El día primero de octubre asistimos a la consulta organizada del pueblo catalán que, a pesar de la violenta represión de Rajoy, se manifestó democráticamente sobre la autonomía de su país. Aunque la organización no es la última palabra para un libertario, sí es un camino. Los individuos difícilmente pueden llevar a cabo cambios sociales profundos sin una coordinación. Desgraciadamente, la sociedad urbana en México está imbuida del pensamiento moderno darwiniano de que cada uno tiene que rascarse con sus propias uñas, si las tiene más duras y más grandes le irá mejor, si las tiene frágiles, ni modo. De esta manera, no hay posibilidad para llegar a un mínimo acuerdo.
En las redes circula una reflexión que se atribuye a Leslie Serna, quien lideró el movimiento urbano popular tras el terremoto de 1985 en CDMX. El comentario en sí vale la pena, más aún si tiene el respaldo de una activista prominente. Resumo: la diferencia entre el terremoto del 85 y el de 2017 estriba en el estatuto socio-económico de las zonas afectadas. En el primero fueron populares y afectaron a gente que mayoritariamente rentaba. En el segundo, fueron de clase media y media alta que es propietaria. Los damnificados del 85 se organizaron rápidamente hasta reunirse en la Coordinadora Única de Damnificados (CUD) que negoció en nombre de todos. La clase media afectada recientemente “no tiene mucha experiencia en la acción colectiva” y, añado, está acostumbrada a arreglar las cosas a partir de conocidos, contactos, compadrazgos.
Sin embargo, un elemento nuevo puede ser crucial. Me refiero a las redes sociales, entre ellas las que usaron internet, que sirvieron de puente entre los damnificados y los brigadistas. No sólo para auxiliar a los capitalinos, sino al resto de los estados dañados. Muchas mujeres y hombres, de diferentes edades, se mantuvieron días enteros pegados a la computadora validando y cruzando la información que circulaba, y estableciendo nuevos contactos. No estuvieron ausentes tampoco asociaciones civiles en este esfuerzo de respuesta a la emergencia más inmediata de salvar vidas, buscar refugios, alimentos y enseres.
La urgencia no ha terminado. La peor situación, hasta el momento en que escribo esto, es la del Istmo: ahí sigue temblando (a veces hasta veinte veces en un día); la gente vive en la calle y las lluvias empeoran las cosas; el acceso a ciudades y poblados es largo y difícil. En muchos otros lugares, la gente sigue acampando o viviendo en refugios. Además, el uso político tanto de la situación como de los insumos públicos y privados, nacionales y extranjeros, se incrementa con la inminencia del 2018.
La pregunta es cómo no detenernos tras la respuesta a la primera alarma, cómo pasar de la ayuda desinteresada y generosa ante el sufrimiento evidente a una organización que, uno, exija a corto y mediano plazo que el gobierno cumpla su deber usando de manera transparente, eficaz y receptiva nuestros impuestos en auxilio de los damnificados y, dos, que no perdamos el impulso de las redes sociales de todo tipo para implicarnos en la vida política —en su sentido más hondo— del país, sobre todo en esta coyuntura electoral. ¿Cómo hacerlo? Tomando un respiro y usando con imaginación, sin prisa, pero sin tregua, las plataformas que ahora se han creado. Más que una propuesta terminada, es una invitación a no bajar los brazos, aunque nos duelan.
Además, opino que se respeten los Acuerdos de San Andrés, que se investigue Ayotzinapa, que trabajemos por un nuevo Constituyente, que recuperemos la autonomía alimentaria, que revisemos a fondo los sueños prometeicos del TLC y que evitemos la politización del terremoto.
@PatGtzOtero

