Ricardo Muñoz Munguía

El canto antecede a la poesía, palabra de luminosidad musical. Así la mente que antecede a la liberación del ser en su historia, en la fuerza de la mención de su mundo. La página escuchada es el extenso camino que retrata el poeta en una oración/poema, en el que la naturaleza abre sus entrañas, donde el cielo vigía corresponde ante la meditación que nombra la soledad y que abre la duda hasta lo hondo del espíritu.

Bisonte mantra (Ediciones Era / Universidad Autónoma de Sinaloa, México, 2017; 88 pp.) es camino que a dúo suena su avance. Paralelos rumbos que hacen de la mirada la habitación para el que se fragmenta o se duplica para enaltecer las diversas voces que brotan de un mismo ser físico pero de varios habitantes que guarda en su propio ser. De ahí, igual que el río que despierta el asombro de la vida, cubierta de ecos de paisajes, invade todos los rincones de la memoria.

El poemario que hoy nos ocupa describe/descubre —por lo que es palpable y por lo que se siente— el primer enfrentamiento donde el autor se conjunta, un campamento en el que “Callé para escuchar:/ la vida hablaba”, sitio dibujado con el rastro de la noche y la luz de la paz desértica. Montañas bañándose con la lluvia que es asombro que obliga preguntas que son rebasadas por el paisaje mismo, inmensidad del cielo “Quién no entrega su corazón a las cosas que se elevan? (…) El monje que hay en él afirma: El cielo exige de los hombres toda clase de historias”. Seducción por crear mitos, historias ante esa inmensidad desbordada del cielo donde habitan otros cuerpos, donde nacen los dioses. Paisajes con sus leyes del sacrificio. Vuelos de aves/sombras que rebasan los sueños. Palabra que se funde entre cantos y música, entre el tiempo y el horizonte, entre estampida de bisontes y caída de ángeles…

Los versos de Luis Jorge Boone (Monclova, Coahuila, 1977) son mente que se libera, palabra que se enaltece, viaje de paralelos que se dispara entre árboles, agua que posa su cuerpo en la caricia que la lluvia o la ola enmarcan vida y muerte, sombra y luz, el bien y el mal…, en territorio de inclementes fantasmas, espíritus que avanzan en el tablero de ajedrez, personas que acampan en medio del paisaje de árboles y de sueños. Por otro lado el asomo de los libros son presencia insoslayable de pasión por lo que le han entregado éstos, así como sus habitantes que son voces literarias asomadas a su soledad, a su universo, a su canto que antecede su poesía.