Un espectáculo que representa lo mejor de nuestro teatro en la actualidad, que apuesta no por lo novedoso, sino por la reflexión humana que trasciende es Yo nunca lloro, radiografía de dos actores, dos artistas, dos creadores que van más allá de las convenciones y rompen lo estipulado por el teatro conventual, para proponer una radiografía de sí mismos como seres vulnerables y vulnerados: Laura Almela y Daniel Giménez Cacho.
Tomando como impulso frenético de expresión el tema musical de Alice Cooper “I never cry”, y sobre una idea original de Adelheid Roosen, la obra que presenciamos en una atmósfera de distensión total, en un ambiente lounge que quiebra cualquier posibilidad de escape para los espectadores, Yo nunca lloro es un abierto confesionario donde Almela y Giménez Cacho osan decirse (gritarse, muchas veces, sería lo exacto) sus verdades como amigos, compañeros de ruta en el azaroso camino de la actuación y semejantes en muchos sentidos, desde ser hijos de españoles emigrados a México.
Lo interesante de la propuesta radica en la gran fibra histriónica de que nos hacen partícipes estos admirables (y admirados) personajes de nuestro teatro. Porque ellos mismos son personajes de sí mismos y no temen abrirse de vestiduras para mostrarse en toda su verdad, desnuda y contundente. Logran así imantar a los espectadores, darles la confianza de seguirlos en su confrontación y convertirlos en cercanos testigos del diálogo.
Giménez Cacho y Almela hacen un teatro de verdadera ruptura. En otra ocasión escribí que representaban la auténtica vanguardia teatral mexicana. Reitero lo dicho. Lo mismo en La tragedia del Macbeth de Shakespeare que en Trabajando un día particular de Scola, los actores toda vez han dado humilde cátedra de grandeza actoral. Y lo mismo sucede de nueva cuenta en Yo nunca lloro, donde el público ve el desgarre lúdico de estos dos importantes protagonistas de la historia actual de nuestro teatro.
Limpieza en la composición escénica, maestría en la iluminación de Gabriel Pascal (no podríamos esperar menos) y una honestidad artística deslumbrante, sobrecogedora y vívida es lo que Yo nunca lloro conjuga con una destreza admirable por parte de Almela y Giménez Cacho, dueños absolutos de sí mismos, del escenario y de sus enormes capacidades interpretativas.
La risa, el buen humor, el autoescarnio, la gozosa entrega al fenómeno teatral cursan y trascienden los arquetipos de todo género dramático. Giménez Cacho logra momentos deliciosos en su propio auto convocarse como un personaje de la vida real que se da el lujo de entrar y salir de donde quiera, sea en lo alto, lo bajo o lo intermedio de la sociedad, aun cuando recuerde las bofetadas de su padre o lo irrite el saberse confundido por los fans con Demián Bichir (éste, uno de los momentos más logrados de la obra, con gracia y vehemencia).
Lo mismo pasa cuando Laura Almela confiesa: “Aprendí a llorar”, recordando, sin entrar en explicaciones, para sí misma —y para quienes lo llegamos a recordar— el tema de la famosa telenovela de los 70 Los ricos también lloran, titulado así “Aprendí a llorar”, escrito por la compositora mexicana Lolita de la Colina para Verónica Castro. A eso, nimio, se agrega lo realmente dramático: el dilema de Almela de ser ama de casa o ser actriz… Ser… o no ser… Mujer shakespereana dejara de ser… El caso es que, aunque no lo quisiera, Laura Almela es. Es una extraordinaria actriz que sabe llegar al corazón, al cerebro y las entrañas del público. Igual que Daniel Giménez Cacho es. Es un admirable hombre de teatro que subvierte los órdenes impuestos, ya como artista, ya como activista de causas nobles, ya como un hombre que ama la libertad y la defiende. Ya como un actor que ha probado las mieles de la internacionalización en el cine, dirigido por Almodóvar, nada menos, que dirigiendo un proyecto teatral en el corazón de Tepito con su gente y sus pasiones.
Yo nunca lloro es un gran trabajo. Una lección de talento aplicado al humanismo a partir de la sencillez de ser, como decía López Velarde, fiel a nuestro espejo diario.
Yo nunca lloro es sin duda uno de los mejores trabajos teatrales de 2017. Y concluye temporada este domingo 17 de diciembre, con dos funciones a las 18:00 y 20:00 horas, en el Teatro El Milagro (Milán 24, Colonia Juárez). Seguramente regresará en 2018, pero por lo pronto, no hay que perderse la oportunidad de ver esta obra única que dejará huella en la gente sensible y amante de verdad humana, este clamor de vida llamado Yo nunca lloro.