Después de visitar Chile, donde salió vapuleado por su insultante defensa del obispo Juan Barros, protector de pederastas, Francisco, el “representante de Dios en la tierra”, se trasladó a Perú, donde se encontró con una feligresía menos respondona que la chilena y ahí dijo aquello que querían oír los descendientes de los incas: condenas a la política, la politiquería y los políticos.
El Papa, que técnicamente es un monarca absoluto, un gobernante sin más contrapesos que la terca realidad, se lanzó fuerte contra la cosa pública: “La política está enferma —dijo—, muy enferma en América Latina”. Y sí, tiene razón, porque en la mayoría de los países latinoamericanos la política es mero pretexto para el enriquecimiento de la gente de poder.
Lo malo es que limitó la enfermedad a Latinoamérica, pese a que en la América anglosajona no cantan mal las rancheras, como tampoco desentonan en África, en Asia o en la culta Europa, donde por cierto el Estado Vaticano es líder indiscutido en escándalos de corrupción.
Pero Francisco optó por situar la enfermedad de la política solo en Latinoamérica y mencionó la estela de corrupción que ha dejado la empresa brasileña Odebrecht, que ha repartido dinero a candidatos y funcionarios que le permiten hacer jugosísimos negocios frecuentemente ilegales, como ilegales son las cantidades con que compra a la gente de poder, como en México, donde la PGR decidió pudorosamente ocultar los trastupijes de la firma carioca, pues de hacerse públicos resultarían embarrados los personajes de más alto rango en el gobierno federal y en varios estatales.
Preguntó el vicario de Dios: “¿qué pasa en el Perú, que cuando uno deja de ser presidente lo meten preso? Humala está preso, Toledo está preso, Fujimori estuvo preso hasta ahora, Alan García que está que entra o no entra (en la cárcel). ¿Qué pasa?”
¿Qué pasa? Que los peruanos disponen de un aparato de justicia que más o menos funciona, así sea con retraso, mientras que en México los presidentes adquieren casas blancas de siete millones de dólares, los gobernadores se roban miles de millones de pesos e ilegalmente transfieren dinero público a las campañas del PRI y no pasa nada, a menos que se expida orden de aprehensión en Estados Unidos o se solicite la extradición a ese país.
Sí, la política enferma, o más bien los políticos mexicanos, generosos al dar sus limosnas al Vaticano, y a quienes el vicario de Cristo ha bendecido repetidamente, quizá con la intención de curar a quien paga tan bien por la sanación. Sea por Dios.