Si el amor es una anomalía, sobre todo, improbable, como señala Niklas Luhmann (El amor como pasión, 1982) no es menos cierto que el deseo es como una llama que ilumina, siempre de manera instantánea, entre el fervor, la consumación y la extinción.

El deseo es una fatalidad: entre la fascinación y el temor; el ímpetu y la morbidez; la febrilidad y la culpa, la vitalidad y la esterilidad (frigidez e impotencia); la libertad y la subversión, la avidez y la perversión. Todos estas dualidades se gestan y se agotan en la lucha de la vida contra la muerte en sus múltiples representaciones simbólicas.

Y es la fantasía que al fraguarse alcanza la imaginación —como las ocurrencias que al templarse desde la intuición y el método devienen en ideas—; desde ese ámbito parten el pensador y el artista; contra lo que opina el pensamiento esquemático y seudorracional, uno y otro son creadores; ambos poseen un método implícito (el creador de ficción) y explícito (quien reflexiona sobre la existencia y los saberes; conjetura y alimenta hipótesis o corrientes del pensamiento).

¿Por qué, entonces, si hay caminos paralelos entre un filósofo y un novelista (para referirnos al género más popular en la literatura), existen más lectores de historias noveladas que de tópicos sobre los cuales se medita a partir de tradiciones, que entre nosotros, que ha dejado el pensamiento en Occidente?

Novela de vertiginoso trayecto.

 

La atracción de la novela

La respuesta parece obvia, lo cierto es que puede ser plural; podemos orientar de distintas maneras una explicación (claro, a más de un lector le parecerá ociosa): la lectura de una novela atrae más que un manual o tratado filosófico porque la primera nos cuenta historias de la vida, relacionadas con la vida cotidiana; seguiremos con atención y curiosidad la lectura, aunque las vidas contadas nos sean distantes en el tiempo y los territorios sean ignotos ante nuestra trayectoria cotidiana y bagaje cultural. Y un lector se siente enganchado a esa lectura, de manera proporcional, a la identificación que sienta con rasgos, acciones de los personajes y los motivos que lo impulsen a vivir y las circunstancias que propicien la dicha y la ruina que encuentren, soporten y afronten.

Planetario (2017) de Mauricio Molina (1959) es una novela singular, entre otras razones, por la multitud de anécdotas en que nos sumerge; entre la acción y el pasmo. La primera persona encarnada en el narrador omnisciente respira entre las acciones, por completo intempestivas, y la meditación y el diálogo, incluso, discursivo con el lector, a quien llega a prevenir, avistar, casi siempre para alertar que la historia que nos cuenta es más compleja de lo que ya de por sí es el periplo del personaje que viaja entre ciudades paradigmáticas por su importancia contextual, ya desde la realidad histórica, ya por el grado mítico que adquieran para el narrador; el mejor ejemplo es la Ciudad de México antes de la llegada de Cortés y sus huestes a Texcoco hace quinientos años, en 1519.

Uno de los escritores fantásticos más decantados de la literatura mexicana.

Los muchos rostros del narrador

El narrador es un hombre con muchos rostros en cuyo mimetismo reside su salvación, su arropamiento por las mujeres y su defenestración del mundo moralmente permitido, no sin la repugnante simulación de los árbitros del orden social, ideológico; aún más, los legisladores de la intimidad, con o sin plural.

La novela está dividida en nueve capítulos y una suerte de promenade que es, a la vez, reposo en las acciones y catalizador climático de la narración. Cada apartado corresponde a uno de los nueve planetas que la convención y los libros de texto han repetido al referirse al Sistema Planetario Solar, hasta el verano de 2006 cuando Plutón —tras decenios de observaciones e investigaciones— perdió el estatus que adquirió en 1930; sin dejar de pertenecer al Sistema Planetario Solar, los estudiosos llegaron a la conclusión de que es un “cuerpo menor del Sistema Solar” o un planeta “de segunda clase”.

“La gran barrera de la asteroides” es el espacio, en la lectura, en que Planetario —narración estructurada como una melodía de timbres de la agógica de la novela: el flujo del movimiento rítmico— alcanza su mayor clímax: es el vertiginoso trayecto del personaje —que oscila entre el antihéroe inocente santificado por deidades, acaudaladas apasionadas y sabias benévolas— a través del barrio chino —que aquí simboliza “el ombligo del mundo”— de la calle de Dolores en México. Mauricio Molina, considerado uno de los escritores fantásticos más decantados de la literatura mexicana, de manera impecable logra que su protagonista circunnavegue, entre la mendicidad y la opulencia, por el barrio chino, ciudades disímbolas como Londres, Calcuta, Lima, San Francisco, Melbourne o Asunción.

En Planetario el discurso de la narración se concentra en el más inefable y fugaz de los deseos: el sexual. En contraparte, el deseo por los saberes enciclopédicos y mundanos es el más sólido. No es fortuito que la presencia de Sofía (que significa amor a la sabiduría) representa a una de las protagonistas de la historia: ella representa el milagro de la vitalidad humana en todo sus periodos. Es la eternidad entre el amanecer y la vejez; es símbolo de la belleza y la eternidad.

 

Personajes entre el rito y el mito

Una compleja y decantada estructura se asienta en este viaje de anacoretas con saberes herméticos —en pos de búsquedas insólitas—; aunque no pueden apartarse de la ordinariez que llega a la bajeza, en su indagación por los alcances del deseo —entre el rito y el mito; al trastornarse, el imaginario histórico, cargado de tanta hostia y moderación estalla.

La belleza, así, se trastorna en pesadilla con intermitentes “sueños dorados” en el que nos envuelve este Planetario. La obsesión del deseo lleva a la perversión; aparecen, entonces, interrogantes sobre las delimitaciones entre la decencia y la depravación; la avidez y el desenfreno; la satisfacción y la culpa.

Mauricio Molina no es concesivo; Planetario es una compleja historia que, ¡no se olvide!, parte de la ficción, se asienta en una compleja estructura a prueba de los sismos de la censura (¿por qué una novela donde las mujeres son sacrificadas por un asesino indemne?) y se despliega con el profundo aliento que tienen las narraciones en las que la palabra misma es protagonista en la búsqueda de sus polisémicas y simbólicas. Esta novela que en búsqueda deja minúsculas frases alambicadas en el mapeo de sus descripciones. Esta novela es tan estimulante como inapropiada para lectores que solo quieran anécdotas intrépidas y efectistas. Esta novela es también una profunda indagación del deseo, sin pluralidad, sin adjetivos.

Mauricio Molina, Planetario, México Almadía, 2017.