Como nunca antes, la actual generación de hombres y mujeres que tienen entre 18 y 33 años vive un mundo altamente conectado, interdependiente y con múltiples fuentes de información compitiendo permanentemente por atención. Es la era digital.

Un teléfono inteligente se ha convertido en una extensión de nuestro ser y en donde se configura parte de nuestra personalidad: dime a quién sigues y te diré quién eres. Mucho de lo que somos se puede ver revelado a partir de nuestra huella digital. Dicha dinámica casi nunca es unilateral e individual. Es decir, son pocas las personas que hacen uso de las tecnologías de la información únicamente como consumidores y aislados de otros usuarios de la red. Por eso este entramado simbólico, en donde la información objetiva y las afinidades subjetivas se mezclan, resulta tan difícil para quienes intentan medir, cuantificar y sistematizar su contenido. ¿Cómo y por qué un video se vuelve viral? ¿Quién tiene autoridad en Internet para decir qué cosas?

Hoy en internet se puede encontrar una lista, supuestamente atribuible al empresario y cofundador de LinkedIn Red Hoffman, en donde señala que “las únicas redes sociales que funcionan son las que logran acceder a los siete pecados capitales: la ira, la envidia, la soberbia, la lujuria, la gula, la codicia y la pereza”, ya que “apelan a nuestros instintos más básicos”. De esa manera tendríamos que la codicia sería LinkedIn; la pereza sería Netflix; la gula sería Instagram; la ira sería Twitter; la lujuria sería Tinder, y la envidia sería Pinterest.

Quienes se dedican profesionalmente a la comunicación política —tanto consultores como políticos en funciones— todavía están a años luz como grupo de entender y comprender los alcances que la era digital ofrece. Un seguidor no es un voto y un like no significa compromiso. Muchos políticos han entrado a Twitter y replicado el viejo esquema del boletín al que sus equipo de campaña habían estado acostumbrados; otros entran a YouTube y generan contenido de 30 minutos en donde están ellos y solo ellos hablando detrás de un escritorio; y en Facebook no suben otra cosa más que fotografías que alimentan el ego y no informan. Por su parte, los consultores ofrecen carísimos paquetes de seguimiento y monitoreo de redes para generar absolutamente ningún diferenciador. La falta de creatividad es dolorosamente mediocre y la cantidad de recursos que algunos le dedican a ello termina por alcanzar números obscenos.

La clave de la comunicación política en la era digital es mantener las cosas sencillas, fáciles y hacerlas accesibles al utilizar referencias culturales/generacionales compartidas. Luces, colores, animaciones son altamente recomendados. Pero, sobre todo, lo que la comunicación política en la era digital necesita es contenido. Parecerá una obviedad, pero en estos tiempos la velocidad con la que se mueve la información, el nivel de saturación se alcanza rápidamente. Si la realidad virtual que se proyecta en las pantallas de nuestros dispositivos móviles o computadoras no conecta con la vida de las personas que lo están viendo, el ejercicio es fútil e inservible, en términos de comunicación política. Decir algo no es cualquier cosa, sino algo que pueda ofrecer sentido y dirección a lo que la gente está viviendo en estos momentos.

Los medios tradicionales compiten por mantener la atención de un público que ya no los ven, ya no los escuchan pero, sobre todo, ya no les creen. De ahí que el Internet sea un instrumento democratizador: cualquiera puede generar contenido en una plataforma única y universal. Si la política quiere volver a convertirse en una herramienta para resolver los problemas de la gente, el Internet ofrece la plataforma idónea para conectar con una generación de hombres y mujeres que, el año que entra, representarán el sector de población más grande de todos. El reto no es menor.

@ZoeRobledo

Senador de la República por Chiapas