Andrés Manuel López Obrador abrió la jaula y dejó salir la serpiente. El 6 de diciembre, en su cuenta de Twitter y luego el 29 en Campeche, aseguró que hay un plan para sustituir al precandidato del PRI a la Presidencia de la República, José Antonio Meade.

Primero propuso que se pensara en el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, por estar mejor posicionado en las encuestas; semanas después dijo que Aurelio Nuño sería el sustituto porque “Meade no levanta”.

Si la lengua de López Obrador fuera ametralladora, ya hubiera asesinado a muchos. La insidia que utiliza en su retórica para eliminar a Meade como candidato presidencial resucita el rol que jugó Manuel Camacho Solís como tirador a sueldo para acabar con la campaña y propiciar el clima que puso fin a la vida de Luis Donaldo Colosio en 1994.

Los mismos argumentos que utiliza hoy el líder de Morena contra Meade son los que filtraba el entonces comisionado para el Diálogo y la Reconciliación en Chiapas a los medios de comunicación, para sabotear la candidatura presidencial de Colosio y lograr ser él el sustituto.

Muchos recordamos cómo fue desapareciendo de los medios el discurso colosista y fue imponiéndose en las ocho columnas de los diarios las críticas, reclamos y chantajes del enfurecido y resentido Camacho Solís. Fuimos testigos de cómo llegó a presentarse en la funeraria donde estaba tendido el cuerpo de Colosio y cómo la familia de éste le impidió la entrada por considerarlo corresponsable de la tragedia.

No extraña que López Obrador repita la estrategia. Tal vez él mismo se la “sopló” a Camacho Solís cuando éste era jefe del entonces Departamento del Distrito Federal y aquél un joven activista de la oposición, quien —a cambio de apoyar el proyecto presidencial del regente— recibió dinero y respaldo político del gobierno capitalino.

A Camacho Solís no se le puede acusar de haber disparado el arma con la que Mario Aburto Martínez mató a Colosio, pero sí de contribuir a crear el clima y las condiciones para que hubiera —como lo llama el tabasqueño— un “sustituto”.

No es, entonces, la primera vez que el líder de Morena se embarca en este tipo de empresas.

La duda o pregunta es: ¿para beneficiar a quién? Después del abierto coqueteo que hizo y sigue haciendo a los líderes del narcotráfico, el precandidato morenista parece estar dando ideas al crimen organizado para que opere, como pueda y como quiera, a favor de él.

Sin embargo, cuando López Obrador habla de un plan para sustituir a Meade, abre temerariamente la puerta a la violencia política donde nadie, ni siquiera él, saldría beneficiado.

López Obrador se define en sus spots como un hombre de paz y presume que su movimiento no ha roto, siquiera, un vidrio, pero su retórica no solo ha roto cristales; su retórica divide y encona. Ahora también la utiliza para resucitar el magnicidio y llevar la elección y al país a escenarios peligrosos e impredecibles.

Que el Mesías no se haga. No hay discurso político inocente. Mientras Hitler utilizaba la oratoria para la destrucción, otros la emplean y la han usado en beneficio de sus pueblos.

A López Obrador, en cambio, le gusta jugar con las serpientes.

@pagesbeatriz