Ricardo Venegas
Ethel Krauze (Ciudad de México, 1954) Poeta, ensayista, narradora y dramaturga. Su obra Cómo acercarse a la poesía (1992) se ha convertido en un clásico contemporáneo, forma parte del acervo nacional en Biblioteca de Aula y Salas de Lectura de la SEP y ha sido traducido a lenguas indígenas.
Es autora de más de una treintena de libros publicados entre los que destacan El secreto de la infidelidad (2000), El instante supremo (2002), Bajo el agua (2003), La casa de la literatura (2003), Cómo acercarse a la poesía (2005), El diluvio de un beso (2005), La hora de la decisión (2007), Cuentos con rimas para niños y niñas (2007), entre otros.
—¿Cómo haces coincidir tu labor como tallerista, académica y como poeta?
—Es cuestión, precisamente, de vivir la experiencia de la literatura desde todos los frentes posibles: abrirse al llamado, recibirlo, honrarlo, seguirlo, comprometerse genuinamente con él. Cada una de estas facetas son como caras de un mismo prisma, se enriquecen recíprocamente con los diferentes haces de luz que arrojan al leer, escribir, compartir, investigar, enseñar.
No me explico que se pueda ser sólo una de estas cosas, dedicarse sólo a una de estas labores. El tallerista no puede serlo, si no es un creador y, a la vez, alguien que observa el proceso creador, que lo describe, lo analiza, lo comparte, lo propone. El académico jamás comprenderá la experiencia literaria si no parte de la creación y comparte sus intuiciones y sus vivencias. El poeta es en sí mismo un investigador del mundo interior y un observador de su entorno, y, creando, comparte y enseña a los demás.
—A diario vemos promocionales de fomento de la lectura con actores que ni siquiera tienen tiempo de leer, ¿cómo observas a nuestro país respecto a la lectura de poesía?
—La lectura de poesía es una experiencia “dura” en todas las sociedades. Es decir, tiene su público cautivo permanente. En los años setenta del siglo XX era común ver a los jóvenes con un libro de poesía bajo el brazo, o en el morral. Ahora se les ve con el celular en la mano, pero esto no quiere decir que no sean lectores de poesía, pues en Facebook, twitter y google hay innumerables blogs, de jóvenes, con poemas, clásicos, modernos, novísimos, experimentales. Es un hecho que hoy se escribe más poesía que antes. Cualquiera siente que puede hacerlo.
Se dice con cierta sorna que hay más escritores o poetas en México que lectores. Esto no es exacto. Unos a otros se leen. La proliferación de las redes sociales ha catapultado la escritura, y por ende, la lectura.
Qué tan bien escriben y qué tan bien leen es otro asunto. Ahora no podemos medir esta cuestión de calidad. Hay de todo. Lo importante es que se escriba y se lea. Creo que éste debe ser el orden correcto: mi lema es que para literaturizar a una población hay que partir del interés personal, empoderar a la gente. La literaturización es la segunda fase de la alfabetización, nace de la escritura creativa, la lectura literaria es el segundo paso. Nada de esto ha sido contemplado por el sistema educativo, dentro del aula, por eso es absurdo que después vengan las campañas publicitarias donde se presiona a la gente a leer. Esto no funciona, al contrario, es nocivo.
—En la antología de tu poesía Convocaciones, desolaciones e invocaciones, editada por la UNAM, congregas tres sectores que trazan un caminar, ¿cómo se fueron desarrollando?
—Son estados del alma que arman una trenza. Las convocaciones son las invitaciones al conjuro del amor, el amor de cuerpo entero, el amor de carne y hueso capaz de transmutarse en sentido, en espíritu.
Las desolaciones han sido mi forma de encontrarle sentido al conjuro de la desdicha, concomitante a la vida misma. Cada vez que caigo en una desolación, he sentido que mientras la escribo no puedo morirme. Es una manera de morir en las palabras. Una coartada que me mantiene apasionada por la vida.
Las invocaciones son la desembocadura de las anteriores: no es que “crea” o tenga “fe”, es que siento, literalmente, la vibración de la Unidad en mi piel, bajo la piel. Es casi inexpresable. ¿Cómo hablar de lo que no es posible hablar, sino a través de la poesía?
—Dice Dionicio Morales: “A veces estos poemas pueden ser la última conversación con el ser más querido, o una regresión a la vida vivida, compartida, y a veces padecida en compañía”. ¿La poesía sigue cerca del amor en estos tiempos de violencia y descomposición?
—Estos tiempos son como muchos otros tiempos de violencia y descomposición que ha habido sobre la faz de la tierra a lo largo de la historia y en todas partes. No olvidemos las oscuridades por las que ha pasado la humanidad. La poesía siempre se ha mantenido viva. Es la expresión más plausible de la condición humana. Es arte y es palabra. Es pensamiento y es intuición. Es acción y es redención. Es Logos y es Tao.
Si no me crees, di en voz alta un verso, cualquiera que recuerdes en este momento. Algo tremendo pasará dentro de ti que hará girar al mundo.
—Escribes novela, ensayo y eres poeta, ¿con qué autores de la generación de los 50 te identificas?
—Me identifico con el hecho de ser la primera generación que optó por la literatura como educación formal. Pero no hay muchos que se reconozcan escribiendo en varios géneros literarios. En este aspecto me siento un poco solitaria. No formo parte de los novelistas, ni de los ensayistas ni de los poetas. No se me identifica con ningún “grupo”, navego en sordina entre unos y otros. Algunos se asombran cuando publico poesía porque no me conocían esta faceta, y, otros, al revés. Es un poco raro, porque no he dejado de escribir y publicar desde 1982 a la fecha, en los tres géneros. Es cierto que no hago pasarelas ni solicito premios y desde que salí de la Ciudad de México hace más de una década, pues menos tengo oportunidad de aparecerme en medios sociales.



