“Creo que la imaginación es la principal facultad de la mente humana. La fantasía, la habilidad, el arte de usar y controlar la imaginación en narrativa es el mejor y el más feliz ejercicio en el uso de esa facultad, junto con la ciencia, que la usa para conectar hechos que parecen no relacionados”, de esta manera la escritora Ursula K. Le Guin (1929 – 2018), describía su mundo de fantasía y ciencia ficción dentro la literatura, y que hoy más que nunca será recordado, pues la autora estadounidense falleció este martes a los 88 años, dejando un legado de indiscutible belleza entre novelas, poemas y relatos.

Obras como La rueda celeste (1971), El eterno regreso a casa (1985), así como su serie Terramar (1964), convirtieron a Le Guin, en una escritora prolífica que le valió numerosos premios y el reconocimiento del público, reflejado en la venta de millones de ejemplares de su obra.

“La serie Terramar se vio claramente influenciada por la trilogía de El Señor de los Anillos, de J. R. R. Tolkien”, señaló el diario The New York Times en 2016. “Pero en lugar de una guerra santa entre el bien y el mal, las historias de Le Guin se organizan en torno a la búsqueda de un equilibrio entre fuerzas enfrentadas”, añadía el diario.

Educada en el Radcliffe College de Massachusetts y en la Universidad de Columbia de Nueva York, Le Guin era experta en antropología. Su padre, Alfred Louis Kroeber, era un etnólogo conocido por su trabajo con los indígenas estadounidenses. Publicó su primera novela, El mundo de Rocannon, en 1966. Pero el éxito le llegó con la publicación en 1969 de La mano izquierda de la oscuridad, que ganó numerosos premios y se transformó en un clásico de la ciencia ficción.

En la historia de las sociedades galácticas que describió, Le Guin, influenciada por el taoísmo y el anarquismo, intentó demostrar que no existía ninguna solución total y definitiva en la teología, la política, ni ninguna de las ciencias sociales pasadas o futuras. “Lo único que hace la vida posible es una incertidumbre permanente e intolerable: no saber qué es lo que viene después”, declaró una vez la novelista.

A su manera, fue una escritora comprometida y defendió las tesis de Murray Bookchin, militante ecologista libertario estadounidense fallecido en 2006 y considerado en su país como uno de los grandes pensadores de la “nueva izquierda” radical. Mucho antes de que fuera un tema de moda, la escritora, nacida en 1929 en California e instalada en Portland desde finales de los años 1950, mostró un gran interés por las cuestiones medioambientales. Algunas de sus obras como Planeta de exilio y El nombre del mundo es bosque pertenecen al género “ecoficción”, muy en boga en los últimos años.

Le Guin forma parte de la historia de la ciencia ficción a la misma altura que los también desaparecidos Arthur C. Clarke, Isaac Asimov o Ray Bradbury, por nombrar a tres personajes emblemáticos. Como ellos, la autora disfrutó de una extraordinaria popularidad convirtiéndose en símbolo de lo mejor del género. En España acaba de aparecer precisamente un volumen con un serie de ensayos inéditos sobre sus lecturas y sobre la escritura (Contar y escuchar, Círculo de Tiza), según información del diario El País.