Cada cultura posee una actitud diferente frente a lo llamado “obsceno” (lo que debe estar puesto fuera de escena) y lo “vergonzoso”. En la esfera individual destaca la figura de Fray Luis de León, quien desde la cárcel confiesa que la palabra hebrea zama, utilizada en el Cantar de los cantares, significa cabello, pero también “las vergüenzas de la mujer”, pero de ningún modo lo que puso San Jerónimo en su Vulgata. Arguye el fraile que “a los limpios y buenos, que no pervirtieron en nada el uso natural, todo lo natural les es limpio”. Asocio estas palabras a la inocencia nietzscheana y a lo que el sanscritista Alain Danielou afirma sobre ciertos templos hindúes, “cubiertos de imágenes eróticas porque el ser humano debe ser puro, libre de inhibiciones antes de alcanzar los secretos del conocimiento. El sabio no teme el espectáculo del placer; más bien admira su floración y belleza… los ambiciosos, rapaces, crueles, acomplejados temen a las manifestaciones de la sexualidad. El temor a lo sexual es siempre una manifestación de anti-espiritualidad”.

Georges Bataille se refiere a esos templos y aclara que fuera de los límites del cristianismo, el carácter religioso del erotismo pudo presentarse en pleno día. Y si es verdad que lo masculino predominó en el norte del subcontinente, no así en el sur de la India, donde la mujer fue fundamental en el tantrismo. Las artes eróticas describen gran variedad de posiciones y le dan primacía al placer femenino. Para Vatsyayana, las mujeres deben conocer y estudiar su tratado, el Kama-Sutra. Asimismo en Egipto hubo arte erótica, hecho probado por varios poemas eróticos, como el Papiro de Turín (XX dinastía), que describe 12 posiciones sexuales con una nomenclatura, según J. Lo Duca, próxima al Kama Sutra.

En contraste, en el mundo grecolatino, pese a la libertad sexual y a la existencia del erotismo como acto no genésico, predominó lo masculino por ser “activo”. El onirocrítico griego Artemidoro (siglo II) afirmó que lo “natural” es el coito frente a frente, con el varón sobre la mujer para ser dueño de su cuerpo, de modo que ella, “pasiva por naturaleza”, se someta y obedezca; las demás posiciones son “invenciones de la desmesura, de la intemperancia y de los excesos naturales a que lleva la embriaguez” (citado por Michel Foucault). Filósofos y médicos griegos propusieron en la relación un elemento pasivo y otro activo. El varón adulto, sin importar su preferencia sexual, era activo; la mujer, pasiva. Hoy nos resulta absurda tal creencia. Artemidoro carecía de imaginación y refinamiento al suponer la inferioridad femenina. Aristóteles consideraba, en su Tratado de la generación de los animales, que debe entenderse lo femenino como “deformidad”. Para los griegos, la civilización era masculina. Como nos enseña Foucault, ellos no concibieron artes eróticas, sino reflexiones hacia “una técnica de vida”. Sólo para las hetairas el amor se practicaba como arte. Tenemos nombres de algunas famosas hetairas, así como las descripciones de posiciones eróticas en la antigüedad clásica, de las que llegó a escribir la hetaira Filenis.

En la concepción “pagana” y en la cristiana medieval, amor y matrimonio eran distintos: el segundo solía ser un contrato por conveniencia. En India, el Kama (placer sensual) era una de las etapas de la vida, junto con Artha (adquisición de bienes materiales) y Dharma (deber, obligación para con nuestra casta y sociedad). El objetivo del hinduista es Moksha (liberar su alma de la transmigración), pero no excluye Artha ni Kama como etapas propias de la juventud.