Preocupantes señales indican que el proceso electoral de 2018 puede llegar a estar dominado por el voto religioso. No hay precandidato que, en mítines y discursos, no haya “cerrado el ojo” a Dios para intentar conquistar adeptos.

El coqueteo más obvio es el del eterno aspirante presidencial Andrés Manuel López Obrador, alguien que lo mismo se define como guadalupano que cristiano, y si lo apuran, también como budista o islámico.

A partir de su alianza con el Partido Encuentro Social (PES), López Obrador comenzó a introducir en el discurso un elemento que, mal manejado, puede crear confusión y derivar no solo en conflictos electorales, sino religiosos.

El tabasqueño, aunque lo niegue, ha permitido que Morena se convierta en trampolín del PES, un partido cristiano que busca multiplicar su alcance y posicionamiento político e ideológico.

El asunto parece no ser religioso, y parece no ser político, pero sí lo es. López Obrador ha puesto lumbre a una competencia entre iglesias —la cristiana y la católica— que se vienen disputando, desde hace tiempo, el poder a través de la captura de feligreses.

La Iglesia católica debe sentir que Morena le dio una patada en el trasero al asociarse con un adversario que forma parte de un movimiento pentecostal, de iglesias y organizaciones evangélicas, que viene creciendo aceleradamente en América Latina y representa un atractivo mercado electoral.

El ecumenismo electoral del tabasqueño y el coqueteo que hacen los otros candidatos a Dios puede provocar que los debates de campaña sean arrastrados a terrenos propios del medioevo, donde lo social y lo científico, el aborto, el derecho a una muerte digna, o peor aún, la investigación con células madre, ya no se discutan desde la razón sino a partir de la fe que profesan los votantes.

Para decirlo con todas sus letras: los precandidatos a la Presidencia de la República están violando la norma electoral al hacer proselitismo con la religión y están jugando con fuego al vulnerar el Estado laico.

Detrás de la coalición entre Morena y el PES, hay una intencionalidad electoral emparejada a un objetivo político religioso: dar más poder a la doctrina evangélica que representa Encuentro Social con la que, sin duda, simpatiza el Mesías.

No sería extraño, conociendo la naturaleza autoritaria de López Obrador, que sueñe con imponer como religión oficial el cristianismo que profesa por ser, diría, la única y verdadera palabra de Jesucristo en la Tierra.

El ecumenismo de López Obrador es una treta para aplacar la inconformidad que despertó entre católicos y guadalupanos, juaristas, ateos, pro abortistas y la comunidad lésbico gay su asociación con el PES.

Si la encuesta Gallup es correcta, en México la población gay es superior a los nueve millones de personas, nueve millones de electores cuyos derechos nunca han sido reconocidos por el PES y que ahora, después de la firma, se sienten traicionadas por el precandidato.

Lo mismo puede suceder con esa izquierda secular que se mudó del PRD a Morena creyendo que ahí había congruencia ideológica y lo que encontró fue a un cristiano que se cree profeta y que en su audacia y por su ambición puede provocar, más que un diálogo, una guerra entre religiones.