En el imaginario exterior a los Estados Unidos de Norteamérica, este país aparece como un bloque bastante homogéneo en sus principios, valores neoliberales hegemónicos (aun en su versión proteccionista trumpista) y en su forma de vida. Sin embargo, no todo se reduce a Washington D. C., Nueva York, Las Vegas o Miami, por sólo citar algunas de las ciudades representativas del “imperio”.
En la amplia extensión del territorio estadounidense, de casi 10 millones de kilómetros cuadrados, y en su abigarrada población de casi 325 millones de habitantes, hay disidentes del sistema, tanto en el mundo de las letras como en el de la educación y el pensamiento. Pienso por supuesto en escritores de la generación beat (Allan Ginsberg, Jack Kerouac, Diane Wakoski et al), en autores como William Faulkner, Philip Roth, Isaac Asimov, Henry Miller, Charles Bukowski o en el poeta-campesino Wendell Berry y hasta en el poeta-monje Thomas Merton.
En el mundo de la educación este año hay que felicitar el 85 aniversario de la escuela para adultos, situada en Tennessee, Highlander Folk School (1932-1962) que, posteriormente, tras haber sido cerrada por las autoridades se reubicó en otro pueblo del mismo estado cambiando su nombre a Highlander Research and Education Center. La escuela nació durante la gran depresión gracias al activista Myles Horton, el educador Don West, y el ministro metodista James Drombowski en un terreno donado por la educadora Lilian Wyckoff. Su finalidad era “proveer un centro educativo en el Sur para formar líderes rurales y de la industria, y para conservar y enriquecer los valores culturales nativos de las montañas”.

Si al inicio, Highlander se enfocó en los problemas laborales de los trabajadores, en los años cincuenta dirigió su esfuerzo hacia los derechos civiles y contra la segregación racial, lo que le valió la animadversión gubernamental por lo cual tuvo que cerrar, para reubicarse y volver a abrir con el mismo espíritu en el que se promueve afrontar los problemas de manera no-violenta. En los años sesenta, la escuela se enfocó en la justicia social y la tenencia de la tierra en los Apalaches. En los ochenta y noventa, Highlander amplió sus esfuerzos para incluir el medio ambiente, la globalización, y las cuestiones relacionadas con los derechos de la comunidad LGBT.
Tras sus 85 años de existencia, Highlander Folk School trabaja por la democracia, la justicia económica, los jóvenes, los inmigrantes latinoamericanos en Estados Unidos, los afroamericanos, la población LGBT y con la gente más pobre. En este sentido, representan el Sur, tanto por su situación geográfica, como por lo que el Sur representa de manera simbólica en la mentalidad contemporánea: la posibilidad real de otro tipo de valores comunitarios y otra forma de vida. Un sur en el que Estados Unidos se encuentra codo a codo con otros sures y con el que los disidentes mexicanos no debemos dejar de dialogar.
Además, opino que se respeten los Acuerdos de San Andrés, que se investigue Ayotzinapa, que trabajemos por un nuevo Constituyente, que recuperemos la autonomía alimentaria, que revisemos a fondo los sueños prometeicos del TLC y que evitemos la politización de los terremotos.
@PatGtzOtero

