En su libro Tantrismo hindú y proteico, el indólogo Juan Miguel de Mora (1921-2016) demostró que, así como hay tantrismo hinduista y budista, también existe un “tantrismo” cristiano: el de la herejía de los “alumbrados” (siglo XVI), que no coincidía con otra herejía ni religión de la época, ni siquiera con los cátaros ni con los fundamentos del gnosticismo. Los alumbrados coinciden en mucho con los tántricos. Es difícil pensar sólo en coincidencias. En esa época, asimismo, Portugal tenía colonias en India y constante comunicación marítima con ellas. El paso de ciertas concepciones de Portugal a España era factible. Los alumbrados decían que en el dexamiento o éxtasis se alcanzaba tal perfección, que los hombres ya no podían pecar: “Esto —sostiene De Mora— reproduce la tesis del vira tántrico, el héroe que alcanza la comunión con la divinidad y para el cual ya no hay noción del bien o del mal y no cae en uno ni en el otro, haga lo que hiciere”. Y si la base del tantrismo es la transgresión, la violación de las normas, los alumbrados de Toledo, como afirma el católico Menéndez y Pelayo, “No tomaban agua bendita ni se hincaban de rodillas, ni veneraban las imágenes ni oían a los predicadores; llamaban a la Hostia consagrada ‘pedazo de masa’; a la cruz, ‘un palo’, y a las genuflexiones ‘idolatría’”, además de que “Lejos de llorar la pasión de Cristo, hacían todo placer y regocijo en Semana Santa”, “llamaban al acto matrimonial unión con Dios” y “para acordarse de nuestra Señora miraban el rostro a una mujer en vez de mirar una imagen”. Los “alumbrados” consideraban que en una mujer cualquiera puede percibirse la divinidad femenina, y que la unión con lo divino, en estado de santidad, se alcanza con el coito. El acto sexual en el ritual tántrico “de la mano izquierda” consuma un matrimonio místico y la mujer es la divinidad misma. Tántricos y alumbrados aconsejan también que no se debe leer textos sagrados y admiten a la mujer como maestra espiritual (guru). Todas estas son violaciones a la ortodoxia.
A pesar de las diferentes concepciones religiosas, es esencial el desprendimiento del alma de la materia. Para ello, las “ortodoxias” hinduista y cristiana, y también las gnósticas proponen una ascesis, de la que no es recomendable salir. Pero, a diferencia de estos ortodoxos, los tántricos y alumbrados practican esa disciplina y luego se salen de ella: la transgreden porque consideran que quien ya sabe no puede cometer pecado, pues posee una experiencia diferente de la del profano. Entonces, para llevar a cabo la transgresión tuvo que haber una disciplina muy rigurosa antes. Transgresor deliberado, el tantrismo no sólo niega el sistema de castas y el patriarcado, sino que el practicante que ya sostuvo la disciplina es capaz de comer carne, tomar bebidas alcohólicas y mantener relaciones sexuales de modo ritual e incluso orgiástico. Estos rituales violan la ortodoxia hinduista en su conjunto. El tantrismo es transgresor incluso en las posiciones sexuales y, de hecho, la menos recomendada es la “del misionero”: el hombre sobre la mujer (posición occidental por excelencia). Para los inquisidores, los alumbrados creían que en el dexaimiento o éxtasis podían satisfacer libremente sus “pasiones” y permanecer impecables, inocentes. Alumbrados y tántricos se alejaban de la disciplina, la transgredían una vez conquistada su meta, para recuperar lo sagrado en el dexaimiento. Ya no se trataba de un acto fisiológico cotidiano, sino de un ritual místico. Se evitaba la concepción, pero sin negar el cuerpo ni el sexo. Los alumbrados tampoco los niegan. En el tantrismo, la mujer es sakti, lo femenino absoluto, la fuerza antagónica al principio masculino-racional-patriarcal de nuestra cultura. Es la fuerza creativa y generadora que posee todo ser. Cada mujer real porta la Sakti y puede acceder a la espiritualidad a través del sexo. Aquí el misticismo no se da por la “imitación de Cristo”, como quiere Tomás de Kempis. La exaltación y la unión con la mujer es exaltar y unirse con lo otro, con el ser total. El tántrico no piensa “es mi mujer”. Se une a la encarnación del espíritu, de sakti. La mística (el misterio) sexual es llevado más allá de los límites de la cotidianidad homogénea del saber, pero también más allá de la ortodoxia establecida por las instituciones civiles o religiosas.



