Con mudos pasos  el silencio corre. Lope de Vega

El pasado jueves 14 de diciembre del año en curso, el pleno de la Asamblea Legislativa aprobó por unanimidad la creación de la Escuela Pública para Sordos o personas con baja capacidad auditiva en la Ciudad de México, acto que convocó la reivindicación del espíritu juarista, quien desde 1865 albergó esa política pública que pudo procesar con su decreto del 28 de noviembre de 1867, a través del cual se establece la fundación de la Escuela Normal de Profesores y Profesoras para la enseñanza de los sordo-mudos de nuestra ciudad.

El decreto número 6170 del año de la restauración de la república es una prueba fehaciente de las convicciones paritarias de Juárez y de sus avanzados conceptos liberales en la conformación de un Estado de bienestar que garantizara derechos iguales a desiguales.

El artículo 2 de aquel decreto otorga la dirección de la Escuela Normal al “profesor y profesora que dirigen actualmente la escuela municipal de sordos mudos en esta capital”, refiriéndose a la titánica obra emprendida por el francés Édouard Huet Merlo y a su esposa, la alemana Catalina Brodeke, quienes, merced al filántropo José Urbano Fonseca, habían habilitado la primera institución para sordos en las crujías del viejo convento de San Juan de Letrán.

La vida de este hombre, que tuvo a su cargo la conformación de una institución equiparable a la que dirigiera don José Trigueros a favor de los invidentes de nuestra ciudad, es, en sí misma, una extraordinaria proeza.

Édouard Huet nació en París en la segunda década de aquel siglo XIX; parece que a los 14 años quedó sordo debido a un sarampión. Nacido en una nobleza rehabilitada por los Napoleones, el hijo del conde de Huet acudió a la École National des Sourds bajo la tutela de M. Laurent Clerc, quien imbuyó en el ánimo del joven una imbatible convicción magisterial, la cual en 1852 le lleva a Brasil, donde la corte de Pedro II le recibe y apoya en la fundación, el 26 de septiembre de 1857, del Instituto Nacional de Educação de Surdos.

Esta noticia debió haber llegado al presidente Juárez, quien instruyó a Luis G. Villa a trasladarse al reino brasileño para invitar al maestro Huet a realizar su labor educativa en nuestro país.

Otras fuentes señalan que fue Maximiliano quien lo hizo, el hecho es que en 1866 llegó a México y que no será sino hasta el restablecimiento de la república cuando el francés reciba el apoyo gubernamental del Benemérito, quien le otorgó el exconvento de Corpus Christi, en donde instaló la Escuela Normal y Municipal.

El decreto de Juárez contempla la capacitación de tres señoritas y tres varones y el inicio de curso para 12 niñas y 12 niños, lo que habla de la avanzada propuesta de igualdad de géneros defendida a ultranza por Ignacio Ramírez, el Nigromante, desde su primera intervención en el Constituyente de 1857.

Y así, como afirma el gran Lope, la obra educativa de monsieur Huet con mudos pasos hizo correr el silencio de los sordos mexicanos.