La Arquidiócesis Primada de México tiene nuevo pastor. Se trata del cardenal Carlos Aguiar Retes, hasta ahora arzobispo de Tlalnepantla, hombre discreto que le tiene tomada la medida a los políticos, como lo demostró ampliamente en su relación con Enrique Peña Nieto, desde que este era gobernador del Estado de México.

Esa relación con las autoridades le valió ir cobrando importancia para su Iglesia, pues parece especialmente diestro para llevar a los funcionarios a posiciones favorables para la institución católica, como lo probó aquella malhadada iniciativa presidencial que, de haber sido aprobada tal cual por el Congreso, hubiera introducido la educación religiosa en las escuelas públicas.

Ese trato con los personajes del poder civil le ha dado al cardenal Aguiar tanta confianza que, en su primera declaración pública después del nombramiento papal, dejó escapar algunas frases que, si responden a sus convicciones, a corto o mediano plazo ocasionarán más de un problema.

En lo que se refiere al proceso electoral, anunció que, como lo hizo frente a los comicios del Estado de México, llamará a ejercer un voto razonado, lo que está muy bien, y a “que no nos dejemos llevar por un primer impulso de que estamos a disgusto, angustiados”, lo que obviamente es un espaldarazo al partido en el poder, que es precisamente el que nos tiene “a disgusto, angustiados”.

Incurrió en otra intromisión que le está vedada constitucionalmente, pero que de seguro le agradecerán en Los Pinos y en la Defensa, pues dijo que “es necesario que haya una ley de seguridad para que el Ejército tenga el marco legal con el cual intervenga, y no haya todo este tipo de acusaciones al Ejército, que es una gran institución que nos da seguridad, de que proceden contra derechos humanos”.

Al opinar con tanto desparpajo, el señor Aguiar Retes pasó por alto que, en lo referente a esa ley que considera necesaria, las fuerzas gobiernistas están enfrentadas a muy amplios sectores sociales, a defensores de derechos humanos y a observadores internacionales. Las víctimas de Tlatlaya y otros episodios seguramente esperaban de él una actitud más compasiva y menos convenenciera, más cristiana.

Con evidente arrogancia, Aguiar Retes dijo que está dispuesto a dialogar con los políticos que lo busquen  —él no los buscará—, pues recordó a quien quiso y quiera oírlo que los ministros religiosos tienen influencia sobre “quienes son católicos y tienen que votar”. Dicho de otra manera, anunció que la Iglesia católica venderá caro su amor. Tomamos nota.