El año corre que vuela para terminar. Una vez celebrado el Día de Muertos, solo quedaría el agonizante y cada vez menos recordado 20 de Noviembre y se nos vendrán encima las posadas, la Navidad y el Año Nuevo. Festejos decembrinos por cierto que adelantados nos envuelven ya en ofertas, aparadores y la parafernalia consumista.
Lo que parece detenido, suspendido, en pausa, es la nominación de los candidatos de los partidos políticos para contender por la Presidencia de la Republica el próximo 2018. Conocemos solo uno, que tiene en campaña 18 años y para muchos seguirá la ruta cardenista de contender tres veces y perder otras tantas, aunque hace solamente semanas que se le percibía como seguro ganador.
El PRI tradicionalmente “destapaba” a la vieja usanza de reglas no escritas a su candidato a fines de octubre del año anterior y presenciábamos la denominada “cargada” en la cual todas las “fuerzas vivas” encontraban toda clase de cualidades en el ungido y le manifestaban su apoyo, empezando por el sector obrero, que usualmente era el encargado de hacer pública la decisión del partido y luego se expresaban los sectores campesino y popular, para después maratónicamente: empresarios, industriales, cámaras, personalidades deportivas, culturales, artísticas y un largo etcétera. Esos modos y maneras han quedado atrás.
Por otra parte, el llamado Frente Ciudadano Opositor no ha podido o querido dar a conocer el método con el que elegirán candidato a presidente y gobernador de la Ciudad de México, solo se conoce como trascendido que el PAN pondrá el candidato a Ejecutivo federal; el PRD hará lo propio con la CDMX, y MC, el candidato a gobernador de Jalisco.
En conclusión, la primera semana de noviembre se acaba y se desconoce quiénes serán los candidatos con posibilidades reales de ganar, porque los candidatos dizque independientes no tienen seriedad y, amén de sus quejas y lamentos, ya comienzan a pedir que les amplíen el plazo para obtener las firmas de apoyo. Es decir, para ellos, la regulación puede modificarse a contentillo.
En ese contexto se desarrolla, sin embargo, una dura guerra soterrada con escaramuzas y batallas, en la cual todas las fuerzas políticas agreden y se defienden en diversos frentes y foros. Mediáticamente, como siempre, se perciben los gatilleros que atacan a alguno o algunos de los suspirantes, quienes se defienden como pueden, tanto de adversarios de la trinchera de enfrente como del fuego amigo, que a veces es más granado.
Lo que sí es lamentable y debe condenarse enérgicamente es la perdida de institucionalidad que por estas rencillas ha paralizado el Congreso, generado turbulencias políticas innecesarias y un toma y daca por puestos y posiciones que solo evidenció de manera grosera cómo se pervirtieron algunos contrapesos constitucionales. Así como la fragilidad y, quizás, equivoco de acotar el presidencialismo, dejándolo a merced de un trueque indebido de posiciones que por esencia debieran ser garantes de ejercicio democrático y limitación del poder absolutista.
Es decir, los tiempos, las reglas, las maneras —y qué bueno que así fue— del Anclen régime concluyeron, caducaron, resultan obsoletas y no sirven más. El problema es que no tenemos las que las sustituyan. Es cierto, tenemos las que establece la legislación electoral, pero aún no permean en el ánimo social y carecen de sal y pimienta para la imaginería popular. En tanto, la percepción es de incertidumbre.