tendrá salida y sin duda podrá procesarse al filo de la navaja de la legalidad.

El origen o la causa de lo causado es que se ha desbordado el proceso sucesorio de 2018. El evidente e innegable pleito interno del PAN es para apoderarse de la candidatura presidencial de ese instituto político. Los críticos a la gestión del actual presidente señalan que todo se gestó en Chihuahua, en la reunión convocada por el gobernador de ese estado y a la cual acudieron los dinosaurios de la “izquierda cardenista”, algunos frustrados candidatos independientes y lo que queda del PRD, para acordar la creación de un Frente Amplio Opositor, al cual se sumaría la oportunista formación del MC.

El acuerdo sería que Anaya fuese el candidato del Frente y las izquierdas elegirían el candidato en la CDMX, lo cual cerraría el paso a la esposa de Calderón y a Moreno Valle. Por eso la rebelión de la facción calderonista en el Senado. Por la tiranía del tiempo y la oportunidad, estas líneas se escriben cuando parece evidente que estas fuerzas coaligadas acudan ante el INE a registrar la alianza.

Al parecer también Anaya rompió acuerdos e incumplió su palabra con el gobierno y el PRI, o los misiles amigos; el caso es que se exhibió el inexplicable crecimiento de sus cercanos y su respuesta fue visceral, emocional, sin reflexión; quizá por su inexperiencia de jugar en grandes ligas o desconocer que quien juega la “grande” está sujeto a todo tipo de ataques, ruindades y vilezas, que por cierto su partido utiliza muy bien. Ante la avalancha de misiles, declaró la “guerra” al gobierno y al PRI y orquestó la parálisis del congreso, encubriéndose en que todo obedecía a su negativa de votar favorablemente el pase automático del actual procurador general a fiscal de la república.

Es cierto también que el maquiavelismo de los priistas lo orilló a un despiste, a mostrar su falta de oficio y utilizarlo para ahondar la división interna del PAN, que no es de ayer. Qué lejos se ven los días posteriores de las elecciones de 2016, en las cuales, adelantando los tiempos, tocaron anticipadamente las campanas triunfalistas y se soñaron en la presidencia para 2018 y hasta repartieron gabinete.

Lo grave es que, por estas reyertas entre la clase política, tanto inexpertos como colmilludos, ponen en riesgo las Instituciones de la república. Es necesario que impere la cordura, la serenidad, la ponderación. La política no se hace con injurias, que se privilegie la política–política y sobre todo que prevalezca el bien de México.