Desde su coronación oficial como favorito de Los Pinos, de José Antonio Meade se han descubierto muchísimas virtudes: que si es un gran negociador y un funcionario público ejemplar; que si siempre tiene una solución para cualquier problema; que si ha sido el artífice de la estabilidad macroeconómica y las finanzas públicas sanas; que si es un hombre de familia y va a misa los domingos; que si su perfil ciudadano y apartidista le permitirá deslindarse de la parte corrupta del PRI. Vaya, hasta se ha destacado que en ocasiones viaja –como lo hacen millones de capitalinos- en Metrobús desde su casa hasta Palacio Nacional.

Otros columnistas, con acceso a fuentes que nunca revelan su nombre, han hecho un recuento pormenorizado de los meses previos al “dedazo”, cuando entre largas partidas de dominó el secretario Meade -con su inteligencia y lucidez mental- se habría ganado el primer lugar en el corazón de Peña Nieto.

Para ponerse el huarache antes de espinarse, Meade declaró que no tenía ningún cadáver en el closet. Y seguramente así es, porque el hoy ex secretario de Hacienda no parece un coleccionista de cadáveres ni un criminal profesional.

Además, una persona que ha ocupado las Secretarías de Energía, de Desarrollo Social, de Relaciones Exteriores, y dos veces la de Hacienda en gobiernos consecutivos del PAN y el PRI, sin duda debe tener una capacidad inmensa de adaptación al ambiente, envidiable hasta para un camaleón. Qué paradoja en la que nos encontramos: a Andrés Manuel López Obrador lo han intentado vincular una y otra vez con la supuesta corrupción de varios colaboradores y no le perdonan una, mientras que a Meade la corrupción documentada y probada de compañeros de gabinete y miembros del Partido que quiere que lo postule, esa pasa inadvertida.

Dado que todas las virtudes del señor Meade ya han sido ampliamente exaltadas, considero oportuno hacer un ejercicio de reflexión y memoria sobre los trapos sucios y polémicos en los que el próximo candidato del PRI ha estado involucrado, como alto funcionario en los gobiernos de Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto.

1. Gasolinazos. Como Subsecretario de Ingresos en la administración de Felipe Calderón, Meade fue el primero en implementar los “gasolinazos”. Entre 2008 y 2017, la medida –creada por el PAN y perpetuada por el PRI- ha resultado en un incremento de 138% por cada litro de combustible, al pasar de 7.03 a 16.75 pesos, en el caso de la gasolina Magna. Se dice que era una movida inevitable y de responsabilidad fiscal, pero sabemos que ni las condiciones de mercado ni la infraestructura estaban dadas para que la liberalización del precio de las gasolinas se diera en un mercado competitivo.

2. Chequera abierta para los “goberladrones”. En su primer turno como Secretario de Hacienda (a finales del sexenio de Calderón), a José Antonio Meade le tocó repartirle miles de millones en fondos federales a gobernadores como Javier y César Duarte, Roberto Borge, Rodrigo Medina o Guillermo Padrés. Para esta generación de goberladrones, la chequera del Secretario de Hacienda siempre estuvo abierta, pese a los señalamientos de desvíos de recursos y corrupción que se hicieron públicas desde el inicio de sus gestiones.

3. Los 100 millones de Juntos Podemos. Tras lograr su nombramiento transexenal, Meade llegó a la Secretaria de Relaciones Exteriores con Enrique Peña Nieto. Durante su gestión, se autorizó y comenzó el financiamiento a la Fundación de Josefina Vázquez Mota, Juntos Podemos, que habría recibido hasta 100 millones de dólares para realizar supuestas labores a favor de los migrantes en el exterior. Como bien ha señalado Jorge Castañeda, ex canciller en el sexenio de Vicente Fox, esta es una cantidad que difícilmente puede pasar inadvertida.

4. La gran estafa de Robles en SEDESOL. José Antonio Meade ocupó la Secretaría de Desarrollo Social en lugar de Rosario Robles, cuya gestión ha sido señalada por desviar hasta 3 mil 433 millones de pesos de recursos para combatir la pobreza. A pesar de las denuncias periodísticas y observaciones de la Auditoría Superior de la Federación, Meade prefirió no rascarle a las acusaciones contra su predecesora, quien en lugar de ser sancionada fue reubicada a otra secretaría, que ahora se encargará de la reconstrucción por los sismos de septiembre.

La gravedad de estos 4 casos de corrupción solapados o ignorados por el súper-secretario Meade contrastan con la narrativa de “supersecretario”, eficiencia y trayectoria impoluta que buscan vender los medios sobre el candidato del PRI y de Los Pinos. Si los medios de comunicación quieren dejar de lado el rigor periodístico y pasar a ser panfletos de propaganda del régimen, se dice y no pasa nada. Pero que no nos encierren en una falsa dicotomía: to Meade, or not to Meade. Sí hay de otra. La reserva moral de los mexicanos lo probará en las elecciones del 2018.

@ZoeRobledo